tag:blogger.com,1999:blog-55331311104996819472024-03-13T05:18:42.635+01:00LA CRIPTAHistorias de Misterio e ImaginaciónCabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.comBlogger114125tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-82532099203741427582010-05-09T00:19:00.001+02:002010-05-09T01:13:05.584+02:00TALES OF MYSTERY AND IMAGINATION<object style="background-image:url(http://i2.ytimg.com/vi/58h6YIJxrgg/hqdefault.jpg)" width="400" height="300"><param name="movie" value="http://www.youtube.com/v/58h6YIJxrgg&hl=es_ES&fs=1"><param name="allowFullScreen" value="true"><param name="allowscriptaccess" value="always"><embed src="http://www.youtube.com/v/58h6YIJxrgg&hl=es_ES&fs=1" width="400" height="300" allowscriptaccess="never" allowfullscreen="true" wmode="transparent" type="application/x-shockwave-flash"></embed></object>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-51152207650566666702009-05-02T06:00:00.001+02:002009-05-02T06:00:00.497+02:00LA JOYA DE LAS SIETE ESTRELLAS II<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9agbyWNVtZhZyZrHfTwVI_vvj95gOHPYuG86vZnaijdTYFSiq9LGdGyFcscVsnz1_lkPdpYW8bIzdoAJRFoM_sohcBH4Jbnh6-fM45B0bL3ms9ew2F5B8KmLklg8C22t0EPES8xdkEY7Y/s1600-h/Bram_Stoker_Joya_7_Estrellas1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5329432565295312290" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 151px; CURSOR: hand; HEIGHT: 214px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg9agbyWNVtZhZyZrHfTwVI_vvj95gOHPYuG86vZnaijdTYFSiq9LGdGyFcscVsnz1_lkPdpYW8bIzdoAJRFoM_sohcBH4Jbnh6-fM45B0bL3ms9ew2F5B8KmLklg8C22t0EPES8xdkEY7Y/s200/Bram_Stoker_Joya_7_Estrellas1.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><strong><span style="color:#cc33cc;">II. EXTRAÑAS INSTRUCCIONES<br /></div></span></strong><div align="justify">El superintendente Dolan se dirigió a la puerta, que entreabrió un poco para, posteriormente, dando un suspiro de alivio, abrirla de par en par a fin de dar paso a un joven de rostro afeitado, alto y esbelto, de semblante inteligente y mirada rápida, que se hacía cargo de todo de una sola ojeada. En cuanto los dos hombres se hallaron a un paso de distancia, se estrecharon la mano con la mayor cordialidad.<br />—He venido inmediatamente después de recibir su aviso, señor superintendente.<br />—Muchas gracias, sargento Daw.<br />Seguidamente, sin más preliminares, empezó a referir-le todo lo que sabía hasta entonces. El sargento hizo algunas preguntas, muy pocas, luego dirigió algunas rápidas miradas a su alrededor, se fijó en nosotros y, por último, en el herido que estaba inanimado sobre el sofá. Después se acercó a mi y recordó la ocasión en que habíamos estado en contacto. Tras haber cruzado unas frases, me dejó para ir a hablar con el doctor, a quien dirigió algunas preguntas acerca de la herida del paciente, y, finalmente, se volvió hacia la señorita Trelawny, diciéndole:<br />—Le ruego que me comunique todo cuanto sepa acerca de su padre; es decir, de su modo de vivir, su historia. En una palabra, todo lo que le parezca interesante.<br />—Por desgracia —contestó la señorita Trelawny—, sé muy poco.<br />—Perfectamente, señorita. Nos contentaremos con lo que usted sepa —contestó el detective—. Y ahora empezaré por hacerle un detenido examen.<br />Dichas estas palabras, el sargento Daw rogó a la señorita Trelawny que le relatase lo ocurrido. En cuanto ella hubo terminado, aquel hombre se acercó a la cama, la miró atentamente y preguntó:<br />—¿Sabe usted si la ha tocado alguien?<br />—No, señor —contestó la joven.<br />Daw sacó una lupa muy grande del bolsillo y examinó la cama, cuidando de no alterar en nada la posición de las sábanas y, especialmente, fijándose en las manchas de sangre, que llegaban hasta el suelo. Luego se dirigió a las ventanas, que estaban cerradas, y preguntó si, en el momento de ocurrir el hecho, estaban colocados los postigos, a lo cual la señorita Trelawny contestó negativa-mente. Mientras tanto, el doctor Winchester cuidaba al herido y le vendaba las lesiones de la muñeca. Al terminar, procedió a un minucioso reconocimiento de la cabeza del señor Trelawny y se fijó en la región precordial, así como en la garganta. Más de una vez acercó la nariz a la boca del herido, aspirando el aire, y mirando, sin darse cuenta, en tomo de la estancia, como si buscara algo.<br />De pronto oímos la fuerte voz del detective que decía:<br />—Por lo que he observado hasta ahora, se trataba de llevar hasta la caja de caudales la llavecita sujeta a la pulsera del señor Trelawny. Al parecer, en la cerradura del arca hay un secreto que, por ahora, desconozco. Pero iré a casa de los fabricantes para averiguarlo.<br />Volviéndose al doctor, añadió:<br />—¿Puede usted comunicarme algo, señor Winchester?<br />—Como ya le dije —replicó éste—, haré un relato detallado; aunque, por desgracia, pocas son las cosas que podré consignar. En la cabeza del señor Trelawny no hay ninguna contusión que explique el estado de estupor en que se halla. Por consiguiente, debería creer que ha sido narcotizado o sometido a una influencia hipnótica. Sin embargo, pienso que no ha ingerido ningún narcótico o, por lo menos, ninguno que conozca. Aunque, en esta habitación, tan saturada de los olores que expelen las momias, es difícil asegurar nada, pues cabe la posibilidad de que la substancia química causante de este estado de inconsciencia tuviese un aroma muy delicado. También es probable que el paciente hubiese tomado algún somnífero, y que, en el curso de su sueño, se hubiese herido; sin embargo, no lo creo factible.<br />—Tal vez tenga usted razón —contestó el sargento—. Pero ante todo, hemos de encontrar el instrumento que le causó la herida en la muñeca. Supongo que, por ahí, encontraremos huellas de sangre.<br />—Lo mismo creo -contestó el doctor, sujetándose mejor los lentes como si se dispusiera a replicar—, Pero si el paciente ha hecho uso de alguna droga extraña quizás se tratara de una substancia sin efectos inmediatos. Así, pues, hemos de estar preparados para todas las eventualidades.<br />—Todo eso que dice usted, doctor, es muy acertado —indicó entonces la señorita Trelawny-. Por lo menos, en lo referido al somnífero. Pero tenga usted en cuenta que en tal caso, habría que dar por supuesto que la herida se la infligió mi padre después de haber notado los efectos del narcótico —el detective y el doctor hicieron un gesto de asentimiento y la señorita Trelawny continuó.— De todos modos, creo, con ustedes, que, en primer lugar, es preciso encontrar el arma que causó la herida a mi padre.<br />—Quizá la guardó en el arca antes de perder el conocimiento —observé yo sin pensarlo demasiado.<br />—Eso no es posible —se apresuró a replicar el doctor—. Tenga usted en cuenta que la mano izquierda está cubierta de sangre y que, en cambio, no hay ni una gota en el arca.<br />—Tiene usted razón —contesté.<br />Tras una larga pausa el doctor dijo:<br />—Necesitaremos, cuanto antes, una enfermera. Yo conozco a una muy apropiada y, si ustedes me lo permiten, iré a llamarla. Durante mi ausencia les ruego que no dejen solo al paciente. Quizá más adelante, convendrá trasladarlo a otra habitación.<br />La señorita Trelawny prometió no dejar solo a su padre y el doctor, después de darle algunas instrucciones en caso de que aquél recobrase el sentido, salió de la estancia.<br />A su vez, el sargento manifestó que debía volver a Scotland Yard para dar parte a sujete y prometió volver lo antes posible. Pero, primeramente, pidió permiso para examinar el escritorio del señor Trelawny y, al serle concedido tan amplio como quisiera, inició al momento un registro, cuyo resultado fue el hallazgo de una carta sellada que entregó a la señorita Trelawny.<br />—¡Una carta para mí! —exclamó ésta, tomándola inmediatamente.<br />Yo me fijé en su rostro mientras leía y, en cuanto se hubo enterado de su contenido, se quedó pensativa. Luego volvió a leerla y, por fin, devolvió la misiva al detective.<br />Éste la leyó dos veces y me la entregó. Entonces pude ver que decía lo que sigue:<br />«Mi querida hija: Deseo que sigas exactamente las instrucciones de esta carta, sin apartarte de ellas por ninguna razón, cualquiera que sea. En el caso de que yo sea víctima de una enfermedad, de un accidente o un ataque, cuida de que se haga lo siguiente: Si ya no estoy en mi dormitorio cuando te des cuenta de mi estado, me harás llevar a él lo antes posible. Aun en el caso de que estuviese muerto, mi cadáver habrá de ser tendido sobre mi cama. Además, hasta que recobre el conocimiento y pueda dar instrucciones acerca de lo que se debe hacer, o hasta que esté enterrado, será necesario que no me quede solo ni un momento. Durante la noche habrán de permanecer, por lo menos, dos personas en mi habitación. Será preciso que me cuide una enfermera y que tome nota de los síntomas, permanentes o no, que puedan llamarle la atención. Mis procuradores Marvin & Jewkes, de Lineólas Inn 27, B, tienen plenas instrucciones para el caso de mi muerte. Y el señor Marvin se encargará de vigilar personalmente el cumplimiento de mis deseos. Como no tienes ningún pariente, te aconsejo, querida hija, que te procures la compañía de una persona amiga en quien puedas confiar y que contribuya a vigilar mi cuerpo o mi cadáver. Tal persona puede ser hombre o mujer, pero, además, será preciso que haya otro vigilante, del sexo contrario al de la persona que hayas elegido. Es decir, que en todo momento, deseo que me observen o me vigilen un hombre y una mujer. De nuevo repito la necesidad de que sigas exactamente mis instrucciones.<br />Ninguna de las cosas que hay en mi habitación ha de ser cambiada de lugar por ningún motivo. Tengo una razón muy especial para eso, de manera que la inobservancia de estas disposiciones alteraría mis planes.<br />Si necesitas dinero, consejo u otra cosa cualquiera, el señor Marvin se apresurará a complacerte, pues tiene para eso plenas instrucciones mías.<br />Tu padre que te quiere,<br />Abel Trelawny.»<br /><br />También leí por segunda vez la carta, con la esperanza de que la señorita Trelawny depositara su confianza en mi persona para llevar a cabo los deseos de su padre. Así, al devolverle la carta le dije:<br />—Supongo, señorita, que perdonará usted mi excesiva presunción, pero si me permite contribuir a la vigilancia de su padre, me sentiré orgulloso.<br />—Se lo agradezco muchísimo —dijo ella. Y, pensándolo mejor, añadió—: Pero comprendo que no puedo ser egoísta. Sé que tiene usted muchas ocupaciones y no quisiera monopolizar todo su tiempo.<br />Yo me apresuré a contestar que, después de haber tomado algunas disposiciones, estaría por completo a su servicio y el detective observó:<br />—Me alegro mucho de que se quede usted, señor Ross. Yo también permaneceré en la casa, si me lo permiten mis jefes. Ahora debo ir a jefatura y a visitar a los fabricantes de esa caja de caudales. Volveré lo antes posible.<br />En cuanto se hubo marchado, la señorita Trelawny y yo guardamos silencio. De vez en cuando me dirigía una mirada que me inspiraba el mayor orgullo. Luego, rogándome que no abandonara ni por un momento la vigilancia de su padre, salió para volver pocos minutos después en compañía de la señora Grant, de dos doncellas y de dos criados. Estos últimos llevaban una cama de hierro plegable que se ocuparon inmediatamente en armar y, cuando terminaron, la señorita Trelawny me dijo:<br />—Conviene tenerlo todo dispuesto para cuando llegue el doctor. Sin duda querrá acostar a mi padre, y, para eso, siempre será mejor una cama que un sofá.<br />Se sentó entonces a corta distancia del señor Trelawny y yo di una vuelta a la estancia, contemplando las infinitas curiosidades que allí había, casi todas egipcias. La habitación tenia proporciones enormes y, por consiguiente, cabían allí muchas y de gran tamaño.<br />Mientras estaba así ocupado, oí el sonido de unas ruedas deteniéndose ante la casa. Al instante, llamaron y, pocos minutos después, tras de un golpecito dado en la puerta, apareció el doctor Winchester, seguido por una joven que llevaba el traje oscuro propio de las enfermeras.<br />—He tenido suerte —dijo el doctor—. Señorita Trelawny, le presento a la enfermera, la señorita Kennedy.<br /><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Bram Stoker</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-23640333902115868982009-05-01T06:00:00.004+02:002009-05-01T06:00:00.931+02:00LA JOYA DE LAS SIETE ESTRELLAS I<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhEZSkn86EmpjQkfsxJSYQ60sjfwfARCp5BssksRsnqmGJ0p74t9y2U7TIj5pu0ikX_6wuc5NPIhAsS0UtL88zBpP5G1V47KWvaobt8Ba1Y0Nd7LLexeaLDkyqw4G5j9qG-OO3RJnzQ5zru/s1600-h/Bram_Stoker_Joya_7_Estrellas.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5329427854864715554" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 222px; CURSOR: hand; HEIGHT: 145px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhEZSkn86EmpjQkfsxJSYQ60sjfwfARCp5BssksRsnqmGJ0p74t9y2U7TIj5pu0ikX_6wuc5NPIhAsS0UtL88zBpP5G1V47KWvaobt8Ba1Y0Nd7LLexeaLDkyqw4G5j9qG-OO3RJnzQ5zru/s200/Bram_Stoker_Joya_7_Estrellas.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><br /><strong><span style="color:#cc33cc;">I. UNA LLAMADA EN LA NOCHE</span><br /></strong><br /></div><div align="justify">Era todo tan real que apenas podía imaginar que me hubiese ocurrido en otro tiempo; y, sin embargo, cada episodio se me presentaba no como una nueva fase de la lógica de las cosas, sino como algo esperado. De nuevo veía el ligero esquife, reposando perezoso en el agua tranquila, al abrigo de la luz feroz del mes de julio y a la fresca sombra de las ramas de sauce extendida sobre el río.</div><div align="justify">Yo en pie sobre la oscilante embarcación y ella sentada inmóvil, mientras con las manos se protegía del choque de las ramitas de los sauces. De nuevo veía el agua de color pardo dorado bajo el dosel de verde translúcido, y la orilla herbosa tenía un tono de esmeralda. Otra vez parecía estar sentado con ella a la fresca sombra. Rodeados por los infinitos ruidos de la naturaleza los dos solos; en tanto que ella, olvidados tal vez los convencionalismos en que se había educado, me refería, con la mayor naturalidad, su nueva vida, en la que tan sola se sentía. </div><div align="justify">Y, en tono triste, me hizo sentir cómo en aquella espaciosa casa todos sus habitantes se veían aislados por la magnificencia de su padre y de ella misma. Que, allí, la simpatía y la confianza no tenían ningún altar y que incluso el rostro de su padre le parecía tan distante como la antigua vida moral que había llevado. Una vez más, el buen juicio de mi virilidad y la experiencia de mis años se pusieron a los pies de la joven. Pero nunca existe el descanso perfecto, porque, de pronto, las puertas del sueño fueron abiertas de par en par y mis oídos atendieron al ruido que acababa de molestarme, demasiado continuo e insistente para que no se le hiciese caso. </div><div align="justify">Detrás de él había alguna inteligencia activa. Instintivamente miré el reloj; eran las tres de la mañana y ya en el cielo empezaba a descubrirse algún leve resplandor de la aurora. Era evidente que la llamada resonaba en la puerta principal de nuestra propia casa y también que nadie estaba despierto para atender a ella. Me puse la bata y las zapatillas y me fui allá. Al abrir la puerta vi a un elegante lacayo, una de cuyas manos oprimía sin cesar el timbre eléctrico mientras la otra golpeaba el aldabón. </div><div align="justify">En cuanto me vio, cesó el ruido. Dirigió una de sus manos instintivamente a la visera de la gorra y con la otra golpeaba el aldabón. En cuanto me vio, cesó el ruido. Dirigió una de sus manos instintivamente a la visera de la gorra y con la otra me entregó una carta. Ante la puerta vi un elegante automóvil y a un policía con su farol nocturno aún encendido, en el cinturón, que acudió atraído por el ruido.—Dispénseme el señor por haberle molestado, pero tenía órdenes muy estrictas. Además, me dijeron que no perdiese un momento y que no dejara de llamar hasta que acudiese alguien. ¿Vive aquí el señor Malcolm Ross?<br />—Yo soy el señor Malcolm Ross.<br />—En tal caso, señor, la carta y el automóvil son para usted.<br />Con extraña curiosidad tomé la carta que me entregaban. En mi calidad de abogado tuve desde luego extraños casos, pero nunca me ocurrió ninguno como aquél. Retrocedí al recibidor entornando la puerta y encendí la luz eléctrica.<br />La carta era de letra femenina y, sin dirección alguna, empezaba así:<br />«Dijo usted que me ayudaría con gusto en caso necesario y estoy persuadida de que habló sinceramente. Antes de lo que esperaba ha llegado esta ocasión. Me encuentro en una situación muy desagradable y no sé a quién llamar ni de qué valerme. Temo que han querido asesinar a mi padre; aunque, gracias a Dios, aún vive, pese a hallarse sin sentido. He llamado a los médicos y a la policía, pero no tengo a nadie en quien confiar. Si le es posible venga inmediatamente y perdóneme, si puede. Supongo que más adelante comprenderá la razón de que le haya pedido este favor, pero ahora no soy capaz de reflexionar. Venga. Venga en seguida.<br /></div><div align="justify">Margaret Trelawny»<br /><br />En mi mente sentí a la vez el dolor y el entusiasmo. Pero dominó la idea de que ella se hallaba en un apuro y me había llamado..., a mí. Así, pues, cuando soñé con ella, no fue sin motivo.<br />Llamé al lacayo y le dije:<br />—Espere; dentro de un minuto estoy con usted.<br />Luego, eché a correr escaleras arriba.<br />Poco tiempo me bastó para lavarme y vestirme; de modo que, en breve, recomamos las calles con toda la velocidad que permitían el tráfico y el reglamento. Yo había dicho al lacayo que se sentara a mi lado a fin de que me contase, durante el trayecto, todo lo sucedido. Él accedió azorado y habló con la gorra sobre las rodillas:<br />—La señorita Trelawny, señor, mandó recado de que preparásemos cuanto antes un coche y, luego, acudió ella para darme la carta y recomendar al cochero que se diese prisa. Me aconsejó que no perdiese un segundo y que no dejase de llamar hasta que abriesen la puerta.<br />—Ya lo sé..., ya me dijo usted eso. Lo que quiero averiguar es por qué ella me ha hecho llamar. ¿Qué ha ocurrido en la casa?<br />—No lo sé, señor. A excepción de que encontraron al amo en su cuarto, sin sentido, con las sábanas ensangrentadas y una herida en la cabeza. Quizá no se hubiese podido salvar, pero, por suerte, la señorita Trelawny descubrió su estado.<br />—¿Y cómo sucedió, a tal hora de la noche?<br />—Lo ignoro en absoluto, señor, y no conozco ningún detalle.