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viernes, 30 de enero de 2009

LA CASA DE ELISA MULDOR


Hacía muchos años que no tenía noticias de mi amiga Elisa, todo lo que sabía de ella, es que se había retirado a vivir en el campo y que vivía una vida austera, alejada del ruido mundano en compañía de Poe, su gato.Elisa Muldor era una actriz brillante. Cuando yo la conocí contaba con un gran elenco de películas al lado de los actores más afamados de la escena. Al contrario de otras actrices que abandonan su trabajo cuando su brillo se extingue, ella se había retirado en el punto más álgido de su carrera, cuando aún llenaba las salas y los directores continuaban tentándola con sus guiones.Por eso me inquietó la carta que ahora tenía entre mis manos porque Elisa era mi mejor amiga y si ésta llegaba a mí, cuando incluso a mi me había negado conocer el lugar donde se hallaba, significaba que algo debía andar mal, muy mal en su vida.
Rasgué el sobre con nerviosismo. Dentro de él, había un croquis del lugar donde residía junto a un papel que decía:
-Ayúdame. ¿Viene a por mi?
Inmediatamente cogí mi coche y me dirigí hacia el norte en busca del lugar que marcaba la reseña de la carta. Después de circular en la noche a través de largas autopistas, y oscuras carreteras comarcales, se hizo el día, y con él me encontré en una carretera sin asfaltar en medio de un bosque sin ningún letrero indicador.
No obstante, según el dibujo que ella me había hecho, estaba en el camino correcto así que me esforcé en abrir mucho los ojos para visualizar los peligros que podían acecharme porque efectivamente, había mucha niebla y era más que probable que algún animal salvaje pudiera atravesarse en mi camino.
Finalmente, vi la casa. Me costó encontrarla pues la carretera llegaba a un punto muerto y la casa estaba casi oculta por los árboles y la maleza. Dejé mi coche allí aparcado con la seguridad de que nadie iba a llegar a un lugar como aquel para robármelo y me introduje en aquella maraña. Ella, me refiero a la casa se alzó ante mi, majestuosamente como si quisiese asustarme con su imponente altura. Lejos de mi, en el coche, mi radíocasete se había puesto a funcionar solo y la música de una canción de Bob Marley ponía la alegre banda sonora a aquel tétrico ambiente.
En los alrededores del edificio, salvo la música que surgía de mi lejano coche, no se oía nada: ni pájaros, ni grillos, nada, ni siquiera el viento. Era un silencio sepulcral, incómodo.
Atravesé corriendo un descuidado jardín lleno de rosas y me dirigí a la entrada de la casa, preguntándome porque Elisa había escogido aquel caserón tan grande para vivir ella sola. Más que caserón parecía toda una mansión, llena de habitaciones y ácaros. A Elisa no le gustaban los ácaros, eso lo recordaba bien.
Extrañamente, no hizo falta que golpease la puerta. Sonó con un ruido quejumbroso dejando paso a una amplia sala de de madera encerado y en el centro de ella, un bonito piano de cola.
-¡ Elisa! ¡Elisa!- Llamé- ¿Estás ahí?- Pero nadie me contestó.
Recorrí uno a uno cada lugar de aquel palacio y nadie, absolutamente nadie persona ni animal, salió a mi encuentro. Todas las habitaciones estaban limpias como la patena, sin una mota de polvo y en el aire parecía oler a una fragancia de rosas muy sutil, el perfume que ella solía echarse.
Pero no había nadie. Debió ser mi imaginación. Lo comprobé según pasaban los días y las semanas. La nevera y las grandes despensas de Elisa estaban llenas de víveres así que no tuve problema por la comida.
Mi larga estancia en aquel lugar no se debió solamente a mi preocupación por Elisa. Me hubiese marchado de aquel lugar mucho antes y hubiese dado cuenta a la policía de su desaparición sino fuese porque se produjo una enorme tormenta que me hizo desistir de inmediato.
Para colmo de mis males, el temporal no amainaba y me encontraba en una casa extremadamente limpia y con todas las comodidades pero sin teléfono y sin luz.