<br />Rápidamente seguimos nuestro camino a lo largo de Knightsbridge, luego dimos la vuelta por el Kensington Palace Road, y después nos detuvimos ante una casa muy grande situada a mano izquierda. Era un edificio magnífico, no sólo con respecto a su medida, sino también por su arquitectura. Y aun a la luz grisácea del amanecer, que tiende a disminuir el tamaño de las cosas, parecía muy grande. La señorita Trelawny me recibió en el hall.<br />No pude observar en ella ninguna timidez. Al parecer, ejercía su autoridad en cuantos la rodeaban gracias a su buena raza y exquisita educación, cosa mucho más notable porque estaba muy agitada y tan blanca como la nieve. En el hall había varios criados. Los hombres se habían agrupado cerca de la puerta y las mujeres ocupaban uno de los rincones más alejados. Un superintendente de policía acababa de hablar con la señorita Trelawny y cerca de él se veía a tres agentes de paisano. Cuando ella tomó, impulsiva, mi mano, apareció en sus ojos una mirada de alivio y dio un suspiro de satisfacción. Su saludo fue muy sencillo.<br />—Ya sabía yo que vendría.<br />El apretón de una mano puede ser muy significativo, aunque nada quiera expresarse con él. La mano de la señorita Trelawny pareció perderse en la mía, no porque fuese muy pequeña —aunque era fina y flexible, de dedos largos y delicados, y muy hermosa—, más bien era una sumisión inconsciente. Y aunque, por el momento, no pude adivinar la causa de la emoción que me sobrecogió, la comprendí luego.<br />Ella se volvió al agente de policía diciendo:<br />—Le presento al señor Malcolm Ross.<br />El oficial de policía saludó y contestó:<br />—Ya lo conozco, señorita. Tal vez tendrá la bondad de recordar que tuve el honor de trabajar con él en el caso de los monederos falsos de Brixton.<br />—¡Ya lo creo, superintendente Dolan!. —exclamó—. Lo recuerdo muy bien.<br />Luego nos estrechamos las manos, cosa que, al parecer, contentó a la señorita Trelawny. Por eso dije al superintendente:<br />—Quizá será mejor que la señorita Trelawny pueda hablarme a solas durante unos minutos. Usted, desde luego, ya está enterado de todo lo que pasa. Y yo entenderé mejor las cosas si puedo hacerle unas cuantas preguntas a la señorita. Después hablaré con usted.<br />—Con mucho gusto —contestó el superintendente en tono cordial.<br />Siguiendo a la señorita Trelawny, me dirigí a una salita que daba al hall y al jardín de la parte posterior de la casa, y, una vez hube cerrado la puerta, la joven dijo:<br />—Más tarde le daré a usted las gracias por su bondad viniendo a mi lado en un momento de apuro, pero ahora podrá ayudarme usted mejor cuando conozca lo sucedido. —Hizo una pausa y continuó:<br />—Me despertó un ruido, aún ignoro cuál. Únicamente sé que lo oí en mi sueño, porque, en el acto, me desperté con el corazón palpitante y el oído tenso. Mi dormitorio está al lado del de mi padre y, con frecuencia, antes de dormirme, le oigo moverse.<br />"Trabaja hasta muy tarde, de modo que si alguna vez me despierto muy temprano, o al amanecer, aún escucho sus movimientos.<br />"Una vez quise demostrarle que velar tanto no le seria bueno, pero no me quedaron ganas de repetir la tentativa, porque es hombre que puede mostrarse muy severo. Anoche me puse en pie sin hacer ruido y me acerqué. No oí nada, a excepción de un leve ruido, como si arrastra-sen algo, seguido de una respiración pesada. Por fin, cobré valor y entreabrí la puerta. Dentro reinaba la oscuridad y sólo pude divisar la silueta de la ventana; pero, en cambio, percibí mejor aquella respiración pesada. Abrí la puerta del todo, encendí la luz y penetré en la estancia. En primer lugar, miré hacia la cama y vi que las sábanas estaban revueltas como si papá se hubiese acostado. En el centro de la mesa había una gran mancha de color rojo oscuro, que se extendía hasta el borde. Aquello paralizó mi corazón. Luego vi a mi padre tendido en el suelo, sobre el lado derecho, como si hubiesen tirado su cuerpo.<br />"Debajo de él había un pequeño charco de sangre. Se hallaba delante del arca de caudales y vestía su pijama. La manga izquierda estaba arrancada, dejando al descubierto el brazo, que se tendía hacia el arca. El aspecto de aquel brazo, cubierto de sangre, con la carne arrancada o cortada en tomo de la cadena de oro que lleva en la muñeca, era espantoso."<br />La joven hizo una pausa y yo, tratando de distraerla, quise hablar, pero ella reanudó su discurso diciendo:</div><div align="justify">—No perdí un solo instante en pedir socorro, pues temía que mi padre se desangrase. Llamé con el timbre y a voces y, finalmente, llegaron algunos criados, que, al abandonar la cama, se habían vestido a toda prisa.<br />"Tendimos a mi padre sobre el sofá, y el ama de llaves, la señora Grant, que parecía tener más serenidad que nosotros, empezó a fijarse en el lugar del que manaba la sangre. Resultó que procedía del brazo desnudo. Allí tenia una herida profunda, no con el corte limpio de un cuchillo, sino, más bien, desgarrada junto a la muñeca, y, al parecer, con una vena cortada. La señora Grant improvisó un torniquete y, así, se contuvo la hemorragia. Yo, mientras tanto, me había serenado un poco y envié a un criado en busca del doctor y a otro para que avisara a la policía. En cuanto se marcharon, me di cuenta de que, a excepción de los criados, estaba sola en la casa, y no sabia nada acerca de mi padre ni de otra cosa alguna. Entonces, sentí el deseo de tener a alguien que me ayudase. Pensé en usted, en el ofrecimiento que me hizo el verano pasado, y, sin detenerme a reflexionar, ordené que le preparasen un automóvil y le escribí unas líneas."<br />Hizo una pausa para, tras un esfuerzo manifiesto, continuar su historia:<br />—El doctor vino casi en seguida porque el sirviente lo encontró en la calle. Inmediatamente procedió a curar a papá y, mientras tanto, llegó un agente de policía, quien se apresuró a enviar un aviso al cuartelillo. De modo que, en el acto, se presentó el superintendente. Luego apareció usted.<br />Se interrumpió y, entonces, me aventuré a tomarle la mano por un instante. Sin pronunciar otra palabra, abrimos la puerta para reunirnos con el superintendente, que estaba en el hall. El nos recibió diciéndonos:<br />-Lo he examinado todo por mi mismo y acabo de mandar un aviso a Scotland Yard. En todo esto, señor Ross, he visto muchas cosas raras y he creído preferible que nos manden al individuo más apto que tengan en el departamento de investigación criminal Por esta razón he pedido que avisen al sargento Daw. Supongo que lo recordará usted, porque intervino en el caso de envenenamiento de Hoxton.<br />En efecto, recordé al sargento y creí que sería un buen elemento para el caso en que nos hallábamos.<br />Seguidamente nos dirigimos a la habitación del señor Trelawny, donde pude ver que la situación era tal como la había descrito su hija.<br />Poco después sonó el timbre de la puerta y no tardó en presentarse un joven de facciones aguileñas, ojos grises agudos y ancha frente propia de un pensador. Llevaba un maletín negro, que se apresuró a abrir. La señorita Trelawny me lo presentó como el doctor Winchester. En cuanto nos hubimos saludado, él se dedicó a su trabajo de curar al herido. De vez en cuando llamaba la atención del superintendente acerca de algún detalle de la lesión, y, especialmente, le señaló la circunstancia de que el brazo había recibido varios cortes o rasgaduras paralelas que empezaban en el lado izquierdo de la muñeca y que en algunos puntos, ponían en peligro la arteria radial.<br />-Esas heridas profundas y desiguales parecen haber sido causadas por un instrumento romo. -Luego volviéndose a la señorita Trelawny añadió-: ¿Podríamos quitar esa cadena? Eso proporcionaría alguna comodidad al paciente.<br />-No lo sé -contestó la joven-. Hace poco tiempo que vivo con mi padre y apenas conozco sus costumbres o sus ideas.<br />—No se preocupe usted por eso, señorita —contestó el doctor—. Por ahora podremos abstenemos de quitar esta cadena. Fíjese usted en que hay una llavecita sujeta a ella. Véala por sí misma. Esa cadena es de acero chapado en oro y, con seguridad, para quitársela, sería preciso una lima.<br />El superintendente se arrodilló para examinar aquella joya y el doctor invitó a la señorita Trelawny a que se fijara en ella.<br /><span style="color:#cc33cc;"><strong>(*)Fuente: Bram Stoker</strong></span></div></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-1635093291118020472009-04-26T14:32:00.003+02:002009-04-26T14:39:54.043+02:00LA CASA ENCANTADA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjLkTczV_hUXAJW699svG6Wga-Gs-F3YcqqiGFsfCMm_t2MjNs_G7NSIBk5Fg0Z4loLndAIlAQh7hrwX1k8-JXXvSYQTggXLXjA_tP3OZ_ox55XwvJtXCsvB5L1ft56JKPWO9GT5xQz_1D/s1600-h/casa_arbol_siniestra.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5328978141764531554" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 192px; CURSOR: hand; HEIGHT: 217px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhjLkTczV_hUXAJW699svG6Wga-Gs-F3YcqqiGFsfCMm_t2MjNs_G7NSIBk5Fg0Z4loLndAIlAQh7hrwX1k8-JXXvSYQTggXLXjA_tP3OZ_ox55XwvJtXCsvB5L1ft56JKPWO9GT5xQz_1D/s200/casa_arbol_siniestra.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Una joven soñó una noche que caminaba por un extraño sendero campesino, que ascendía por una colina boscosa cuya cima estaba coronada por una hermosa casita blanca, rodeada de un jardín. Incapaz de ocultar su placer, llamó a la puerta de la casa, que finalmente fue abierta por un hombre muy, muy anciano, con una larga barba blanca. En el momento en que ella empezaba a hablarle, despertó. Todos los detalles de este sueño permanecieron tan grabados en su memoria, que por espacio de varios días no pudo pensar en otra cosa. Después volvió a tener el mismo sueño en tres noches sucesivas. Y siempre despertaba en el instante en que iba a comenzar su conversación con el anciano.<br />Pocas semanas más tarde la joven se dirigía en automóvil a una fiesta de fin de semana. De pronto, tironeó la manga del conductor y le pidió que detuviera el auto. Allí, a la derecha del camino pavimentado, estaba el sendero campesino de su sueño.<br />-Espéreme un momento -suplicó, y echó a andar por el sendero, con el corazón latiéndole alocadamente.<br />Ya no se sintió sorprendida cuando el caminito subió enroscándose hasta la cima de la boscosa colina y la dejó ante la casa cuyos menores detalles recordaba ahora con tanta precisión. El mismo anciano del sueño respondía a su impaciente llamado.<br />-Dígame -dijo ella-, ¿se vende esta casa?<br />-Sí -respondió el hombre-, pero no le aconsejo que la compre. ¡Un fantasma, hija mía, frecuenta esta casa!<br />-Un fantasma -repitió la muchacha-. Santo Dios, ¿y quién es?<br />-Usted -dijo el anciano, y cerró suavemente la puerta.</div><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Cuento Anónimo Europeo</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-1313831055327778162009-04-25T17:30:00.002+02:002009-04-25T17:46:17.970+02:00APARICIÓN<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUQa44YBDH3ITye8dnZfwt5b66-aKz9fHo0iox_wfee1HZf2C59LhZLRt13M70QYy1q8oa324BQ5oYYgfw9V1SYBiB8wR_kL8v-ke9MypSiv1_AUFKUkAIZP4GuBAN8jR3zitX8J1ENICQ/s1600-h/Aparici%C3%B3n_fantasmal.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5328655753242880146" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 272px; CURSOR: hand; HEIGHT: 195px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiUQa44YBDH3ITye8dnZfwt5b66-aKz9fHo0iox_wfee1HZf2C59LhZLRt13M70QYy1q8oa324BQ5oYYgfw9V1SYBiB8wR_kL8v-ke9MypSiv1_AUFKUkAIZP4GuBAN8jR3zitX8J1ENICQ/s320/Aparici%C3%B3n_fantasmal.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Se hablaba de secuestros a raíz de un reciente proceso. Era al final de una velada íntima en la rue de Grenelle, en una casa antigua, y cada cual tenía su historia, una historia que afirmaba que era verdadera.<br />Entonces el viejo marqués de la Tour-Samuel, de ochenta y dos años, se levantó y se apoyó en la chimenea. Dijo, con voz un tanto temblorosa:<br />Yo también sé algo extraño, tan extraño que ha sido la obsesión de toda mi vida. Hace ahora cincuenta y seis años que me ocurrió esta aventura, y no pasa ni un mes sin que la reviva en sueños. De aquel día me ha quedado una marca, una huella de miedo, ¿entienden? Sí, sufrí un horrible temor durante diez minutos, de una forma tal que desde entonces una especie de terror constante ha quedado para siempre en mi alma. Los ruidos inesperados me hacen sobresaltar hasta lo más profundo; los objetos que distingo mal en las sombras de la noche me producen un deseo loco de huir. Por las noches tengo miedo.<br />¡Oh!, nunca hubiera confesado esto antes de llegar a la edad que tengo ahora. En estos momentos puedo contarlo todo. Cuando se tienen ochenta y dos años está permitido no ser valiente ante los peligros imaginarios. Ante los peligros verdaderos jamás he retrocedido, señoras.<br />Esta historia alteró de tal modo mi espíritu, me trastornó de una forma tan profunda, tan misteriosa, tan horrible, que jamás hasta ahora la he contado. La he guardado en el fondo más íntimo de mí, en ese fondo donde uno guarda los secretos penosos, los secretos vergonzosos, todas las debilidades inconfesables que tenemos en nuestra existencia.<br />Les contaré la aventura tal como ocurrió, sin intentar explicarla. Por supuesto es explicable, a menos que yo haya sufrido una hora de locura. Pero no, no estuve loco, y les daré la prueba. Imaginen lo que quieran. He aquí los hechos desnudos.<br />Fue en 1827, en el mes de julio. Yo estaba de guarnición en Ruán.<br />Un día, mientras paseaba por el muelle, encontré a un hombre que creí reconocer sin recordar exactamente quién era. Hice instintivamente un movimiento para detenerme. El desconocido captó el gesto, me miró y se me echó a los brazos.<br />Era un amigo de juventud al que había querido mucho. Hacía cinco años que no lo veía, y desde entonces parecía haber envejecido medio siglo. Tenía el pelo completamente blanco; y caminaba encorvado, como agotado. Comprendió mi sorpresa y me contó su vida. Una terrible desgracia lo había destrozado.<br />Se había enamorado locamente de una joven, y se había casado con ella en una especie de éxtasis de felicidad. Tras un año de una felicidad sobrehumana y de una pasión inagotada, ella había muerto repentinamente de una enfermedad cardíaca, muerta por su propio amor, sin duda.<br />Él había abandonado su casa de campo el mismo día del entierro, y había acudido a vivir a su casa en Ruán. Ahora vivía allí, solitario y desesperado, carcomido por el dolor, tan miserable que sólo pensaba en el suicidio.<br />-Puesto que te he encontrado de este modo -me dijo-, me atrevo a pedirte que me hagas un gran servicio: ir a buscar a mi casa de campo, al secreter de mi habitación, de nuestra habitación, unos papeles que necesito urgentemente. No puedo encargarle esta misión a un subalterno o a un empleado porque es precisa una impenetrable discreción y un silencio absoluto. En cuanto a mí, por nada del mundo volvería a entrar en aquella casa.<br />»Te daré la llave de esa habitación, que yo mismo cerré al irme, y la llave de mi secreter. Además le entregarás una nota mía a mi jardinero que te abrirá la casa.<br />»Pero ven a desayunar conmigo mañana, y hablaremos de todo eso.<br />Le prometí hacerle aquel sencillo servicio. No era más que un paseo para mí, su casa de campo se hallaba a unas cinco leguas de Ruán. No era más que una hora a caballo.<br />A las diez de la mañana siguiente estaba en su casa. Desayunamos juntos, pero no pronunció ni veinte palabras. Me pidió que lo disculpara; el pensamiento de la visita que iba a efectuar yo en aquella habitación, donde yacía su felicidad, lo trastornaba, me dijo. Me pareció en efecto singularmente agitado, preocupado, como si en su alma se hubiera librado un misterioso combate.<br />Finalmente me explicó con exactitud lo que tenía que hacer. Era muy sencillo. Debía tomar dos paquetes de cartas y un fajo de papeles cerrados en el primer cajón de la derecha del mueble del que tenía la llave. Añadió:<br />-No necesito suplicarte que no los mires.<br />Me sentí casi herido por aquellas palabras, y se lo dije un tanto vivamente. Balbuceó:<br />-Perdóname, sufro demasiado.<br />Y se echó a llorar.<br />Me marché una hora más tarde para cumplir mi misión.<br />Hacía un tiempo radiante, y avancé al trote largo por los prados, escuchando el canto de las alondras y el rítmico sonido de mi sable contra mi bota.<br />Luego entré en el bosque y puse mi caballo al paso. Las ramas de los árboles me acariciaban el rostro, y a veces atrapaba una hoja con los dientes y la masticaba ávidamente, en una de estas alegrías de vivir que nos llenan, no se sabe por qué, de una felicidad tumultuosa y como inalcanzable, una especie de embriaguez de fuerza.<br />Al acercarme a la casa busqué en el bolsillo la carta que llevaba para el jardinero, y me di cuenta con sorpresa de que estaba lacrada. Aquello me irritó de tal modo que estuve a punto de volver sobre mis pasos sin cumplir mi encargo. Luego pensé que con aquello mostraría una sensibilidad de mal gusto. Mi amigo había podido cerrar la carta sin darse cuenta de ello, turbado como estaba.<br />La casa parecía llevar veinte años abandonada. La barrera, abierta y podrida, se mantenía en pie nadie sabía cómo. La hierba llenaba los caminos; no se distinguían los arriates del césped.<br />Al ruido que hice golpeando con el pie un postigo, un viejo salió por una puerta lateral y pareció estupefacto de verme. Salté al suelo y le entregué la carta. La leyó, volvió a leerla, le dio la vuelta, me estudió de arriba abajo, se metió el papel en el bolsillo y dijo:<br />-¡Y bien! ¿Qué es lo que desea?<br />Respondí bruscamente:<br />-Usted debería de saberlo, ya que ha recibido dentro de ese sobre las órdenes de su amo; quiero entrar en la casa.<br />Pareció aterrado. Declaró:<br />-Entonces, ¿piensa entrar en... en su habitación?<br />Empecé a impacientarme.<br />-¡Por Dios! ¿Acaso tiene usted intención de interrogarme?<br />Balbuceó:<br />-No..., señor..., pero es que... es que no se ha abierto desde... desde... la muerte. Si quiere esperarme cinco minutos, iré... iré a ver si...<br />Lo interrumpí colérico.<br />-¡Ah! Vamos, ¿se está burlando de mí? Usted no puede entrar, porque aquí está la llave.<br />No supo qué decir.<br />-Entonces, señor, le indicaré el camino.<br />-Señáleme la escalera y déjeme sólo. Sabré encontrarla sin usted.<br />-Pero.... señor... sin embargo...<br />Esta vez me irrité realmente.<br />-Está bien, cállese, ¿quiere? 0 se las verá conmigo.<br />Lo aparté violentamente y entré en la casa.<br />Atravesé primero la cocina, luego dos pequeñas habitaciones que ocupaba aquel hombre con su mujer. Franqueé un gran vestíbulo, subí la escalera, y reconocí la puerta indicada por mi amigo.<br />La abrí sin problemas y entré.<br />El apartamento estaba tan a oscuras que al principio no distinguí nada. Me detuve, impresionado por aquel olor mohoso y húmedo de las habitaciones vacías y cerradas, las habitaciones muertas. Luego, poco a poco, mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, y vi claramente una gran pieza en desorden, con una cama sin sábanas, pero con sus colchones y sus almohadas, de las que una mostraba la profunda huella de un codo o de una cabeza, como si alguien acabara de apoyarse en ella.<br />Las sillas aparecían en desorden. Observé que una puerta, sin duda la de un armario, estaba entreabierta.<br />Me dirigí primero a la ventana para dar entrada a la luz del día y la abrí; pero los hierros de las contraventanas estaban tan oxidados que no pude hacerlos ceder.<br />Intenté incluso forzarlos con mi sable, sin conseguirlo. Irritado ante aquellos esfuerzos inútiles, y puesto que mis ojos se habían acostumbrado al final perfectamente a las sombras, renuncié a la esperanza de conseguir más luz y me dirigí al secreter.<br />Me senté en un sillón, corrí la tapa, abrí el cajón indicado. Estaba lleno a rebosar. No necesitaba más que tres paquetes, que sabía cómo reconocer, y me puse a buscarlos.<br />Intentaba descifrar con los ojos muy abiertos lo escrito en los distintos fajos, cuando creí escuchar, o más bien sentir, un roce a mis espaldas. No le presté atención, pensando que una corriente de aire había agitado alguna tela. Pero, al cabo de un minuto, otro movimiento, casi indistinto, hizo que un pequeño estremecimiento desagradable recorriera mi piel. Todo aquello era tan estúpido que ni siquiera quise volverme, por pudor hacia mí mismo. Acababa de descubrir el segundo de los fajos que necesitaba y tenía ya entre mis manos el tercero cuando un profundo y penoso suspiro, lanzado contra mi espalda, me hizo dar un salto alocado a dos metros de allí. Me volví en mi movimiento, con la mano en la empuñadura de mi sable, y ciertamente, si no lo hubiera sentido a mi lado, hubiera huido de allí como un cobarde.<br />Una mujer alta vestida de blanco me contemplaba, de pie detrás del sillón donde yo había estado sentado un segundo antes.<br />¡Mis miembros sufrieron una sacudida tal que estuve a punto de caer de espaldas! ¡Oh! Nadie puede comprender, a menos que los haya experimentado, estos espantosos y estúpidos terrores. El alma se hunde; no se siente el corazón; todo el cuerpo se vuelve blando como una esponja, cabría decir que todo el interior de uno se desmorona.<br />No creo en los fantasmas; sin embargo, desfallecí bajo el horrible temor a los muertos, y sufrí, ¡oh!, sufrí en unos instantes más que en todo el resto de mi vida, bajo la irresistible angustia de los terrores sobrenaturales.<br />¡Si ella no hubiera hablado, probablemente ahora estaría muerto! Pero habló; habló con una voz dulce y dolorosa que hacía vibrar los nervios. No me atreveré a decir que recuperé el dominio de mí mismo y que la razón volvió a mí. No. Estaba tan extraviado que no sabía lo que hacía; pero aquella especie de fiereza íntima que hay en mí, un poco del orgullo de mi oficio también, me hacían mantener, casi pese a mí mismo, una actitud honorable. Fingí ante mí, y ante ella sin duda, ante ella, fuera quien fuese, mujer o espectro. Me di cuenta de todo aquello más tarde, porque les aseguro que, en el instante de la aparición, no pensé en nada. Tenía miedo.<br />-¡Oh, señor! -me dijo-. ¡Puede hacerme un gran servicio!<br />Quise responderle, pero me fue imposible pronunciar una palabra. Un ruido vago brotó de mi garganta.<br />-¿Quiere? -insistió-. Puede salvarme, curarme. Sufro atrozmente. Sufro, ¡oh, sí, sufro!<br />Y se sentó suavemente en mi sillón. Me miraba.<br />-¿Quiere?<br />Afirmé con la cabeza incapaz de hallar todavía mi voz.<br />Entonces ella me tendió un peine de carey y murmuró:<br />-Péineme, ¡oh!, péineme; eso me curará; es preciso que me peinen. Mire mi cabeza... Cómo sufro; ¡cuanto me duelen los cabellos!<br />Sus cabellos sueltos, muy largos, muy negros, me parecieron, colgaban por encima del respaldo del sillón y llegaban hasta el suelo.<br />¿Por qué hice aquello? ¿Por qué recibí con un estremecimiento aquel peine, y por qué tomé en mis manos sus largos cabellos que dieron a mi piel una sensación de frío atroz, como si hubiera manejado serpientes? No lo sé.<br />Esta sensación permaneció en mis dedos, y me estremezco cuando pienso en ella.<br />La peiné. Manejé no sé cómo aquella cabellera de hielo. La retorcí, la anudé y la desanudé; la trencé como se trenza la crin de un caballo. Ella suspiraba, inclinaba la cabeza, parecía feliz.<br />De pronto me dijo «¡Gracias!», me arrancó el peine las manos y huyó por la puerta que había observado que estaba entreabierta.<br />Ya solo, sufrí durante unos segundos ese trastorno de desconcierto que se produce al despertar después de una pesadilla. Luego recuperé finalmente los sentidos; corrí a la ventana y rompí las contraventanas con un furioso golpe.<br />Entró un chorro de luz diurna. Corrí hacia la puerta por donde ella se había ido. La hallé cerrada e infranqueable.<br />Entonces me invadió una fiebre de huida, un pánico, el verdadero pánico de las batallas. Cogí bruscamente los tres paquetes de cartas del abierto secreter; atravesé corriendo el apartamento, salté los peldaños de la escalera de cuatro en cuatro, me hallé fuera no sé por dónde, y, al ver a mi caballo a diez pasos de mí, lo monté de un salto y partí al galope.<br />No me detuve más que en Ruán, delante de mi alojamiento. Tras arrojar la brida a mi ordenanza, me refugié en mi habitación, donde me encerré para reflexionar.<br />Entonces, durante una hora, me pregunté ansiosamente si no habría sido juguete de una alucinación. Ciertamente, había sufrido una de aquellas incomprensibles sacudidas nerviosas, uno de aquellos trastornos del cerebro que dan nacimiento a los milagros y a los que debe su poder lo sobrenatural.<br />E iba ya a creer en una visión, en un error de mis sentidos, cuando me acerqué a la ventana. Mis ojos, por azar, descendieron sobre mi pecho. ¡La chaqueta de mi uniforme estaba llena de largos cabellos femeninos que se habían enredado en los botones!<br />Los cogí uno por uno y los arrojé fuera por la ventana con un temblor de los dedos.<br />Luego llamé a mi ordenanza. Me sentía demasiado emocionado, demasiado trastornado para ir aquel mismo día a casa de mi amigo. Además, deseaba reflexionar a fondo lo que debía decirle.<br />Le hice llevar las cartas, de las que extendió un recibo al soldado. Se informó sobre mí. El soldado le dijo que no me encontraba bien, que había sufrido una ligera insolación, no sé qué. Pareció inquieto.<br />Fui a su casa a la mañana siguiente, poco después de amanecer, dispuesto a contarle la verdad. Había salido el día anterior por la noche y no había vuelto.<br />Volví aquel mismo día, y no había vuelto. Aguardé una semana. No reapareció. Entonces previne a la justicia. Se le hizo buscar por todas partes, sin descubrir la más mínima huella de su paso o de su destino.<br />Se efectuó una visita minuciosa a la casa de campo abandonada. No se descubrió nada sospechoso allí.<br />Ningún indicio reveló que hubiera alguna mujer oculta en aquel lugar.<br />La investigación no llegó a ningún resultado, y las pesquisas fueron abandonadas.<br />Y, tras cincuenta y seis años, no he conseguido averiguar nada. No sé nada más.</div><br /><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Guy de Maupassant</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-42673907056396680822009-04-24T10:46:00.004+02:002009-04-24T11:03:26.989+02:00LA MANO DISECADA<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8b7YYtitiZlYE7Z-HsdhghPqVfQD64ZDjU67w1fomhgR1EpM15CDQQ18hf1zPAqvkoUOuiu6V8P1n6zjjSIG8fzBo_WNaH9dTqcf1nZtAMvagFi2dERIpRLXeSSI2p8Eh2IlSvoFl_OEc/s1600-h/mano_fant%C3%A1sma.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5328180586192206274" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 179px; CURSOR: hand; HEIGHT: 207px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8b7YYtitiZlYE7Z-HsdhghPqVfQD64ZDjU67w1fomhgR1EpM15CDQQ18hf1zPAqvkoUOuiu6V8P1n6zjjSIG8fzBo_WNaH9dTqcf1nZtAMvagFi2dERIpRLXeSSI2p8Eh2IlSvoFl_OEc/s200/mano_fant%C3%A1sma.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Un amigo mío, Luis R., tenía reunidos en su casa una noche, hará cosa de ocho meses, a varios camaradas de colegio. Bebíamos ponche y fumábamos, hablando de literatura y pintura y contando de cuando en cuando anécdotas jocosas, como es habitual en reuniones de gente joven. Se abre súbitamente la puerta y entra como un vendaval uno de mis buenos amigos de la infancia:<br />-¿A que no adivinan de dónde vengo? -exclamó en seguida.<br />-Apuesto a que vienes de Mabille -contesta uno.<br />-¡Caray! Vienes demasiado alegre; acabas de conseguir dinero prestado, has enterrado a un tío tuyo o has empeñado el reloj -dice otro.<br />-Estabas ya borracho, y como te ha dado en la nariz el ponche de Luis, has subido a su casa para emborracharte de nuevo -contesta un tercero.<br />-No dan en el clavo; vengo de P., en Normandía, donde he pasado ocho días, y traigo de allí a un gran criminal, amigo mío, que les voy a presentar, con su permiso.<br />Y diciendo y haciendo, sacó del bolsillo una mano disecada. Era una mano horrible, negra, seca, muy larga y como si estuviese crispada; los músculos, extraordinariamente poderosos, estaban sujetos, interior y exteriormente, por una tira de piel apergaminada; las uñas amarillas, estrechas, cubrían aún las extremidades de los dedos; todo aquello olía a criminal desde una legua de distancia.<br />-Verán -dijo mi amigo-. Vendían hace unos días los cachivaches de un viejo brujo, muy conocido en la comarca; todos los sábados iba a su aquelarre montado en su palo de escoba, practicaba la magia blanca y la magia negra, hacía que las vacas diesen leche azul y las obligaba a llevar la cola igual que el compañero de San Antonio. Lo cierto es que aquel tunante sentía gran apego hacia esta mano; aseguraba que había pertenecido a un célebre criminal que fue ajusticiado el año mil setecientos treinta y seis, por haber tirado de cabeza a un pozo a su mujer legítima, en lo cual no creo que anduviese descaminado; después ahorcó del campanario de la iglesia al cura que los casó. Realizada esta doble hazaña, se lanzó a correr mundo, y durante su carrera, corta pero bien aprovechada, desvalijó a doce viajeros; asfixió, ahumándolos, a una veintena de frailes, y convirtió un monasterio de religiosas en un harem.<br />-Y ¿qué vas a hacer con esa monstruosidad? -gritamos todos a una.<br />-¿Qué? Verán. Voy a ponerla de tirador de la campanilla de la puerta, para asustar a mis acreedores.<br />-Amigo mío -dijo Henry Smith, un inglés grandulón y flemático-, en mi opinión, esa mano es carne de indio, conservada por un procedimiento nuevo; te aconsejo que la hiervas para hacer caldo.<br />-Basta de burlas, caballeros -dijo con la mayor seriedad un estudiante de medicina que estaba a dos dedos de la borrachera-; y tú, Pedro, el mejor consejo que puedo darte es que hagas dar tierra cristianamente a ese despojo humano, no vaya a ser que su propietario venga a reclamártelo, sin contar con que quizá esa mano haya adquirido malos hábitos. Ya conoces el refrán: "El que ha matado, matará".<br />-Y el que ha bebido, beberá -intervino el anfitrión, y acto seguido escanció al estudiante un vaso grande de ponche, que éste se echó al cuerpo de un trago, rodando luego, borracho perdido, debajo de la mesa.<br />Risas formidables acogieron aquella salida, y Pedro alzó su vaso saludando a la mano:<br />-Brindo -dijo- por la próxima visita de tu dueño.<br />Se cambió de conversación, y cada cual se retiró a su casa.<br />Al día siguiente tuve que pasar por su puerta y entré a visitarlo; eran cerca de las dos, y me lo encontré leyendo y fumando.<br />-¿Cómo sigues? -le pregunté.<br />-Muy bien -me contestó.<br />-¿Y tu mano?<br />-Has tenido que verla al tirar de la campanilla, porque la puse anoche allí, cuando llegué a casa. A propósito: se conoce que algún imbécil quiso jugarme una chuscada, porque a eso de la medianoche empezaron a alborotar a mi puerta; pregunté quién era, pero como nadie me contestó, volví a acostarme y me dormí.<br />En aquel mismo instante tocaron la campanilla; quien llamaba era el propietario de la casa, individuo grosero y muy impertinente. Entró sin saludar.<br />-Caballero -le dijo a mi amigo-, hágame el favor de quitar en el acto esa carroña que ha colgado usted del cordón de la campanilla, porque de lo contrario me veré obligado a despedirlo.<br />-Caballero -le contestó Pedro, con gran solemnidad-, ha insultado usted a una mano que no merece ser tratada así, porque perteneció a un hombre muy bien educado.<br />El propietario dio media vuelta y se marchó como había entrado. Pedro fue tras él, descolgó la mano y luego la ató a la cuerda de la campanilla que tenía en la alcoba.<br />-Así está mejor -dijo-. Esta mano, lo mismo que el morir habemos de los trapenses, me hará pensar en cosas serias cuando me vaya a dormir.<br />Permanecí una hora con mi amigo, me despedí de él y regresé a mi casa.<br />Aquella noche dormí mal, estaba agitado, nervioso; varias veces me desperté sobresaltado y hasta llegué a imaginarme que había entrado en mi habitación un hombre; me levanté a mirar dentro de los armarios y debajo de la cama; finalmente, cuando empezaba a quedarme transpuesto, a eso de las seis de la mañana, salté de la cama al sentir que llamaban violentamente a mi puerta. Era el criado de mi amigo; venía a medio vestir, pálido y tembloroso.<br />-¡Ay, señor! -exclamó sollozando-. ¡Han asesinado a mi pobre amo!<br />Me vestí a toda prisa y corrí a casa de Pedro. La encontré llena de gente que discutía muy agitada; estaban como en ebullición, todos peroraban, relatando el suceso y comentándolo cada cual a su manera. Llegué con grandes dificultades hasta el dormitorio de mi amigo, di mi nombre y me permitieron la entrada. Cuatro agentes de policía estaban de pie en el centro de la habitación, con el carné en la mano; examinaban todo, cuchicheaban entre sí de cuando en cuando y escribían; dos médicos conversaban cerca de la cama en que Pedro yacía sin conocimiento. No estaba muerto, pero su aspecto era horrible. Tenía los ojos desmesuradamente abiertos; sus pupilas dilatadas parecían mirar fijamente y con espanto indecible una cosa pavorosa y desconocida; sus dedos estaban crispados y tenía el cuerpo tapado con una sábana que le llegaba hasta la barbilla. Levanté la sábana; se veían en su cuello las marcas de cinco dedos que se habían hundido profundamente en su carne; algunas gotas de sangre manchaban la camisa. Algo me llamó de pronto la atención; miré por casualidad a la campanilla de la alcoba: la mano disecada no estaba allí. Sin duda que los médicos la habrían quitado para que no se impresionasen las personas que tenían que entrar en la habitación, porque era una mano verdaderamente horrible. No pregunté qué había sido de ella.<br />Doy a continuación, recortado de un periódico del día siguiente, el relato del crimen, con todos los detalles que recogió la Policía:<br />"Ayer ha sido víctima de un atentado horrible el joven Pedro B., estudiante de derecho, que pertenece a una de las mejores familias de Normandía. Este joven se retiró a casa a las diez de la noche, y despidió a su criado, el señor Bonvin, diciéndole que estaba cansado y que iba a acostarse en seguida. A eso de la medianoche, el criado se despertó de pronto oyendo que tiraban violentamente de la campanilla que tiene su amo para llamar. Tuvo miedo, encendió una vela y esperó; la campanilla dejó de oírse por espacio de un minuto, pero luego volvió a sonar con tal violencia que el criado, fuera de sí de espanto, salió corriendo de su habitación y fue a llamar al portero; éste corrió a dar parte a la policía, y los individuos de ésta abrieron a viva fuerza la puerta; había transcurrido un cuarto de hora. Un horrible espectáculo se presentó a sus ojos: los muebles habían sido derribados y todo indicaba que entre la víctima y el malhechor había tenido lugar una lucha terrible. El joven Pedro B. yacía, inmóvil, en medio de la habitación, caído de espaldas, con los miembros rígidos, el rostro lívido y los ojos dilatados de terror; tenía en el cuello las marcas profundas de cinco dedos. El informe del doctor Bordeau, que fue llamado inmediatamente, dice que el agresor debía estar dotado de una fuerza prodigiosa y que su mano era extraordinariamente enjuta y nerviosa, porque los dedos se habían juntado casi al través de las carnes, dejando cinco agujeros como otros tantos balazos. No existe dato alguno que permita sospechar el móvil del crimen, ni quién pueda ser el autor."<br />Al siguiente día se leía en el mismo periódico:<br />"Al cabo de dos horas de cuidados asiduos del doctor Bordeau, el joven Pedro B., víctima del horrible atentado que relatábamos ayer, recobró el conocimiento. Su vida está ya fuera de peligro, pero se abrigan temores por su razón. No existe pista alguna del criminal."<br />En efecto, mi pobre amigo se había vuelto loco; lo visité todos los días en el hospital durante siete meses; pero ya no recobró la luz de la razón. Durante sus delirios pronunciaba frases extrañas y, como todos los locos, tenía una idea fija, creyéndose perseguido constantemente por un espectro. Un día vinieron a buscarme con urgencia, diciéndome que estaba mucho peor. Lo encontré agonizando. Permaneció durante dos horas muy tranquilo; de pronto, saltó de la cama, a pesar de todos nuestros esfuerzos, y gritó, agitando los brazos, presa de un terror espantoso: "¡Agárrala! ¡Agárrala! ¡Socorro, socorro, que me estrangula!" Dio dos vueltas a la habitación vociferando y cayó muerto, de cara al suelo.<br />Como era huérfano, tuve que encargarme de trasladar sus restos al pueblecito de P., en cuyo cementerio estaban enterrados sus padres. De ese pueblo regresaba precisamente la noche en que nos encontró bebiendo ponche en casa de Luis, y en que nos enseñó la mano disecada. Se encerró el cadáver en un féretro de plomo; cuatro días más tarde me paseaba yo tristemente en el cementerio donde se le iba a dar sepultura; me acompañaba el anciano sacerdote que le había dado las primeras lecciones.