En la casa no había ni una sola vela así que podéis imaginaros mi terror cuando llegaba la noche y el viento furioso abría la ventana de mi dormitorio dejando entrar el gélido aire del invierno.
Una de esas noches, algo me sorprendió. Sentí un golpe fuerte, abrí los ojos y vi que era nuevamente la ventana. La cerré con cuidado y volví a tumbarme escuchando el ruido que hacía la lluvia en los cristales. De repente, mire la mesita. No sé porqué, era algo extraño, pero había revisado en todos los lugares de la casa menos en este.
Mi sorpresa fue aún mayor cuando descubrí en él una linterna y varios recortes de periódico.
La linterna no era demasiado grande y no iluminaba mucho, pero menos valía una piedra.
Leí con atención los recortes de periódico. Eran noticias relacionadas con la última película en la que Elisa había intervenido. Aquella que le había cambiado tanto como para abandonar su vida y retirarse a una casa como aquella. Los recortes decían:
1- Especialista muere degollado durante el rodaje de la película: ?La Bruja?.
2- La actriz secundaria Amalia Rey se ahorca durante el rodaje de la película ?La Bruja?
3- Los actores aseguran haber presenciado varios fenómenos paranormales durante el rodaje de esta película.
4- El director no teme al lleno de las salas. Asegura que todos estos incidentes no harán sino incentivar al público a acudir a verla.
Así que aquello era lo que había llevado a Elisa Muldor a huir del mundo.
Recordaba la película porque la había visto en el cine. Trataba de un grupo de adolescentes que se acercaban a una bruja sentada de espaldas. Querían verle la cara. La visión de esta era tan horrorosa que todos morían.
De pronto, sonó un ruido de cristales y unos aullidos de gato que causaron en mí un temblor involuntario.
¡Poe! Pensé El gato de Elisa. Era extraño. No le había echado de menos durante aquel tiempo. ¿Dónde diablos se había metido?.
Cogí la linterna y descendí lentamente por las escaleras hasta llegar a la sala del piano.
El sonido partía exactamente de allí bajo el piano. Los aullidos iban in crescendo.
Empleé todas mis fuerzas para arrastrar el piano de cola y me tumbé pegando mi oído al suelo para ver de donde partía el sonido.
De pronto, mis manos palparon algo. No tardé en darme cuenta que aquello era una trampilla y me dispuse a abrirla.
Ante mi se mostraban unos escalones de piedra resbaladiza y una estancia fría y oscura. Los maullidos habían cesado.
Iluminé los escalones con mi pequeña linterna y bajé lentamente. Una vez allí vi que había un pequeño interruptor y lo accioné e inmediatamente la pequeña estancia se llenó de luz.
Lo que vi allí. Debo deciros que me dejó de piedra. Parecía todo un museo dedicado a la brujería. Por doquier hallaba urnas de cristal llenas de ungüentos, libros de magia y seres extraños con la cabeza de roedor y el cuerpo de dios sabe que otras alimañas.
A ambos lados de la sala, había aparatos de tortura como aquellos que en su día empleó la santa inquisición para aplicarlos con las brujas pero lo que más me sorprendió fue?.
El gato de Elisa, Poe, estaba sentado sobre la cabeza de una extraña figura sentada de espaldas a la pared como si fuese víctima de algún tipo de castigo. El cabello le caía desordenado y sucio sobre los hombros. Vestía un hábito andrajoso color musgo y sus piernas estaban atenazadas por los grilletes.
Mis pasos vacilaron pero continuaron su avance. No me importó el hálito frío y el estertor que sentí ni el maullido salvaje de Poe ni su zarpazo en la cara. Había algo que me atraía como un imán, yo era una persona miedosa y sin embargo tenía una necesidad imperiosa de saber quien era la mujer que estaba sentada de espaldas cara a la pared en aquella lóbrega mazmorra.
No os diré lo que vi. Es demasiado terrible. Sólo que Elisa Muldor ponía en su carta que: Venía a por ella y efectivamente la encontró.
Y también a mí.
Ahora yo vivo también en esta casa y te espero.
¿Tienes curiosidad?

(*)Fuente: Moriana Riley

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