<br />Hacía un tiempo magnífico; el cielo azul resplandecía de luz; los pájaros cantaban en las zarzas del talud donde él y yo habíamos comido moras muchas veces cuando éramos niños. Creía estar viéndolo aún deslizarse a lo largo del seto vivo y meterse por un pequeño hueco que yo conocía muy bien, allá, al final del terreno de enterramiento de pobres; luego regresábamos a casa con las mejillas y los labios embadurnados del jugo de la fruta que habíamos comido; yo no quitaba mi vista de las zarzas, que ahora estaban llenas de moras; alargué instintivamente la mano, arranqué una y me la llevé a la boca; el cura había abierto su breviario y farfullaba en voz baja sus oremus, y hasta mis oídos llegaba desde el extremo de la avenida el ruido de los azadones de los enterradores, que cavaban la fosa. De pronto, éstos se pusieron a llamarnos; el cura cerró su breviario y fuimos a ver qué querían. Habían tropezado con un féretro.<br />Hicieron saltar la tapa de un golpe de pico, y nos encontramos ante un esqueleto de estatura desmesurada, que yacía de espaldas y parecía estarnos mirando con las cuencas de sus ojos vacías, como desafiándonos. Sin saber por qué, experimenté yo cierto malestar, casi, casi miedo.<br />-¡Fíjense! -exclamó uno de los enterradores-. A este tunante le dieron un hachazo en la muñeca, y aquí está la mano cortada.<br />Y recogió junto al cuerpo una mano grande, seca, que nos enseñó. Su compañero dijo, riéndose:<br />-¡Cuidado! Parece como si estuviera mirando, dispuesto a tirársete al cuello para que le devuelvas la mano.<br />-Amigos míos -dijo el sacerdote-, dejen a los muertos en paz y vuelvan a tapar ese féretro. Cavaremos en otro lugar la fosa del señor Pedro.<br />Como ya nada tenía que hacer allí, tomé al día siguiente el camino de regreso a París, no sin antes haber dejado cincuenta francos al anciano sacerdote para que celebrase misas en sufragio del alma de aquel muerto cuya sepultura habíamos turbado. </div><br /><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Guy de Maupassant</span></strong><br /></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-69632830897466927052009-04-23T11:49:00.003+02:002009-04-23T12:29:39.222+02:00EL GNOMO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjx35axcg3emPqvF5nPQP3kaeMLNnwS97qdquliRUZ-Xz1MddRUt2Nbm82r6qE4zS55LXsReB3gFc0rg4x7ZtmkJqnLGK21EHzJJF65UxKo5rodhKtKh6r1fxFce5GLClKLSlDXa6ysbLY2/s1600-h/gnomo+(1).jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5327831428948362674" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 173px; CURSOR: hand; HEIGHT: 206px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjx35axcg3emPqvF5nPQP3kaeMLNnwS97qdquliRUZ-Xz1MddRUt2Nbm82r6qE4zS55LXsReB3gFc0rg4x7ZtmkJqnLGK21EHzJJF65UxKo5rodhKtKh6r1fxFce5GLClKLSlDXa6ysbLY2/s200/gnomo+(1).jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><br /><strong>I<br /></strong></div><div align="justify">Las muchachas del lugar volvían de la fuente con sus cántaros en la cabeza, volvían cantando y riendo con un ruido y una algazara que sólo pudieran compararse a la alegre algarabía de una banda de golondrinas cuando revolotean espesas como el granizo alrededor de la veleta de un campanario.<br />En el pórtico de la iglesia, y sentado al pie de un enebro, estaba el tío Gregorio. El tío Gregorio era el más viejecito del lugar: tenía cerca de noventa navidades, el pelo blanco, la boca de risa, los ojos alegres y las manos temblonas. De niño fue pastor, de joven soldado; después cultivó una pequeña heredad, patrimonio de sus padres, hasta que, por último, le faltaron las fuerzas y se sentó tranquilo a esperar la muerte, que ni temía ni deseaba. Nadie contaba un chascarrillo con más gracia que él, ni sabía historias más estupendas, ni traía a cuento tan oportunamente un refrán, una sentencia o un adagio.<br />Las muchachas, al verle, apresuraron el paso con ánimo de irle a hablar, y cuando estuvieron en el pórtico, todas comenzaron a suplicarle que les contase una historia con que entretener el tiempo que aún faltaba para hacerse de noche, que no era mucho, pues el sol poniente hería de soslayo la tierra, y las sombras de los montes se dilataban por momentos a lo largo de la llanura.<br />El tío Gregorio escuchó sonriendo la petición de las muchachas, las cuales, una vez obtenida la promesa de que les refería alguna cosa, dejaron los cántaros en el suelo, y sentándose a su alrededor formaron un corro, en cuyo centro quedó el viejecito, que comenzó a hablarles de esta manera:<br />-No os contaré una historia, porque aunque recuerdo algunas en este momento, atañen a cosas tan graves, que ni vosotras, que sois unas locuelas, me prestaríais atención para escucharlas, ni a mí, por lo avanzado de la tarde, me quedaría espacio para referirlas. Os daré en su lugar un consejo.<br />-¡Un consejo! -exclamaron las muchachas con aire visible de mal humor-. ¡Bah!, no es para oír consejos para lo que nos hemos detenido; cuando nos hagan falta ya nos los dará el señor cura.<br />-Es -prosiguió el anciano con su habitual sonrisa y su voz cascada y temblona- que el señor cura acaso no sabría dárosle en esta ocasión tan oportuna como os lo puede dar el tío Gregorio; porque él, ocupado en sus rezos y letanías, no habrá echado, como yo, de ver que cada día vais por agua a la fuente más temprano y volvéis más tarde.<br />Las muchachas se miraron entre sí con una imperceptible sonrisa de burla: no faltando algunas de las que estaban colocadas a sus espaldas que se tocasen la frente con el dedo, acompañando su acción con un gesto significativo.<br />-¿Y qué mal encontráis en que nos detengamos en la fuente charlando un rato con las amigas y vecinas?... -dijo una de ellas-. ¿Andan acaso chismes en el lugar porque los mozos salen al camino a echarnos flores o vienen a brindarse para traer nuestros cántaros hasta la entrada del pueblo?<br />-De todo hay -contestó el viejo a la moza que le había dirigido la palabra en nombre de sus compañeras-. Las viejas del lugar murmuran de que hoy vayan las muchachas a loquear y entretenerse a un sitio al cual ellas llegaban de prisa y temblando a tomar el agua, pues sólo de allí puede traerse; y yo encuentro mal que perdáis poco a poco el temor que a todos inspira el sitio donde se halla la fuente, porque podría acontecer que alguna vez os sorprendiese en él la noche.<br />El tío Gregorio pronunció estas últimas palabras con un tono tan lleno de misterio, que las muchachas abrieron los ojos espantadas para mirarle, y con mezcla de curiosidad y burla tornaron a insistir:<br />-¡La noche! ¿Pues qué pasa de noche en ese sitio, que tales aspavientos hacéis y con tan temerosas y oscuras palabras nos habláis de lo que allí podría acontecernos? ¿Se nos comerán acaso los lobos?<br />-Cuando el Moncayo se cubre de nieve, los lobos, arrojados de sus guaridas, bajan en rebaños por su falda, y más de una vez los hemos oído aullar en horroroso concierto, no sólo en los alrededores de la fuente, sino en las mismas calles del lugar; pero no son los lobos los huéspedes más terribles del Moncayo: en sus profundas simas, en sus cumbres solitarias y ásperas, en su hueco seno, viven unos espíritus diabólicos que durante la noche bajan por sus vertientes como un enjambre, y pueblan el vacío, y hormiguean en la llanura, y saltan de roca en roca, juegan entre las aguas o se mecen en las desnudas ramas de los árboles. Ellos son los que aúllan en las grietas de las peñas; ellos los que forman y empujan esas inmensas bolas de nieve que bajan rodando desde los altos picos y arrollan y aplastan cuanto encuentran a su paso; ellos los que llaman con el granizo a nuestros cristales en las noches de lluvia y corren como llamas azules y ligeras sobre el haz de los pantanos. Entre estos espíritus que, arrojados de las llanuras por las bendiciones y los exorcismos de la Iglesia, han ido a refugiarse a las crestas inaccesibles de las montañas, los hay de diferente naturaleza y que al parecer a nuestros ojos se revisten de formas variadas. Los más peligrosos, sin embargo, los que se insinúan con dulces palabras en el corazón de las jóvenes y las deslumbran con promesas magníficas, son los gnomos. Los gnomos viven en las entrañas de los montes; conocen sus caminos subterráneos, y, eternos guardadores de los tesoros que encierran, velan día y noche junto a los veneros de los metales y las piedras preciosas. ¿Veis? -prosiguió el viejo señalando con el palo que le servía de apoyo la cumbre del Moncayo, que se levantaba a su derecha, destacándose oscuro y gigantesco sobre el cielo violado y brumoso del crepúsculo-, ¿veis esa inmensa mole coronada aún de nieve?, pues en su seno tienen sus moradas esos diabólicos espíritus. El palacio que habitan es horroroso y magnífico a la vez.<br />Hace muchos años que un pastor, siguiendo a una res extraviada, penetró por la boca de una de esas cuevas, cuyas entradas cubren espesos matorrales y cuyo fin no ha visto ninguno. Cuando volvió al lugar, estaba pálido como la muerte; había sorprendido el secreto de los gnomos; había respirado su envenenada atmósfera, y pagó su atrevimiento con la vida; pero antes de morir refirió cosas estupendas. Andando por aquella caverna adelante, había encontrado al fin unas galerías subterráneas e inmensas, alumbradas con un resplandor dudoso y fantástico, producido, por la fosforescencia de las rocas, semejantes allí a grandes pedazos de cristal cuajado de en mil formas caprichosas y extrañas. El suelo, la bóveda y las paredes de aquellos extensos salones, obra de la Naturaleza, parecían jaspeados como los mármoles más ricos; pero las vetas que los cruzaban eran de oro y plata, y entre aquellas vetas brillantes se veían como incrustadas multitud de piedras preciosas de todos los colores y tamaños. Allí había jacintos y esmeraldas en montón, y diamantes, y rubíes, y zafiros, y qué sé yo, otras muchas piedras desconocidas que él no supo nombrar; pero tan grandes y tan hermosas, que sus ojos se deslumbraron al contemplarlas. Ningún ruido exterior llegaba al fondo de la fantástica caverna; sólo se percibían a intervalos unos gemidos largos y lastimosos del aire que discurría por aquel laberinto encantado, un rumor confuso de fuego subterráneo que hervía comprimido, y murmullos de aguas corrientes que pasaban sin saberse por dónde.<br />El pastor, sólo y perdido en aquella inmensidad, anduvo no sé cuantas horas sin hallar la salida, hasta que por último tropezó con el nacimiento del manantial cuyo murmullo había oído. Éste brotaba del suelo como una fuente maravillosa, con un salto de agua coronado de espuma, que caía firmando una vistosa cascada y produciendo un murmullo sonoro al alejarse resbalando por entre las quebraduras de las peñas. A su alrededor crecían unas plantas nunca vistas, con hojas anchas y gruesas las unas, delgadas y largas como cintas flotantes las otras. Medio escondidos entre aquella húmeda frondosidad discurrían unos seres extraños, en parte hombres, en parte reptiles, o ambas cosas a la vez, pues transformándose continuamente, ora parecían criaturas humanas, deformes y pequeñuelas, ora salamandras luminosas o llamas fugaces que danzaban en círculos sobre la cúspide del surtidor. Allí, agitándose en todas direcciones, corriendo por el suelo en forma de enanos repugnantes y contrahechos, encaramándose en las paredes, babeando y retorciéndose en figura de reptiles, o bailando con apariencia de fuegos fatuos sobre el haz del agua, andaban los gnomos, señores de aquellos lugares, cantando y removiendo sus fabulosas riquezas. Ellos saben dónde guardan los avaros esos tesoros que en vano buscan después los herederos; ellos conocen el lugar donde los moros, antes de huir, ocultaron sus joyas; y las alhajas que se pierden, las monedas que se extravían, todo lo que tiene algún valor y desaparece, ellos son los que lo buscan, lo encuentran y lo roban, para esconderlo en sus guaridas, porque ellos saben andar todo el mundo por debajo de la tierra y por caminos secretos e ignorados. Allí tenían, pues, hacinados en montón toda clase de objetos raros y preciosos. Había joyas de un valor inestimable, collares y gargantillas de perlas y piedras finas; ánforas de oro, de forma antiquísima, llenas de rubíes; copas cinceladas, armas ricas, monedas con bustos y leyendas imposibles de conocer o descifrar; tesoros, en fin, tan fabulosos e inmensos, que la imaginación apenas puede concebirlos. Y todo brillaba a la vez lanzando unas chispas de colores y unos reflejos tan vivos, que parecía como que todo estaba ardiendo y se movía y temblaba. Al menos, el pastor refirió que así le había parecido.<br />Al llegar aquí el anciano se detuvo un momento: las muchachas, que comenzaron por oír la relación del tío Gregorio con una sonrisa de burla, guardaban entonces un profundo silencio, esperando a que continuase, con los ojos espantados, los labios ligeramente entreabiertos y la curiosidad y el interés pintados en el rostro. Una de ellas rompió al fin el silencio y exclamó sin poderse contener, entusiasmada al oír la descripción de las fabulosas riquezas que se habían ofrecido a la vista del pastor:<br />-Y qué, ¿no se trajo nada de aquello?<br />-Nada -contestó el tío Gregorio.<br />-¡Qué tonto! -exclamaron en coro las muchachas.<br />-El cielo le ayudó en el trance -prosiguió el anciano-, pues en aquel momento en que la avaricia, que a todo se sobrepone, comenzaba a disipar su miedo, y alucinado a la vista de aquellas joyas, de las cuales una sola bastaría a hacerle poderoso, el pastor iba a apoderarse de algunas, dice que oyó, ¡maravillaos del suceso!, oyó claro y distinto en aquellas profundidades, y a pesar de las carcajadas y las voces de los gnomos, del hervidero del fuego subterráneo, del rumor de las aguas corrientes y de los lamentos del aire, oyó, digo, como si estuviese al pie de la colina en que se encuentra, el clamor de la campana que hay en la ermita de Nuestra Señora del Moncayo.<br />Al oír la campana que tocaba el Ave-María, el pastor cayó al suelo invocando a la Madre de Nuestro Señor Jesucristo, y sin saber cómo ni por dónde se encontró fuera de aquellos lugares, y en el camino que conduce al pueblo, echado en una senda y presa de un gran estupor, como si hubiera salido de un sueño.<br />Desde entonces se explicó todo el mundo por qué la fuente del lugar trae a veces entre sus aguas como un polvo finísimo de oro; y cuando llega la noche, en el rumor que produce, se oyen palabras confusas, palabras engañosas con que los gnomos que la inficionan desde su nacimiento procuran seducir a los incautos que les prestan oídos, prometiéndoles riquezas y tesoros que han de ser su condenación.<br />Cuando el tío Gregorio llegaba a este punto de su historia, ya la noche había entrado y la campana de la iglesia comenzó a tocar las oraciones. Las muchachas se persignaron devotamente, murmurando un Ave-María en voz baja, y después de despedirse del tío Gregorio, que les tornó a aconsejar que no perdieran el tiempo en la fuente, cada cual tomó su cántaro, y todas juntas salieron silenciosas y preocupadas del atrio de la iglesia. Ya lejos del sitio en que se encontraron al viejecito, y cuando estuvieron en la plaza del lugar donde habían de separarse, exclamó la más resuelta y decidora de ellas:<br />-¿Vosotras creéis algo de las tonterías que nos ha contado el tío Gregorio?<br />-¡Yo no! -dijo una.<br />-¡Yo tampoco! -exclamó otra.<br />-¡Ni yo! ¡Ni yo! -repitieron las demás, burlándose con risas de su credulidad de un momento.<br />El grupo de las mozuelas se disolvió alejándose cada cual hacia uno de los extremos de la plaza. Luego que doblaron las esquinas de las diferentes calles que venían a desembocar a aquel sitio, dos muchachas, las únicas que no habían desplegado aún los labios para protestar con sus burlas de la veracidad del tío Gregorio, y que, preocupadas con la maravillosa relación, parecían absortas en sus ideas, se marcharon juntas y con esa lentitud propia de las personas distraídas, por una calleja sombría, estrecha y tortuosa.<br />De aquellas dos muchachas, la mayor, que parecía tener unos veinte años, se llamaba Marta; y la más pequeña, que aún no había cumplido los dieciséis, Magdalena.<br />El tiempo que duró el camino, ambas guardaron un profundo silencio; pero cuando llegaron a los umbrales de su casa y dejaran los cántaros en el asiento de piedra del portal, Marta dijo a Magdalena:<br />-¿Y tú crees en las maravillas del Moncayo y en los espíritus de la fuente?...<br />-Yo -contestó Magdalena con sencillez-, yo creo en todo. ¿Dudas tú acaso?<br />-¡Oh, no! se apresuró a interrumpir Marta; -yo también creo en todo, en todo lo que deseo creer.<br /></div><div align="center"><strong>II<br /></div></strong><div align="justify">Marta y Magdalena eran hermanas. Huérfanas desde los primeros años de la niñez, vivían miserablemente a la sombra de una parienta de su madre que las había recogido por caridad, y que a cada paso les hacía sentir con sus dicterios y sus humillantes palabras el peso de su beneficio. Todo parecía contribuir a que se estrechasen los lazos del cariño entre aquellas dos almas hermanas, no sólo por el vínculo de la sangre, sino por los de la miseria y el sufrimiento; y, sin embargo, entre Marta y Magdalena existían una sorda emulación, una secreta antipatía que sólo pudiera explicar el estudio de sus caracteres, tan en absoluta contraposición como sus tipos.<br />Marta era altiva, vehemente en sus inclinaciones y de una rudeza salvaje en la expresión de sus afectos: no sabía ni reír ni llorar, y por eso no había llorado ni reído nunca. Magdalena, por el contrario, era humilde, amante, bondadosa, y en más de una ocasión se la vio llorar y reír a la vez como los niños.<br />Marta tenía los ojos más negros que la noche, y de entre sus oscuras pestañas diríase que a intervalos saltaban chispas de fuego como de un carbón ardiente.<br />La pupila azul de Magdalena parecía nadar en un fluido de luz dentro del cerco de oro de sus pestañas rubias. Y todo era en ellas armónico con la diversa expresión de sus ojos. Marta, enjuta de carnes, quebrada de color, de estatura esbelta, movimientos rígidos y cabellos crespos y oscuros, que sombreaban su frente y caían por sus hombros como un manto de terciopelo: formaba un singular contraste con Magdalena, blanca, rosada, pequeña, infantil en su fisonomía y sus formas, y con unas trenzas rubias que rodeaban sus sienes, semejantes al nimbo dorado de la cabeza de un ángel.<br />A pesar de la inexplicable repulsión que sentían la una por la otra, las dos hermanas habían vivido hasta entonces en una especie de indiferencia, que hubiera podido confundirse con la paz y el afecto: no habían tenido caricias que disputarse, ni preferencias que envidiar; iguales en la desgracia y el dolor. Marta se había encerrado para sufrir en un egoísta y altivo silencio: y Magdalena, encontrando seco el corazón de su hermana, lloraba a solas cuando las lágrimas se agolpaban involuntariamente a sus ojos.<br />Ningún sentimiento era común entre ellas; nunca se confiaron sus alegrías y sus pesares, y sin embargo, el único secreto que procuraban esconder en lo más profundo del corazón, se lo habían adivinado mutuamente con ese instinto maravilloso de la mujer enamorada y celosa. Marta y Magdalena tenían efectivamente puestos sus ojos en un mismo hombre.<br />La pasión de la una era el deseo tenaz, hijo de un carácter indomable y voluntarioso; en la otra, el cariño se parecía a esa vaga y espontánea ternura de la adolescencia, que necesitando un objeto en qué emplearse, ama el primero que se ofrece a su vista. Ambas guardaban el secreto de su amor, porque el hombre que lo había inspirado tal vez hubiera hecho mofa de un cariño que se podía interpretar como ambición absurda en unas muchachas plebeyas y miserables. Ambas, a pesar de la distancia que las separaba del objeto de su pasión, alimentaban una esperanza remota de poseerle.<br />Cerca del lugar, y sobre un alto que dominaba los contornos, había un antiguo castillo abandonado por sus dueños. Las viejas, en las noches de velada, referían una historia llena de maravillas acerca de sus fundadores. Contaban que hallándose el rey de Aragón en guerra con sus enemigos, agotados ya sus recursos, abandonado de sus parciales y próximo a perder el trono, se le presentó un día una pastorcita de aquella comarca, y después de revelarle la existencia de unos subterráneos por donde podía atravesar el Moncayo sin que lo advirtiesen sus enemigos, le dio un tesoro en perlas finas, riquísimas piedras preciosas y barras de oro y plata, con las cuales el rey pagó sus mesnadas, levantó un poderoso ejército, y marchando por debajo de la tierra durante toda una noche, cayó al otro día sobre sus contrarios y los desbarató, asegurando la corona en su cabeza.<br />Después que hubo alcanzado tan señalada victoria, cuentan que dijo el rey a la pastorcita:<br />-Pídeme lo que quieras, que, aun cuando fuese la mitad de mi reino, juro que te lo he de dar al instante.<br />-Yo no quiero más que volverme a cuidar de mi rebaño -respondió la pastorcita.<br />-No cuidarás sino de mis fronteras -replicó el rey, y le dio el señorío de toda la raya, y le mandó edificar una fortaleza en el pueblo más fronterizo a Castilla, adonde se trasladó la pastora, casada ya con uno de los favoritos del rey, noble, galán, valiente y señor asimismo de muchas fortalezas y muchos feudos.<br />La estupenda relación del tío Gregorio acerca de los gnomos del Moncayo, cuyo secreto estaba en la fuente del lugar, exaltó nuevamente las locas fantasías de las dos enamoradas hermanas, completando, por decirlo así, la ignorada historia del tesoro hallado por la pastorcita de la conseja: tesoro cuyo recuerdo había turbado más de una vez sus noches de insomnio y de amargura, presentándose a su imaginación como un débil rayo de esperanza.<br />La noche siguiente a la tarde del encuentro con el tío Gregorio, todas las muchachas del lugar hicieron conversación en sus casas de la estupenda historia que les había referido. Marta y Magdalena guardaron un profundo silencio; y ni en aquella noche, ni en todo el día que amaneció después, volvieron a cambiar una sola palabra relativa al asunto, tema de todas las conversaciones y objeto de los comentarios de sus vecinas.<br />Cuando llegó la hora de costumbre, Magdalena tomó su cántaro y le dijo a su hermana:<br />-¿Vamos a la fuente?<br />Marta no contestó, y Magdalena volvió a decirle:<br />-¿Vamos a la fuente? Mira que si no nos apresuramos se pondrá el sol antes de la vuelta.<br />Marta exclamó al fin con un acento breve y áspero:<br />-Yo no quiero ir hoy.<br />-Ni yo tampoco -añadió Magdalena después de un instante de silencio, durante el cual mantuvo los ojos clavados en los de su hermana, como si quisiera adivinar en ellos la causa da su resolución.<br /></div><div align="center"><strong>III<br /></div></strong><div align="justify">Las muchachas del lugar hacía cerca de una hora que estaban de vuelta en sus casas. La última luz del crepúsculo se había apagado en el horizonte, y la noche comenzaba a cerrar de cada vez más oscura, cuando Marta y Magdalena, esquivándose mutuamente y cada cual por diverso camino, salieron del pueblo con dirección a la fuente misteriosa. La fuente brotaba escondida entre unos riscos cubiertos de musgo en el fondo de una larga alameda. Después que se fueron apagando poco a poco los rumores del día y ya no se escuchaba el lejano eco de la voz de los labradores que vuelven caballeros en sus yuntas cantando al compás del timón del arado que arrastran por la tierra; después que se dejó de percibir el monótono ruido de las esquilillas del ganado, y las voces de los pastores, y el ladrido de los perros que reúnen las reses, y sonó en la torre del lugar la postrera campanada del toque de oraciones, reinó ese doble y augusto silencio de la noche y la soledad; silencio lleno de murmullos extraños y leves que lo hacen aún más perceptibles.<br />Marta y Magdalena se deslizaron por entre el laberinto de los árboles, y, protegidas por la oscuridad, llegaron sin verse al fin de la alameda. Marta no conocía el temor, y sus pasos eran firmes y seguros. Magdalena temblaba con sólo el ruido que producían sus pies al hollar las hojas secas que tapizaban el suelo. Cuando las dos hermanas estuvieron junto a la fuente, el viento de la noche comenzó a agitar las copas de los álamos, y al murmullo de sus soplos desiguales parecía responder el agua del manantial con un rumor compasado y uniforme.<br />Marta y Magdalena prestaron atención a aquellos ruidos que pasaban bajo sus pies como un susurro constante, y sobre sus cabezas como un lamento que nacía y se apagaba para tornar y crecer y dilatarse por la espesura. A medida que transcurrían las horas, aquel sonar eterno del aire y del agua empezó a producir una extraña exaltación, una especie de vértigo, que, turbando la vista y zumbando en el oído, parecía trastornarlas por completo. Entonces, a la manera que se oye hablar entre sueños con un eco lejano y confuso, les pareció percibir entre aquellos rumores sin nombre sonidos inarticulados como los de un niño que quiere y no puede llamar a su madre; luego palabras que se repetían una vez y otra, siempre lo mismo; después frases inconexas y dislocadas sin orden ni sentido, y por último... por último comenzaron a hablar el viento vagando entre los árboles y el agua saltando de risco en risco.<br />Y hablaban así:<br />EL AGUA.- ¡Mujer!..., ¡mujer!..., óyeme..., óyeme y acércate para oírme, que yo besaré tus pies mientras tiemblo al copiar tu imagen en el fondo sombrío de mis ondas ¡Mujer!..., óyeme, que mis murmullos son palabras.<br />EL VIENTO.- ¡Niña!... niña gentil, levanta tu cabeza, déjame en paz besar tu frente, en tanto que agito tus cabellos. Niña gentil, escúchame, que yo sé hablar también y murmuraré al oído frases cariñosas.<br />MARTA.- ¡Oh! ¡Habla, habla que yo te comprenderé porque mi inteligencia flota en un vértigo, como flotan tus palabras indecisas! Habla misteriosa corriente.<br />MAGDALENA.- Tengo miedo. ¡Aire de la noche, aire de perfumes, refrescan mi frente que arde! Dime algo que me infunda valor porque mi espíritu vacila.<br />EL AGUA.- Yo he cruzado el tenebroso seno de la tierra, he sorprendido el secreto de su maravillosa fecundidad, y conozco los fenómenos de sus entrañas, donde germinan las futuras creaciones. Mi rumor adormece y despierta: despierta tú, que lo comprendes.<br />EL VIENTO.- Yo soy el aire que mueven los ángeles con sus alas inmensas al cruzar el espacio. Yo amontono en el Occidente las nubes que ofrecen al sol un lecho de púrpura, y traigo al amanecer, con las neblinas que se deshacen en gotas, una lluvia de perlas sobre las flores, mis suspiros son un bálsamo: ábreme tu corazón y le inundaré de felicidad.<br />MARTA.- Cuando yo oí por primera vez el murmullo de una corriente subterránea, no en balde me inclinaba a la tierra prestándole oído. Con ella iba un misterio que yo debía comprender al cabo.<br />MAGDALENA.- Suspiros del viento, yo os conozco: vosotros me acariciabais dormida cuando, fatigada por el llanto, me rendía al sueño en mi niñez, y vuestro rumor se me figuraban las palabras de una madre que arrulla a su hija.<br />El agua enmudeció por algunos instantes, y no sonaba sino como agua que se rompe entre peñas. El viento calló también, y su ruido no fue otra cosa que ruido de hojas movidas. Así pasó algún tiempo, y después volvieron a hablar, y hablaron así:<br />EL AGUA.- Después de filtrarme gota a gota a través del filón de oro de una mina inagotable; después de correr por un lecho de plata y saltar como sobre guijarros entre un sinnúmero de zafiros y amatistas, arrastrando en vez de arenas diamantes y rubíes, me he unido en misterioso consorcio a un genio. Rica con su poder y con las ocultas virtudes de las piedras preciosas y los metales, de cuyos átomos vengo saturada, puedo ofrecerte cuanto ambicionas. Yo tengo la fuerza de un conjuro, el poder de un talismán y la virtud de las siete piedras y los siete colores.<br />EL VIENTO.- Yo vengo de vagar por la llanura, y, como la abeja que vuelve a la colmena con su botín de perfumadas mieles, traigo suspiros de mujer, plegarias de niños, palabras de casto amor y aromas de nardos y azucenas silvestres. Yo no he recogido a mi paso más que perfumes y ecos de armonías; mis tesoros son inmateriales, pero ellos dan la paz del alma y la vaga felicidad de sueños venturosos.<br />Mientras su hermana, atraída como por un encanto, se inclinaba al borde de la fuente para oír mejor, Magdalena se iba instintivamente separando de los riscos entre los cuales brotaba el manantial.<br />Ambas tenían sus ojos fijos, la una en el fondo de las aguas, la otra en el fondo del cielo.<br />Y exclamaba Magdalena mirando brillar los luceros en la altura:<br />-Esos son los nimbos de luz de los ángeles invisibles que nos custodian.<br />En tanto decía Marta, viendo temblar en la linfa de la fuente el reflejo de las estrellas:<br />-Esas son las partículas de oro que arrastra el agua en su misterioso curso.<br />El manantial y el viento, que por segunda vez habían enmudecido un instante, tornaron a hablar; y dijeron:<br />EL AGUA.- Remonta mi corriente, desnúdate del temor como de una vestidura grosera, y osa traspasar los umbrales de lo desconocido. Yo he adivinado que tu espíritu es de la esencia de los espíritus superiores. La envidia te habrá arrojado tal vez del cielo para revolcarte en el lodo de la miseria. Yo veo, sin embargo, en tu frente sombría un sello de altivez que te hace digna de nosotros, espíritus fuertes y libres... Ven, yo te voy a enseñar palabras mágicas de tal virtud, que al pronunciarlas se abrirán las rosas y te brindarán con los diamantes que están en su seno, como las perlas en las conchas que sacan del fondo del mar los pescadores. Ven, te daré tesoros para que vivas feliz; y más tarde, cuando se quiebre la cárcel que te aprisiona, tu espíritu se asimilará a los nuestros, que son espíritus humanos, y todos confundidos seremos la fuerza motora, el rayo vital de la creación, que circula como un fluido por sus arterias subterráneas.<br />EL VIENTO.- El agua lame la tierra y vive en el cieno: yo discurro por las regiones etéreas y vuelo en el espacio sin límites. Sigue los movimientos de tu corazón, deja que tu alma suba como la llama y las azules espirales del humo. ¡Desdichado el que, teniendo alas, desciende a las profundidades para buscar el oro, pudiendo remontarse a la altura para encontrar amor y sentimiento! Vive oscura como la violeta, que yo te traeré en un beso fecundo el germen vivificante de otra flor hermana tuya, y rasgaré las nieblas para que no falte un rayo de sol que ilumine tu alegría. Vive oscura, vive ignorada, que cuando tu espíritu se desate, yo lo subiré a las regiones de la luz en una nube roja.<br />Callaron el viento y el agua, y apareció el gnomo.<br />El gnomo era como un hombrecillo transparente: una especie de enano de luz, semejante a un fuego fatuo, que se reía a carcajadas, sin ruido, y saltaba de peña en peña, y mareaba con su vertiginosa movilidad. Unas veces se sumergía en el agua y continuaba brillando en el fondo como una joya de mil colores; otras salía a la superficie y agitaba los pies y las manos, y sacudía la cabeza a un lado y a otro con una rapidez que tocaba en prodigio.<br />Marta vio al gnomo y le estuvo siguiendo con la vista extraviada en todas sus extravagantes evoluciones; y cuando el diabólico espíritu se lanzó al fin por entre las escabrosidades del Moncayo, como una llama que corre, agitando su cabellera de chispas, sintió una especie de atracción irresistible y siguió tras él con una carrera frenética.<br />-¡Magdalena! -decía en tanto el aire que se alejaba lentamente; y Magdalena, paso a paso y como una sonámbula, guiada en el sueño por una voz amiga, siguió tras la ráfaga, que iba suspirando por la llanura.<br />Después todo quedó otra vez en silencio en la oscura alameda, y el viento y el agua siguieron resonando con los murmullos y los rumores de siempre.<br /></div><strong></strong><div align="center"><strong>IV<br /></div></strong><div align="justify">Magdalena tornó al lugar pálida y llena de asombro. A Marta la esperaron en vano toda la noche.<br />Cuando llegó la tarde del otro día, las muchachas encontraron un cántaro roto al borde de la fuente de la alameda. Era el cántaro de Marta, de la cual nunca volvió a saberse. Desde entonces las muchachas del lugar van por agua tan temprano, que madrugan con el Sol. Algunas me han asegurado que de noche se ha oído en más de una ocasión el llanto de Marta, cuyo espíritu vive aprisionado en la fuente. Yo no sé qué crédito dar a esta última parte de la historia, porque la verdad es que desde entonces ninguno se ha atrevido a penetrar para oírlo en la alameda después del toque del Ave-María.<br /><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: gustavo Adolfo Bécquer</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-14984497128824089322009-04-20T16:09:00.006+02:002009-04-20T18:43:19.307+02:00EL FANTASMA DE CANTERVILLE<div align="justify"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3z8I13FJZ-icNj54_dvSDqNJ_E5kHixwbzmFdaE4lctJ_29XOrij5jukIq29N10D4LCH_AF0dPmvIMDX23DIYkRbXwMAQw5ShjSC5Hf4sjSefc-x75suMqo1Xr_S93wt2XxJYn5wo5YuL/s1600-h/Oscar-Wilde_fantasma_Canterville.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5326814130140531746" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 181px; CURSOR: hand; HEIGHT: 200px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3z8I13FJZ-icNj54_dvSDqNJ_E5kHixwbzmFdaE4lctJ_29XOrij5jukIq29N10D4LCH_AF0dPmvIMDX23DIYkRbXwMAQw5ShjSC5Hf4sjSefc-x75suMqo1Xr_S93wt2XxJYn5wo5YuL/s200/Oscar-Wilde_fantasma_Canterville.jpg" border="0" /></a><br /><div align="center"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhqzPugnx_Iaem5eQkhsns5udvNMdEwS4N-TT1aWfFU-vY4c3W9E_O9ZbVVLJXoZeYs4b_hm1BOJUEmOCNevfIalLgRwsis15WpN1TYDnALT7Mabbk0YfAuIktqdSA3XNfnvpYYU1Ab_uEW/s1600-h/Oscar-Wilde_fantasma_Canterville.jpg"></a>I<br /><br /></div><div align="justify">Cuando el señor Hiram B. Otis, el ministro de Estados Unidos, compró Canterville-Chase, todo el mundo le dijo que cometía una gran necedad, porque la finca estaba embrujada.<br />Hasta el mismo lord Canterville, como hombre de la más escrupulosa honradez, se creyó en el deber de participárselo al señor Otis cuando llegaron a discutir las condiciones.<br />-Nosotros mismos -dijo lord Canterville- nos hemos resistido en absoluto a vivir en ese sitio desde la época en que mi tía abuela, la duquesa de Bolton, tuvo un desmayo, del que nunca se repuso por completo, motivado por el espanto que experimentó al sentir que dos manos de esqueleto se posaban sobre sus hombros, mientras se vestía para cenar. Me creo en el deber de decirle, señor Otis, que el fantasma ha sido visto por varios miembros de mi familia, que viven actualmente, así como por el rector de la parroquia, el reverendo Augusto Dampier, agregado de la Universidad de Oxford. Después del trágico accidente ocurrido a la duquesa, ninguna de las doncellas quiso quedarse en casa, y lady Canterville no pudo ya conciliar el sueño, a causa de los ruidos misteriosos que llegaban del corredor y de la biblioteca. </div><div align="justify">-Señor -respondió el ministro-, adquiriré el inmueble y el fantasma, bajo inventario. Llego de un país moderno, en el que podemos tener todo cuanto el dinero es capaz de proporcionar, y esos mozos nuestros, jóvenes y avispados, que recorren de parte a parte el viejo continente, que se llevan los mejores actores de ustedes, y sus mejores prima donnas, estoy seguro de que si queda todavía un verdadero fantasma en Europa vendrán a buscarlo enseguida para colocarlo en uno de nuestros museos públicos o para pasearlo por los caminos como un fenómeno.<br />-El fantasma existe, me lo temo -dijo lord Canterville, sonriendo-, aunque quizá se resiste a las ofertas de los intrépidos empresarios de ustedes. Hace más de tres siglos que se le conoce. Data, con precisión, de mil quinientos setenta y cuatro, y no deja de mostrarse nunca cuando está a punto de ocurrir alguna defunción en la familia.<br />-¡Bah! Los médicos de cabecera hacen lo mismo, lord Canterville. Amigo mío, un fantasma no puede existir, y no creo que las leyes de la Naturaleza admitan excepciones en favor de la aristocracia inglesa.<br />-Realmente son ustedes muy naturales en Estados Unidos -dijo lord Canterville, que no acababa de comprender la última observación del señor Otis-. Ahora bien: si le gusta a usted tener un fantasma en casa, mejor que mejor. Acuérdese únicamente de que yo lo previne.<br />Algunas semanas después se cerró el trato, y a fines de estación el ministro y su familia emprendieron el vieae a Canterville.</div><div align="justify">La señora Otis, que con el nombre de señorita Lucrecia R. Tappan, de la calle Oeste, 52, había sido una ilustre "beldad" de Nueva York, era todavía una mujer guapísima, de edad regular, con unos ojos hermosos y un perfil soberbio.<br />Muchas damas norteamericanas, cuando abandonan su país natal, adoptan aires de persona atacada de una enfermedad crónica, y se figuran que eso es uno de los sellos de distinción de Europa; pero la señora Otis no cayó nunca en ese error.<br />Tenía una naturaleza magnífica y una abundancia extraordinaria de vitalidad.<br />A decir verdad, era completamente inglesa bajo muchos aspectos, y hubiese podido citársele en buena lid para sostener la tesis de que lo tenemos todo en común con Estados Unidos hoy en día, excepto la lengua, como es de suponer.<br />Su hijo mayor, bautizado con el nombre de Washington por sus padres, en un momento de patriotismo que él no cesaba de lamentar, era un muchacho rubio, de bastante buena figura, que se había erigido en candidato a la diplomacia, dirigiendo un cotillón en el casino de Newport durante tres temporadas seguidas, y aun en Londres pasaba por ser bailarín excepcional.<br />Sus únicas debilidades eran las gardenias y la patria; aparte de esto, era perfectamente sensato.</div><div align="justify">La señorita Virginia E. Otis era una muchachita de quince años, esbelta y graciosa como un cervatillo, con un bonito aire de despreocupación en sus grandes ojos azules.<br />Era una amazona maravillosa, y sobre su caballito derrotó una vez en carreras al viejo lord Bilton, dando dos veces la vuelta al parque, ganándole por caballo y medio, precisamente frente a la estatua de Aquiles, lo cual provocó un entusiasmo tan delirante en el joven duque de Cheshire, que le propuso acto continuo el matrimonio, y sus tutores tuvieron que expedirlo aquella misma noche a Elton, bañado en lágrimas.<br />Después de Virginia venían dos gemelos, conocidos de ordinario con el nombre de Estrellas y Bandas, porque se les encontraba siempre ostentándolas.<br />Eran unos niños encantadores, y, con el ministro, los únicos verdaderos republicanos de la familia.<br />Como Canterville-Chase está a siete millas de Ascot, la estación más próxima, el señor Otis telegrafió que fueran a buscarlo en coche descubierto, y emprendieron la marcha en medio de la mayor alegría. Era una noche encantadora de julio, en que el aire estaba aromado de olor a pinos.<br />De cuando en cuando se oía una paloma arrullándose con su voz más dulce, o se entreveía, entre la maraña y el frufrú de los helechos, la pechuga de oro bruñido de algún faisán.<br />Ligeras ardillas los espiaban desde lo alto de las hayas a su paso; unos conejos corrían como exhalaciones a través de los matorrales o sobre los collados herbosos, levantando su rabo blanco.<br />Sin embargo, no bien entraron en la avenida de Canterville-Chase, el cielo se cubrió repentinamente de nubes. Un extraño silencio pareció invadir toda la atmósfera, una gran bandada de cornejas cruzó calladamente por encima de sus cabezas, y antes de que llegasen a la casa ya habían caído algunas gotas.<br />En los escalones se hallaba para recibirlos una vieja, pulcramente vestida de seda negra, con cofia y delantal blancos.<br />Era la señora Umney, el ama de llaves que la señora Otis, a vivos requerimientos de lady Canterville, accedió a conservar en su puesto.<br />Hizo una profunda reverencia a la familia cuando echaron pie a tierra, y dijo, con un singular acento de los buenos tiempos antiguos:<br />-Les doy la bienvenida a Canterville-Chase.<br />La siguieron, atravesando un hermoso vestíbulo de estilo Túdor, hasta la biblioteca, largo salón espacioso que terminaba en un ancho ventanal acristalado.<br />Estaba preparado el té. </div><div align="justify">Luego, una vez que se quitaron los trajes de viaje, se sentaron todos y se pusieron a curiosear en torno suyo, mientras la señora Umney iba de un lado para el otro.<br />De pronto, la mirada de la señora Otis cayó sobre una mancha de un rojo oscuro que había sobre el pavimento, precisamente al lado de la chimenea y, sin darse cuenta de sus palabras, dijo a la señora Umney:<br />-Veo que han vertido algo en ese sitio.<br />-Sí, señora -contestó la señora Umney en voz baja-. Ahí se ha vertido sangre.<br />-¡Es espantoso! -exclamó la señora Otis-. No quiero manchas de sangre en un salón. Es preciso quitar eso inmediatamente.<br />La vieja sonrió, y con la misma voz baja y misteriosa respondió:<br />-Es sangre de lady Leonor de Canterville, que fue muerta en ese mismo sitio por su propio marido, Simón de Canterville, en mil quinientos sesenta y cinco. Simón la sobrevivió nueve años, desapareciendo de repente en circunstancias misteriosísimas. Su cuerpo no se encontró nunca, pero su alma culpable sigue embrujando la casa. La mancha de sangre ha sido muy admirada por los turistas y por otras personas, pero quitarla, imposible.<br />-Todo eso son tonterías -exclamó Washington Otis-. El detergente y quitamanchas marca "Campeón Pinkerton" hará desaparecer eso en un abrir y cerrar de ojos.<br />Y antes de que el ama de llaves, aterrada, pudiera intervenir, ya se había arrodillado y frotaba vivamente el entarimado con una barrita de una sustancia parecida a un cosmético negro. A los pocos instantes la mancha había desaparecido sin dejar rastro.<br />-Ya sabía yo que el "Campeón Pinkerton" la borraría -exclamó en tono triunfal, paseando una mirada circular sobre su familia, llena de admiración.<br />Pero apenas había pronunciado esas palabras, cuando un relámpago formidable iluminó la estancia sombría, y el retumbar del trueno levantó a todos, menos a la señora Umney, que se desmayó.<br />-¡Qué clima más atroz! -dijo tranquilamente el ministro, encendiendo un largo cigarro-. Creo que el país de los abuelos está tan lleno de gente, que no hay buen tiempo bastante para todo el mundo. Siempre opiné que lo mejor que pueden hacer los ingleses es emigrar. </div><div align="justify">-Querido Hiram -replicó la señora Otis-, ¿qué podemos hacer con una mujer que se desmaya?<br />-Descontaremos eso de su salario en caja. Así no se volverá a desmayar.<br />En efecto, la señora Umney no tardó en volver en sí. Sin embargo, se veía que estaba conmovida hondamente, y con voz solemne advirtió a la señora Otis que debía esperarse algún disgusto en la casa.<br />-Señores, he visto con mis propios ojos algunas cosas... que pondrían los pelos de punta a cualquier cristiano. Y durante noches y noches no he podido pegar los ojos a causa de los hechos terribles que pasaban.<br />A pesar de lo cual, el señor Otis y su esposa aseguraron vivamente a la buena mujer que no tenían miedo ninguno de los fantasmas.<br />La vieja ama de llaves, después de haber impetrado la bendición de la Providencia sobre sus nuevos amos y de arreglárselas para que le aumentasen el salario, se retiró a su habitación renqueando.</div><br /><div align="center">II</div><br /><div align="justify">La tempestad se desencadenó durante toda la noche, pero no produjo nada extraordinario. Al día siguiente, por la mañana, cuando bajaron a almorzar, encontraron de nuevo la terrible mancha sobre el entarimado.<br />-No creo que tenga la culpa el "limpiador sin rival" -dijo Washington-, pues lo he ensayado sobre toda clase de manchas. Debe ser el fantasma.<br />En consecuencia, borró la mancha, después de frotar un poco. Al otro día, por la mañana, había reaparecido. Y, sin embargo, la biblioteca había permanecido cerrada la noche anterior, porque el señor Otis se había llevado la llave para arriba. Desde entonces, la familia empezó a interesarse por aquello. El señor Otis se hallaba a punto de creer que había estado demasiado dogmático negando la existencia de los fantasmas. La señora Otis expresó su intención de afiliarse a la Sociedad Psíquica, y Washington preparó una larga carta a los señores Myers y Podmone, basada en la persistencia de las manchas de sangre cuando provienen de un crimen. Aquella noche disipó todas las dudas sobre la existencia objetiva de los fantasmas.<br />La familia había aprovechado la frescura de la tarde para dar un paseo en coche. Regresaron a las nueve, tomando una ligera cena. La conversación no recayó ni un momento sobre los fantasmas, de manera que faltaban hasta las condiciones más elementales de "espera" y de "receptibilidad" que preceden tan a menudo a los fenómenos psíquicos. Los asuntos que discutieron, por lo que luego he sabido por la señora Otis, fueron simplemente los habituales en la conversación de los norteamericanos cultos que pertenecen a las clases elevadas, como, por ejemplo, la inmensa superioridad de miss Janny Davenport sobre Sarah Bernhardt, como actriz; la dificultad para encontrar maíz verde, galletas de trigo sarraceno, aun en las mejores casas inglesas; la importancia de Boston en el desenvolvimiento del alma universal; las ventajas del sistema que consiste en anotar los equipajes de los viajeros, y la dulzura del acento neoyorquino, comparado con el dejo de Londres. No se trató para nada de lo sobrenatural, no se hizo ni la menor alusión indirecta a Simón de Canterville. A las once, la familia se retiró. A las doce y media estaban apagadas todas las luces. Poco después, el señor Otis se despertó con un ruido singular en el corredor, fuera de su habitación. Parecía un ruido de hierros viejos, y se acercaba cada vez más. Se levantó en el acto, encendió la luz y miró la hora. Era la una en punto. El señor Otis estaba perfectamente tranquilo. Se tomó el pulso y no lo encontró nada alterado. El ruido extraño continuaba, al mismo tiempo que se oía claramente el sonar de unos pasos. El señor Otis se puso las zapatillas, tomó un frasquito alargado de su tocador y abrió la puerta. Y vio frente a él, en el pálido claro de luna, a un viejo de aspecto terrible. Sus ojos parecían carbones encendidos. Una larga cabellera gris caía en mechones revueltos sobre sus hombros. Sus ropas, de corte anticuado, estaban manchadas y en jirones. De sus muñecas y de sus tobillos colgaban unas pesadas cadenas y unos grilletes herrumbrosos.<br />-Mi distinguido señor -dijo el señor Otis-, permítame que le ruegue vivamente que engrase esas cadenas. Le he traído para ello una botella de "Engrasador Tammany-Sol-Levante". Dicen que una sola untura es eficacísima, y en la etiqueta hay varios certificados de nuestros agoreros nativos más ilustres, que dan fe de ello. Voy a dejársela aquí, al lado de las mecedoras, y tendré un verdadero placer en proporcionarle más, si así lo desea.<br />Dicho lo cual, el ministro de los Estados Unidos dejó el frasquito sobre una mesa de mármol, cerró la puerta y se volvió a meter en la cama.<br />El fantasma de Canterville permaneció algunos minutos inmóvil de indignación. Después tiró, lleno de rabia, el frasquito contra el suelo encerado y huyó por el corredor, lanzando gruñidos cavernosos y despidiendo una extraña luz verde. Sin embargo, cuando llegaba a la gran escalera de roble, se abrió de repente una puerta. Aparecieron dos siluetas infantiles, vestidas de blanco, y una voluminosa almohada le rozó la cabeza. Evidentemente, no había tiempo que perder; así es que, utilizando como medio de fuga la cuarta dimensión del espacio, se desvaneció a través del estuco, y la casa recobró su tranquilidad.<br />Llegado a un cuartito secreto del ala izquierda, se adosó a un rayo de luna para tomar aliento, y se puso a reflexionar para darse cuenta de su situación. Jamás en toda su brillante carrera, que duraba ya trescientos años seguidos, fue injuriado tan groseramente. Se acordó de la duquesa viuda, en quien provocó una crisis de terror, estando mirándose al espejo, cubierta de brillantes y de encajes; de las cuatro doncellas a quienes había enloquecido, produciéndoles convulsiones histéricas, sólo con hacerles visajes entre las cortinas de una de las habitaciones destinadas a invitados; del rector de la parroquia, cuya vela apagó de un soplo cuando volvía el buen señor de la biblioteca a una hora avanzada, y que desde entonces se convirtió en mártir de toda clase de alteraciones nerviosas; de la vieja señora de Tremouillac, que, al despertarse a medianoche, lo vio sentado en un sillón, al lado de la lumbre, en forma de esqueleto, entretenido en leer el diario que redactaba ella de su vida, y que de resultas de la impresión tuvo que guardar cama durante seis meses, víctima de un ataque cerebral. Una vez curada se reconcilió con la iglesia y rompió toda clase de relaciones con el señalado escéptico monsieur de Voltaire. Recordó igualmente la noche terrible en que el bribón de lord Canterville fue hallado agonizante en su tocador, con una sota de espadas hundida en la garganta, viéndose obligado a confesar que por medio de aquella carta había timado la suma de diez mil libras a Carlos Fos, en casa de Grookford. Y juraba que aquella carta se la hizo tragar el fantasma. Todas sus grandes hazañas le volvían a la mente. Vio desfilar al mayordomo que se levantó la tapa de los sesos por haber visto una mano verde tamborilear sobre los cristales, y la bella lady Steefield, condenada a llevar alrededor del cuello un collar de terciopelo negro para tapar la señal de cinco dedos, impresos como un hierro candente sobre su blanca piel, y que terminó por ahogarse en el vivero que había al extremo de la Avenida Real. Y, lleno del entusiasmo ególatra del verdadero artista, pasó revista a sus creaciones más célebres. Se dedicó una amarga sonrisa al evocar su última aparición en el papel de "Rubén el Rojo", o "el rorro estrangulado", su "debut" en el "Gibeén, el Vampiro flaco del páramo de Bevley", y el furor que causó una tarde encantadora de junio sólo con jugar a los bolos con sus propios huesos sobre el campo de hierba de "lawn-tennis". ¿Y todo para qué? ¡Para que unos miserables norteamericanos le ofreciesen el engrasador marca "Sol-Levante" y le tirasen almohadas a la cabeza! Era realmente intolerable. Además, la historia nos enseña que jamás fue tratado ningún fantasma de aquella manera. Llegó a la conclusión de que era preciso tomarse la revancha, y permaneció hasta el amanecer en actitud de profunda meditación. </div><br /><div align="center">III</div><br /><div align="justify">Cuando a la mañana siguiente el almuerzo reunió a la familia Otis, se discutió extensamente acerca del fantasma. El ministro de los Estados Unidos estaba, como era natural, un poco ofendido viendo que su ofrecimiento no había sido aceptado.<br />-No quisiera en modo alguno injuriar personalmente al fantasma -dijo-, y reconozco que, dada la larga duración de su estancia en la casa, no era nada cortés tirarle una almohada a la cabeza...<br />Siento tener que decir que esta observación tan justa provocó una explosión de risa en los gemelos.<br />-Pero, por otro lado -prosiguió el señor Otis-, si se empeña, sin más ni más, en no hacer uso del engrasador marca "Sol-Levante", nos veremos precisados a quitarle las cadenas. No habría manera de dormir con todo ese ruido a la puerta de las alcobas.<br />Pero, sin embargo, en el resto de la semana no fueron molestados. Lo único que les llamó la atención fue la reaparición continua de la mancha de sangre sobre el parqué de la biblioteca. Era realmente muy extraño, tanto más cuanto que el señor Otis cerraba la puerta con llave por la noche, igual que las ventanas. Los cambios de color que sufría la mancha, comparables a los de un camaleón, produjeron asimismo frecuentes comentarios en la familia. Una mañana era de un rojo oscuro, casi violáceo; otras veces era bermellón; luego, de un púrpura espléndido, y un día, cuando bajaron a rezar, según los ritos sencillos de la libre iglesia episcopal reformada de Norteamérica, la encontraron de un hermoso verde esmeralda. Como era natural, estos cambios caleidoscópicos divirtieron grandemente a la reunión y se hacían apuestas todas las noches con entera tranquilidad. La única persona que no tomó parte en la broma fue la joven Virginia. Por razones ignoradas, sentíase siempre impresionada ante la mancha de sangre, y estuvo a punto de llorar la mañana que apareció verde esmeralda.<br />El fantasma hizo su segunda aparición el domingo por la noche. Al poco tiempo de estar todos ellos acostados, les alarmó un enorme estrépito que se oyó en el salón. Bajaron apresuradamente, y se encontraron con que una armadura completa se había desprendido de su soporte y caído sobre las losas. Cerca de allí, sentado en un sillón de alto respaldo, el fantasma de Canterville se restregaba las rodillas, con una expresión de agudo dolor sobre su rostro. Los gemelos, que se habían provisto de sus hondas, le lanzaron inmediatamente dos balines, con esa seguridad de puntería que sólo se adquiere a fuerza de largos y pacientes ejercicios sobre el profesor de caligrafía. Mientras tanto, el ministro de los Estados Unidos mantenía al fantasma bajo la amenaza de su revólver, y, conforme a la etiqueta californiana, lo instaba a levantar los brazos. El fantasma se alzó bruscamente, lanzando un grito de furor salvaje, y se disipó en medio de ellos, como una niebla, apagando de paso la vela de Washington Otis y dejándolos a todos en la mayor oscuridad. Cuando llegó a lo alto de la escalera, una vez dueño de sí, se decidió a lanzar su célebre repique de carcajadas satánicas, que en más de una ocasión le habían sido muy útiles. Contaba la gente que aquello hizo encanecer en una sola noche el peluquín de lord Raker. Y que tres sucesivas amas de llaves renunciaron antes de terminar el primer mes en su cargo. Por consiguiente, lanzó su carcajada más horrible, despertando paulatinamente los ecos en las antiguas bóvedas; pero, apagados éstos, se abrió una puerta y apareció, vestida de azul claro, la señora Otis.<br />-Me temo -dijo la dama- que esté usted indispuesto, y aquí le traigo un frasco de la tintura del doctor Dobell. Si se trata de una indigestión, esto le sentará bien.<br />El fantasma la miró con ojos llameantes de furor y se creyó en el deber de metamorfosearse en un gran perro negro. Era un truco que le había dado una reputación merecidísima, y al cual atribuía la idiotez incurable del tío de lord Canterville, el honorable Tomás Horton. Pero un ruido de pasos que se acercaban le hizo vacilar en su cruel determinación, y se contentó con volverse un poco fosforescente. En seguida se desvaneció, después de lanzar un gemido sepulcral, porque los gemelos iban a darle alcance.<br />Una vez en su habitación se sintió destrozado, presa de la agitación más violenta. La ordinariez de los gemelos, el grosero materialismo de la señora Otis, todo aquello resultaba realmente vejatorio; pero lo que más lo humillaba era no tener ya fuerzas para llevar una armadura. Contaba con hacer impresión aun en esos norteamericanos modernos, con hacerles estremecer a la vista de un espectro acorazado, ya que no por motivos razonables, al menos por deferencia hacia su poeta nacional Longfellow, cuyas poesías, delicadas y atrayentes, le habían ayudado con frecuencia a matar el tiempo, mientras los Canterville estaban en Londres. Además, era su propia armadura. La llevó con éxito en el torneo de Kenilworth, siendo felicitado calurosamente por la Reina-Virgen en persona. Pero cuando quiso ponérsela quedó aplastado por completo por el peso de la enorme coraza y del yelmo de acero. Y se desplomó pesadamente sobre las losas de piedra, despellejándose las rodillas y contusionándose la muñeca derecha.<br />Durante varios días estuvo malísimo y no pudo salir de su morada más que lo necesario para mantener en buen estado la mancha de sangre. No obstante lo cual, a fuerza de cuidados acabó por restablecerse y decidió hacer una tercera tentativa para aterrorizar al ministro de los Estados Unidos y a su familia. Eligió para su reaparición en escena el viernes 17 de agosto, consagrando gran parte del día a pasar revista a sus trajes. Su elección recayó al fin en un sombrero de ala levantada por un lado y caída del otro, con una pluma roja; en un sudario deshilachado por las mangas y el cuello y, por último, en un puñal mohoso. Al atardecer estalló una gran tormenta. El viento era tan fuerte que sacudía y cerraba violentamente las puertas y ventanas de la vetusta casa. Realmente aquél era el tiempo que le convenía. He aquí lo que pensaba hacer: Iría sigilosamente a la habitación de Washington Otis, le musitaría unas frases ininteligibles, quedándose al pie de la cama, y le hundiría tres veces seguidas el puñal en la garganta, a los sones de una música apagada. Odiaba sobre todo a Washington, porque sabía perfectamente que era él quien acostumbraba quitar la famosa mancha de sangre de Canterville, empleando el "limpiador incomparable de Pinkerton". Después de reducir al temerario, al despreocupado joven, entraría en la habitación que ocupaba el ministro de los Estados Unidos y su mujer. Una vez allí, colocaría una mano viscosa sobre la frente de la señora Otis, y al mismo tiempo murmuraría, con voz sorda, al oído del ministro tembloroso, los secretos terribles del osario. En cuanto a la pequeña Virginia, aún no tenía decidido nada. No lo había insultado nunca. Era bonita y cariñosa. Unos cuantos gruñidos sordos, que saliesen del armario, le parecían más que suficientes, y si no bastaban para despertarla, llegaría hasta tirarle de la puntita de la nariz con sus dedos rígidos por la parálisis. A los gemelos estaba resuelto a darles una lección: lo primero que haría sería sentarse sobre sus pechos, con el objeto de producirles la sensación de pesadilla. Luego, aprovechando que sus camas estaban muy juntas, se alzaría en el espacio libre entre ellas, con el aspecto de un cadáver verde y frío como el hielo, hasta que se quedaran paralizados de terror. En seguida, tirando bruscamente su sudario, daría la vuelta al dormitorio en cuatro patas, como un esqueleto blanqueado por el tiempo, moviendo los ojos de sus órbitas, en su creación de "Daniel el Mudo, o el esqueleto del suicida", papel en el cual hizo un gran efecto en varias ocasiones. Creía estar tan bien en éste como en su otro papel de "Martín el Demente o el misterio enmascarado".<br />A las diez y media oyó subir a la familia a acostarse. Durante algunos instantes lo inquietaron las tumultuosas carcajadas de los gemelos, que se divertían evidentemente, con su loca alegría de colegiales, antes de meterse en la cama. Pero a las once y cuarto todo quedó nuevamente en silencio, y cuando sonaron las doce se puso en camino. La lechuza chocaba contra los cristales de la ventana. El cuervo crascitaba en el hueco de un tejo centenario y el viento gemía vagando alrededor de la casa, como un alma en pena; pero la familia Otis dormía, sin sospechar la suerte que le esperaba. Oía con toda claridad los ronquidos regulares del ministro de los Estados Unidos, que dominaban el ruido de la lluvia y de la tormenta. Se deslizó furtivamente a través del estuco. Una sonrisa perversa se dibujaba sobre su boca cruel y arrugada, y la luna escondió su rostro tras una nube cuando pasó delante de la gran ventana ojival, sobre la que estaban representadas, en azul y oro, sus propias armas y las de su esposa asesinada. Seguía andando siempre, deslizándose como una sombra funesta, que parecía hacer retroceder de espanto a las mismas tinieblas en su camino. En un momento dado le pareció oír que alguien lo llamaba: se detuvo, pero era tan sólo un perro, que ladraba en la Granja Roja. Prosiguió su marcha, refunfuñando extraños juramentos del siglo XVI, y blandiendo de cuando en cuando el puñal enmohecido en el aire de medianoche. Por fin llegó a la esquina del pasillo que conducía a la habitación de Washington. Allí hizo una breve parada. El viento agitaba en torno de su cabeza sus largos mechones grises y ceñía en pliegues grotescos y fantásticos el horror indecible del fúnebre sudario. Sonó entonces el cuarto en el reloj. Comprendió que había llegado el momento. Se dedicó una risotada y dio la vuelta a la esquina. Pero apenas lo hizo retrocedió, lanzando un gemido lastimero de terror y escondiendo su cara lívida entre sus largas manos huesosas. Frente a él había un horrible espectro, inmóvil como una estatua, monstruoso como la pesadilla de un loco. La cabeza del espectro era pelada y reluciente; su faz, redonda, carnosa y blanca; una risa horrorosa parecía retorcer sus rasgos en una mueca eterna; por los ojos brotaba a oleadas una luz escarlata, la boca tenía el aspecto de un ancho pozo de fuego, y una vestidura horrible, como la de él, como la del mismo Simón, envolvía con su nieve silenciosa aquella forma gigantesca. Sobre el pecho tenía colgado un cartel con una inscripción en caracteres extraños y antiguos. Quizá era un rótulo infamante, donde estaban escritos delitos espantosos, una terrible lista de crímenes. Tenía, por último, en su mano derecha una cimitarra de acero resplandeciente.<br />Como nunca antes había visto fantasmas, naturalmente sintió un pánico terrible, y, después de lanzar a toda prisa una segunda mirada sobre el monstruo atroz, regresó a su habitación, trompicando en el sudario que le envolvía. Cruzó la galería corriendo, y acabó por dejar caer el puñal enmohecido en las botas de montar del ministro, donde lo encontró el mayordomo al día siguiente. Una vez refugiado en su retiro, se desplomó sobre un reducido catre de tijera, tapándose la cabeza con las sábanas. Pero, al cabo de un momento, el valor indomable de los antiguos Canterville se despertó en él y tomó la resolución de hablar al otro fantasma en cuanto amaneciese. Por consiguiente, no bien el alba plateó las colinas, volvió al sitio en que había visto por primera vez al horroroso fantasma. Pensaba que, después de todo, dos fantasmas valían más que uno solo, y que con ayuda de su nuevo amigo podría contender victoriosamente con los gemelos. Pero cuando llegó al sitio se halló en presencia de un espectáculo terrible. Le sucedía algo indudablemente al espectro, porque la luz había desaparecido por completo de sus órbitas. La cimitarra centelleante se había caído de su mano y estaba recostado sobre la pared en una actitud forzada e incómoda. Simón se precipitó hacia delante y lo cogió en sus brazos; pero cuál no sería su terror viendo despegarse la cabeza y rodar por el suelo, mientras el cuerpo tomaba la posición supina, y notó que abrazaba una cortina blanca de lienzo grueso y que yacían a sus pies una escoba, un machete de cocina y una calabaza vacía. Sin poder comprender aquella curiosa transformación, cogió con mano febril el cartel, leyendo a la claridad grisácea de la mañana estas palabras terribles:<br />He aquí al fantasma OtisEl único espíritu auténtico y verdaderoDesconfíen de las imitacionesTodos los demás son falsificaciones<br />Y la entera verdad se le apareció como un relámpago. ¡Había sido burlado, chasqueado, engañado! La expresión característica de los Canterville reapareció en sus ojos, apretó las mandíbulas desdentadas y, levantando por encima de su cabeza sus manos amarillas, juró, según el ritual pintoresco de la antigua escuela, "que cuando el gallo tocara por dos veces el cuerno de su alegre llamada se consumarían sangrientas hazañas, y el crimen, de callado paso, saldría de su retiro".<br />No había terminado de formular este juramento terrible, cuando de una alquería lejana, de tejado de ladrillo rojo, salió el canto de un gallo. Lanzó una larga risotada, lenta y amarga, y esperó. Esperó una hora, y después otra; pero por alguna razón misteriosa no volvió a cantar el gallo. Por fin, a eso de las siete y media, la llegada de las criadas lo obligó a abandonar su terrible guardia y regresó a su morada, con altivo paso, pensando en su juramento vano y en su vano proyecto fracasado. Una vez allí consultó varios libros de caballería, cuya lectura le interesaba extraordinariamente, y pudo comprobar que el gallo cantó siempre dos veces en cuantas ocasiones se recurrió a aquel juramento.<br />-¡Que el diablo se lleve a ese animal volátil! -murmuró-. ¡En otro tiempo hubiese caído sobre él con mi buena lanza, atravesándole el cuello y obligándolo a cantar otra vez para mí, aunque reventara!<br />Y dicho esto se retiró a su confortable caja de plomo, y allí permaneció hasta la noche. </div><div align="justify"> </div><div align="center">IV<br /></div><br />Al día siguiente el fantasma se sintió muy débil y cansado. Las terribles emociones de las cuatro últimas semanas empezaban a producir su efecto. Tenía el sistema nervioso completamente alterado, y temblaba al más ligero ruido. No salió de su habitación en cinco días, y concluyó por hacer una concesión en lo relativo a la mancha de sangre del parqué de la biblioteca. Puesto que la familia Otis no quería verla, era indudable que no la merecía. Aquella gente estaba colocada a ojos vistas en un plano inferior de vida material y era incapaz de apreciar el valor simbólico de los fenómenos sensibles. La cuestión de las apariciones de fantasmas y el desenvolvimiento de los cuerpos astrales era realmente para ellos cosa desconocida e indiscutiblemente fuera de su alcance. Pero, por lo menos, constituía para él un deber ineludible mostrarse en el corredor una vez a la semana y farfullar por la gran ventana ojival el primero y el tercer miércoles de cada mes. No veía ningún medio digno de sustraerse a aquella obligación. Verdad es que su vida fue muy criminal; pero, quitado eso, era hombre muy concienzudo en todo cuanto se relacionaba con lo sobrenatural. Así, pues, los tres sábados siguientes atravesó, como de costumbre, el corredor entre doce de la noche y tres de la madrugada, tomando todas las precauciones posibles para no ser visto ni oído. Se quitaba las botas, pisaba lo más ligeramente que podía sobre las viejas maderas carcomidas, se envolvía en una gran capa de terciopelo negro, y no dejaba de usar el engrasador "Sol-Levante" para sus cadenas. Me veo precisado a reconocer que sólo después de muchas vacilaciones se decidió a adoptar este último medio de protección. Pero, al fin, una noche, mientras cenaba la familia, se deslizó en el dormitorio de la señora Otis y se llevó el frasquito. Al principio se sintió un poco humillado, pero después fue suficientemente razonable para comprender que aquel invento merecía grandes elogios y cooperaba, en cierto modo, a la realización de sus proyectos. A pesar de todo, no se vio libre de problemas. No dejaban nunca de tenderle cuerdas de lado a lado del corredor para hacerlo tropezar en la oscuridad, y una vez que se había disfrazado para el papel de "Isaac el Negro o el cazador del bosque de Hogsley", cayó cuan largo era al poner el pie sobre una pista de maderas enjabonadas que habían colocado los gemelos desde el umbral del salón de Tapices hasta la parte alta de la escalera de roble. Esta última afrenta le dio tal rabia, que decidió hacer un esfuerzo para imponer su dignidad y consolidar su posición social, y formó el proyecto de visitar a la noche siguiente a los insolentes chicos de Eton, en su célebre papel de "Ruperto el Temerario o el conde sin cabeza".<br />No se había mostrado con aquel disfraz desde hacía sesenta años, es decir, desde que causó con él tal pavor a la bella lady Bárbara Modish, que ésta retiró su consentimiento al abuelo de actual lord Canterville y se fugó a Gretna Green con el arrogante Jach Castletown, jurando que por nada del mundo consentiría en emparentar con una familia que toleraba los paseos de un fantasma tan horrible por la terraza, al atardecer. El pobre Jack fue al poco tiempo muerto en duelo por lord Canterville en la pradera de Wandsworth, y lady Bárbara murió de pena en Tumbridge Wells antes de terminar el año; así es que fue un gran éxito en todos los sentidos. Sin embargo, era, permitiéndome emplear un término de argot teatral para aplicarlo a uno de los mayores misterios del mundo sobrenatural (o en lenguaje más científico), "del mundo superior a la Naturaleza", era, repito, una creación de las más difíciles, y necesitó sus tres buenas horas para terminar los preparativos. Por fin, todo estuvo listo, y él contentísimo de su disfraz. Las grandes botas de montar, que hacían juego con el traje, eran, eso sí, un poco holgadas para él, y no pudo encontrar más que una de las dos pistolas del arzón; pero, en general, quedó satisfechísimo, y a la una y cuarto pasó a través del estuco y bajó al corredor. Cuando estuvo cerca de la habitación ocupada por los gemelos, a la que llamaré el dormitorio azul, por el color de sus cortinajes, se encontró con la puerta entreabierta. A fin de hacer una entrada sensacional, la empujó con violencia, pero se le vino encima una jarra de agua que le empapó hasta los huesos, no dándole en el hombro por unos milímetros. Al mismo tiempo oyó unas risas sofocadas que partían de la doble cama con dosel. Su sistema nervioso sufrió tal conmoción, que regresó a sus habitaciones a todo escape, y al día siguiente tuvo que permanecer en cama con un fuerte reuma. El único consuelo que tuvo fue el de no haber llevado su cabeza sobre los hombros, pues sin esto las consecuencias hubieran podido ser más graves.<br />Desde entonces renunció para siempre a espantar a aquella recia familia de norteamericanos, y se limitó a vagar por el corredor, con zapatillas de orillo, envuelto el cuello en una gruesa bufanda, por temor a las corrientes de aire, y provisto de un pequeño arcabuz, para el caso en que fuese atacado por los gemelos. Hacia el 19 de septiembre fue cuando recibió el golpe de gracia. Había bajado por la escalera hasta el espacioso salón, seguro de que en aquel sitio por lo menos estaba a cubierto de jugarretas, y se entretenía en hacer observaciones satíricas sobre las grandes fotografías del ministro de los Estados Unidos y de su mujer, hechas en casa de Sarow. Iba vestido sencilla pero decentemente, con un largo sudario salpicado de moho de cementerio. Se había atado la quijada con una tira de tela y llevaba una linternita y una azadón de sepulturero. En una palabra, iba disfrazado de "Jonás el Desenterrador, o el ladrón de cadáveres de Cherstey Barn". Era una de sus creaciones más notables y de las que guardaban recuerdo, con más motivo, los Canterville, ya que fue la verdadera causa de su riña con lord Rufford, vecino suyo. Serían próximamente las dos y cuarto de la madrugada, y, a su juicio, no se movía nadie en la casa. Pero cuando se dirigía tranquilamente en dirección a la biblioteca, para ver lo que quedaba de la mancha de sangre, se abalanzaron hacia él, desde un rincón sombrío, dos siluetas, agitando locamente sus brazos sobre sus cabezas, mientras gritaban a su oído:<br />-¡Bu!<br />Lleno de pánico, cosa muy natural en aquellas circunstancias, se precipitó hacia la escalera, pero entonces se encontró frente a Washington Otis, que lo esperaba armado con la regadera del jardín; de tal modo que, cercado por sus enemigos, casi acorralado, tuvo que evaporarse en la gran estufa de hierro colado, que, afortunadamente para él, no estaba encendida, y abrirse paso hasta sus habitaciones por entre tubos y chimeneas, llegando a su refugio en el tremendo estado en que lo pusieron la agitación, el hollín y la desesperación.<br />Desde aquella noche no volvió a vérsele nunca de expedición nocturna. Los gemelos se quedaron muchas veces en acecho para sorprenderlo, sembrando de cáscara de nuez los corredores todas las noches, con gran molestia de sus padres y criados. Pero fue inútil. Su amor propio estaba profundamente herido, sin duda, y no quería mostrarse. En vista de ello, el señor Otis se puso a trabajar en su gran obra sobre la historia del partido demócrata, obra que había empezado tres años antes. La señora Otis organizó una extraordinaria horneada de almejas, de la que se habló en toda la comarca. Los niños se dedicaron a jugar a la barra, al ecarté, al póquer y a otras diversiones nacionales de Estados Unidos. Virginia dio paseos a caballo por las carreteras, en compañía del duquesito de Cheshire, que se hallaba en Canterville pasando su última semana de vacaciones. Todo el mundo se figuraba que el fantasma había desaparecido, hasta el punto de que el señor Otis escribió una carta a lord Canterville para comunicárselo, y recibió en contestación otra carta en la que éste le testimoniaba el placer que le producía la noticia y enviaba sus más sinceras felicitaciones a la digna esposa del ministro.<br />Pero los Otis se equivocaban. El fantasma seguía en la casa, y, aunque se hallaba muy delicado, no estaba dispuesto a retirarse, sobre todo después de saber que figuraba entre los invitados el duquesito de Cheshire, cuyo tío, lord Francis Stilton, apostó una vez con el coronel Carbury a que jugaría a los dados con el fantasma de Canterville. A la mañana siguiente encontraron a lord Stilton tendido sobre el suelo del salón de juego en un estado de parálisis tal que, a pesar de la edad avanzada que alcanzó, no pudo ya nunca pronunciar más palabras que éstas:<br />-¡Doble seis!<br />Esta historia era muy conocida en un tiempo, aunque, en atención a los sentimientos de dos familias nobles, se hiciera todo lo posible por ocultarla, y existe un relato detallado de todo lo referente a ella en el tomo tercero de las Memorias de lord Tattle sobre el príncipe Regente y sus amigos. Desde entonces, el fantasma deseaba vivamente probar que no había perdido su influencia sobre los Stilton, con los que además estaba emparentado por matrimonio, pues una prima suya se casó en segundas nupcias con el señor Bulkeley, del que descienden en línea directa, como todo el mundo sabe, los duques de Cheshire. Por consiguiente, hizo sus preparativos para mostrarse al pequeño enamorado de Virginia en su famoso papel de "Fraile vampiro, o el benedictino desangrado". Era un espectáculo espantoso, que cuando la vieja lady Starbury se lo vio representar, es decir en víspera del Año Nuevo de 1764, empezó a lanzar chillidos agudos, que tuvieron por resultado un fuerte ataque de apoplejía y su fallecimiento al cabo de tres días, no sin que desheredara antes a los Canterville y legase todo su dinero a su farmacéutico en Londres. Pero, a última hora, el terror que le inspiraban los gemelos lo retuvo en su habitación, y el duquesito durmió tranquilo en el gran lecho con dosel coronado de plumas del dormitorio real, soñando con Virginia.<br /><br /><div align="center">V</div><br />Virginia y su adorador de cabello rizado dieron, unos días después, un paseo a caballo por los prados de Brockley, paseo en el que ella desgarró su vestido de amazona al saltar un seto, de tal manera que, de vuelta a su casa, entró por la escalera de atrás para que no la viesen. Al pasar corriendo por delante de la puerta del salón de Tapices, que estaba abierta de par en par, le pareció ver a alguien dentro. Pensó que sería la doncella de su madre, que iba con frecuencia a trabajar a esa habitación. Asomó la cabeza para encargarle que le cosiese el vestido. ¡Pero, con gran sorpresa suya, quien allí estaba era el fantasma de Canterville en persona! Se había acomodado ante la ventana, contemplando el oro llameante de los árboles amarillentos que revoloteaban por el aire, las hojas enrojecidas que bailaban locamente a lo largo de la gran avenida. Tenía la cabeza apoyada en una mano, y toda su actitud revelaba el desaliento más profundo. Realmente presentaba un aspecto tan abrumado, tan abatido, que la pequeña Virginia, en vez de ceder a su primer impulso, que fue echar a correr y encerrarse en su cuarto, se sintió llena de compasión y tomó el partido de ir a consolarlo. Tenía la muchacha un paso tan ligero y él una melancolía tan honda, que no se dio cuenta de su presencia hasta que le habló.<br />-Lo he sentido mucho por usted -dijo-, pero mis hermanos regresan mañana a Eton, y entonces, si se porta usted bien, nadie lo atormentará.<br />-Es inconcebible pedirme que me porte bien -le respondió, contemplando estupefacto a la jovencita que tenía la audacia de dirigirle la palabra-. Perfectamente inconcebible. Es necesario que yo sacuda mis cadenas, que gruña por los agujeros de las cerraduras y que corretee de noche. ¿Eso es lo que usted llama portarse mal? No tengo otra razón de ser.<br />-Esa no es una razón de ser. En sus tiempos fue usted muy malo ¿sabe? La señora Umney nos dijo el día que llegamos que usted mató a su esposa.<br />-Sí, lo reconozco -respondió incautamente el fantasma-. Pero era un asunto de familia y nadie tenía que meterse.<br />-Está muy mal matar a nadie -dijo Virginia, que a veces adoptaba un bonito gesto de gravedad puritana, heredado quizás de algún antepasado venido de Nueva Inglaterra.<br />-¡Oh, no puedo sufrir la severidad barata de la moral abstracta! Mi mujer era feísima. No almidonaba nunca lo bastante mis puños y no sabía nada de cocina. Mire usted: un día había yo cazado un soberbio ciervo en los bosques de Hogsley, un hermoso macho de dos años. ¡Pues no puede usted figurarse cómo me lo sirvió! Pero, en fin, dejemos eso. Es asunto liquidado, y no encuentro nada bien que sus hermanos me dejasen morir de hambre, aunque yo la matase.<br />-¡Que lo dejaran morir de hambre! ¡Oh señor fantasma...! Don Simón, quiero decir, ¿es que tiene usted hambre? Hay un sándwich en mi costurero. ¿Le gustaría?<br />-No, gracias, ahora ya no como; pero, de todos modos, lo encuentro amabilísimo por su parte. ¡Es usted bastante más atenta que el resto de su horrible, arisca, ordinaria y ladrona familia!<br />-¡Basta! -exclamó Virginia, dando con el pie en el suelo-. El arisco, el horrible y el ordinario es usted. En cuanto a lo de ladrón, bien sabe usted que me ha robado mis colores de la caja de pinturas para restaurar esa ridícula mancha de sangre en la biblioteca. Empezó usted por coger todos mis rojos, incluso el bermellón, imposibilitándome para pintar puestas de sol. Después agarró usted el verde esmeralda y el amarillo cromo. Y, finalmente, sólo me queda el añil y el blanco. Así es que ahora no puedo hacer más que claros de luna, que da grima ver, e incomodísimos, además, de colorear. Y no le he acusado, aún estando fastidiada y a pesar de que todas esa cosas son completamente ridículas. ¿Se ha visto alguna vez sangre color verde esmeralda...?<br />-Vamos a ver -dijo el fantasma, con cierta dulzura-: ¿y qué iba yo a hacer? Es dificilísimo en los tiempos actuales agenciarse sangre de verdad, y ya que su hermano empezó con su quitamanchas incomparable, no veo por qué no iba yo a emplear los colores de usted para resistir. En cuanto al tono, es cuestión de gusto. Así, por ejemplo, los Canterville tienen sangre azul, la sangre más azul que existe en Inglaterra... Aunque ya sé que ustedes los norteamericanos no hacen el menor caso de esas cosas.<br />-No sabe usted nada, y lo mejor que puede hacer es emigrar, y así se formará idea de algo. Mi padre tendrá un verdadero gusto en proporcionarle un pasaje gratuito, y aunque haya fuertes impuestos sobre los espíritus, no le pondrán dificultades en la Aduana. Y una vez en Nueva York, puede usted contar con un gran éxito. Conozco infinidad de personas que darían cien mil dólares por tener antepasados y que sacrificarían mayor cantidad aún por tener un fantasma para la familia.<br />-Creo que no me divertiría mucho en Estados Unidos.<br />-Quizás se deba a que allí no tenemos ni ruinas ni curiosidades -dijo burlonamente Virginia.<br />-¡Qué curiosidades ni qué ruinas! -contestó el fantasma-. Tienen ustedes su Marina y sus modales.<br />-Buenas noches; voy a pedir a papá que conceda a los gemelos una semana más de vacaciones.<br />-¡No se vaya, señorita Virginia, se lo suplico! -exclamó el fantasma-. Estoy tan solo y soy tan desgraciado, que no sé qué hacer. Quisiera ir a acostarme y no puedo.<br />-Pues es inconcebible: no tiene usted más que meterse en la cama y apagar la luz. Algunas veces es dificilísimo permanecer despierto, sobre todo en una iglesia, pero, en cambio, dormir es muy sencillo. Ya ve usted: los gemelos saben dormir admirablemente, y no son de los más listos.<br />-Hace trescientos años que no duermo -dijo el anciano tristemente, haciendo que Virginia abriese mucho sus hermosos ojos azules, llenos de asombro-. Hace ya trescientos años que no duermo, así es que me siento cansadísimo.<br />Virginia adoptó un grave continente, y sus finos labios se movieron como pétalos de rosa. Se acercó y arrodilló al lado del fantasma, contempló su rostro envejecido y arrugado.<br />-Pobrecito fantasma -profirió a media voz-, ¿y no hay ningún sitio donde pueda usted dormir?<br />-Allá lejos, pasando el pinar -respondió él en voz baja y soñadora-, hay un jardincito. La hierba crece en él alta y espesa; allí pueden verse las grandes estrellas blancas de la cicuta, allí el ruiseñor canta toda la noche. Canta toda la noche, y la luna de cristal helado deja caer su mirada y el tejo extiende sus brazos de gigante sobre los durmientes.<br />Los ojos de Virginia se empañaron de lágrimas y sepultó la cara entre sus manos.<br />-Se refiere usted al jardín de la Muerte -murmuró.<br />-Sí, de la muerte. Debe ser hermosa. Descansar en la blanda tierra oscura, mientras las hierbas se balancean encima de nuestra cabeza, y escuchar el silencio. No tener ni ayer ni mañana. Olvidarse del tiempo y de la vida; morar en paz. Usted puede ayudarme; usted puede abrirme de par en par las puertas de la muerte, porque el amor la acompaña a usted siempre, y el amor es más fuerte que la muerte.<br />Virginia tembló. Un estremecimiento helado recorrió todo su ser, y durante unos instantes hubo un gran silencio. Le parecía vivir un sueño terrible. Entonces el fantasma habló de nuevo con una voz que resonaba como los suspiros del viento:<br />-¿Ha leído usted alguna vez la antigua profecía que hay sobre las vidrieras de la biblioteca?<br />-¡Oh, muchas veces! -exclamó la muchacha levantando los ojos-. La conozco muy bien. Está pintada con unas curiosas letras doradas y se lee con dificultad. No tiene más que éstos seis versos:<br />"Cuando una joven rubia logre hacer brotar "una oración de los labios del pecador, "cuando el almendro estéril dé fruto "y una niña deje correr su llanto, "entonces, toda la casa recobrará la tranquilidad "y volverá la paz a Canterville.<br />"Pero no sé lo que significan".<br />-Significan que tiene usted que llorar conmigo mis pecados, porque no tengo lágrimas, y que tiene usted que rezar conmigo por mi alma, porque no tengo fe, y entonces, si ha sido usted siempre dulce, buena y cariñosa, el ángel de la muerte se apoderará de mí. Verá usted seres terribles en las tinieblas y voces funestas murmurarán en sus oídos, pero no podrán hacerle ningún daño, porque contra la pureza de una niña no pueden nada las potencias infernales.<br />Virginia no contestó, y el fantasma se retorcía las manos en la violencia de su desesperación, sin dejar de mirar la rubia cabeza inclinada. De pronto se irguió la joven, muy pálida, con un fulgor en los ojos.<br />-No tengo miedo -dijo con voz firme - y rogaré al ángel que se apiade de usted.<br />Se levantó el fantasma de su asiento lanzando un débil grito de alegría, cogió la blonda cabeza entre sus manos, con una gentileza que recordaba los tiempos pasados, y la besó. Sus dedos estaban fríos como hielo y sus labios abrasaban como el fuego, pero Virginia no flaqueó; el fantasma la guió a través de la estancia sombría. Sobre un tapiz, de un verde apagado, estaban bordados unos pequeños cazadores. Soplaban en sus cuernos adornados de flecos y con sus lindas manos le hacían gestos de que retrocediese.<br />-Vuelve sobre tus pasos, Virginia. ¡Vete, vete! -gritaban.<br />Pero el fantasma le apretaba en aquel momento la mano con más fuerza, y ella cerró los ojos para no verlos. Horribles animales de colas de lagarto y de ojazos saltones parpadearon maliciosamente en las esquinas de la chimenea, mientras le decían en voz baja:<br />-Ten cuidado, Virginia, ten cuidado. Podríamos no volver a verte.<br />Pero el fantasma apresuró el paso y Virginia no oyó nada. Cuando llegaron al extremo de la estancia el viejo se detuvo, murmurando unas palabras que ella no comprendió. Volvió Virginia a abrir los ojos y vio disiparse el muro lentamente, como una neblina, y abrirse ante ella una negra caverna. Un áspero y helado viento los azotó, sintiendo la muchacha que le tiraban del vestido.<br />-De prisa, de prisa -gritó el fantasma-, o será demasiado tarde.<br />Y en el mismo momento el muro se cerró de nuevo detrás de ellos y el salón de Tapices quedó desierto.<br /><br /><div align="center">VI</div><br />Unos diez minutos después sonó la campana para el té y Virginia no bajó. La señora Otis envió a uno de los criados a buscarla. No tardó en volver, diciendo que no había podido descubrir a la señorita Virginia por ninguna parte. Como la muchacha tenía la costumbre de ir todas las tardes al jardín a recoger flores para la cena, la señora Otis no se inquietó en lo más mínimo. Pero sonaron las seis y Virginia no aparecía. Entonces su madre se sintió seriamente intranquila y envió a sus hijos en su busca, mientras ella y su marido recorrían todas las habitaciones de la casa. A las seis y media volvieron los gemelos, diciendo que no habían encontrado huellas de su hermana por ninguna parte. Entonces se conmovieron todos extraordinariamente, y nadie sabía qué hacer, cuando el señor Otis recordó de repente que pocos días antes habían permitido acampar en el parque a una tribu de gitanos. Así es que salió inmediatamente para Blackfell-Hollow, acompañado de su hijo mayor y de dos de sus criados de la granja. El duquesito de Cheshire, completamente loco de inquietud, rogó con insistencia a el señor Otis que lo dejase acompañarlo, mas éste se negó temiendo algún jaleo. Pero cuando llegó al sitio en cuestión vio que los gitanos se habían marchado. Se dieron prisa a huir, sin duda alguna, pues el fuego ardía todavía y quedaban platos sobre la hierba. Después de mandar a Washington y a los dos hombres que registrasen los alrededores, se apresuró a regresar y envió telegramas a todos los inspectores de Policía del condado, rogándoles que buscasen a una joven raptada por unos vagabundos o gitanos. Luego hizo que le trajeran su caballo, y después de insistir para que su mujer y sus tres hijos se sentaran a la mesa, partió con un criado por el camino de Ascot. Había recorrido apenas dos millas, cuando oyó un galope a su espalda. Se volvió, viendo al duquesito que llegaba en su caballito, con la cara sofocada y la cabeza descubierta.<br />-Lo siento muchísimo, señor Otis -le dijo el joven con voz entrecortada-, pero me es imposible comer mientras Virginia no aparezca. Se lo ruego: no se enfade conmigo. Si nos hubiera permitido casarnos el año último, no habría pasado esto nunca. No me rechaza usted, ¿verdad? ¡No puedo ni quiero irme!<br />El ministro no pudo menos que dirigir una sonrisa a aquel mozo guapo y atolondrado, conmovidísimo ante la abnegación que mostraba por Virginia. Inclinándose sobre su caballo, le acarició los hombros bondadosamente, y le dijo:<br />-Pues bien, Cecil: ya que insiste usted en venir, no me queda más remedio que admitirle en mi compañía; pero, eso sí, tengo que comprarle un sombrero en Ascot.<br />-¡Al diablo sombreros! ¡Lo que quiero es Virginia! -exclamó el duquesito, riendo.<br />Y acto seguido galoparon hasta la estación. Una vez allí, el señor Otis preguntó al jefe si no habían visto en el andén de salida a una joven cuyas señas correspondiesen con las de Virginia, pero no averiguó nada sobre ella. No obstante lo cual, el jefe de la estación expidió telegramas a las estaciones del trayecto, ascendentes y descendentes, y le prometió ejercer una vigilancia minuciosa. En seguida, después de comprar un sombrero para el duquesito en una tienda de novedades que se disponía a cerrar, el señor Otis cabalgó hasta Bexley, pueblo situado cuatro millas más allá, y que, según le dijeron, era muy frecuentado por los gitanos. Hicieron levantarse al guardia rural, pero no pudieron conseguir ningún dato de él. Así es que, después de atravesar la plaza, los dos jinetes tomaron otra vez el camino de casa, llegando a Canterville a eso de las once, rendidos de cansancio y con el corazón desgarrado por la inquietud. Se encontraron allí con Washington y los gemelos, esperándolos a la puerta con linternas, porque la avenida estaba muy oscura. No se había descubierto la menor señal de Virginia. Los gitanos fueron alcanzados en el prado de Brockley, pero no estaba la joven entre ellos. Explicaron la prisa de su marcha diciendo que habían equivocado el día en que debía celebrarse la feria de Chorton y que el temor de llegar demasiado tarde los obligó a darse prisa. Además, parecieron desconsolados por la desaparición de Virginia, pues estaban agradecidísimos al señor Otis por haberles permitido acampar en su parque. Cuatro de ellos se quedaron atrás para tomar parte en las pesquisas. Se hizo vaciar el estanque de las carpas. Registraron la finca en todos los sentidos, pero no consiguieron nada. Era evidente que Virginia estaba perdida, al menos por aquella noche, y fue con un aire de profundo abatimiento como entraron en casa el señor Otis y los jóvenes, seguidos del criado, que llevaba de las bridas al caballo y al caballito. En el salón se encontraron con el grupo de criados, llenos de terror. La pobre señora Otis estaba tumbada sobre un sofá de la biblioteca, casi loca de espanto y de ansiedad, y la vieja ama de llaves le humedecía la frente con agua de colonia. Fue una comida tristísima. No se hablaba apenas, y hasta los mismos gemelos parecían despavoridos y consternados, pues querían mucho a su hermana. Cuando terminaron, el señor Otis, a pesar de los ruegos del duquesito, mandó que todo el mundo se acostase, ya que no podía hacer cosa alguna aquella noche; al día siguiente telegrafiaría a Scotland Yard para que pusieran inmediatamente varios detectives a su disposición. Pero he aquí que en el preciso momento en que salían del comedor sonaron las doce en el reloj de la torre. Apenas acababan de extinguirse las vibraciones de la última campanada, cuando se oyó un crujido acompañado de un grito penetrante. Un trueno formidable bamboleó la casa, una melodía, que no tenía nada de terrenal, flotó en el aire. Un lienzo de la pared se despegó bruscamente en lo alto de la escalera, y sobre el rellano, muy pálida, casi blanca, apareció Virginia, llevando en la mano un cofrecito. Inmediatamente se precipitaron todos hacia ella. La señora Otis la estrechó apasionadamente contra su corazón. El duquesito casi la ahogó con la violencia de sus besos, y los gemelos ejecutaron una danza de guerra salvaje alrededor del grupo.<br />-¡Ah...! ¡Hija mía! ¿Dónde te habías metido? -dijo el señor Otis, bastante enfadado, creyendo que les había querido dar una broma a todos ellos-. Cecil y yo hemos registrado toda la comarca en busca tuya, y tu madre ha estado a punto de morirse de espanto. No vuelvas a dar bromitas de ese género a nadie.<br />-¡Menos al fantasma, menos al fantasma! -gritaron los gemelos, continuando sus cabriolas.<br />-Hija mía querida, gracias a Dios que te hemos encontrado; ya no nos volveremos a separar -murmuraba la señora Otis, besando a la muchacha, toda trémula, y acariciando sus cabellos de oro, que se desparramaban sobre sus hombros.<br />-Papá -dijo dulcemente Virginia-, estaba con el fantasma. Ha muerto ya. Es preciso que vayan a verlo. Fue muy malo, pero se ha arrepentido sinceramente de todo lo que había hecho, y antes de morir me ha dado este cofrecito de hermosas joyas.<br />Toda la familia la contempló muda y aterrada, pero ella tenía un aire muy solemne y muy serio. En seguida, dando media vuelta, los precedió a través del hueco de la pared y bajaron a un corredor secreto. Washington los seguía llevando una vela encendida, que cogió de la mesa. Por fin llegaron a una gran puerta de roble erizada de recios clavos. Virginia la tocó, y entonces la puerta giró sobre sus goznes enormes y se hallaron en una habitación estrecha y baja, con el techo abovedado, y que tenía una ventanita. Junto a una gran argolla de hierro empotrada en el muro, con la cual estaba encadenado, se veía un largo esqueleto, extendido cuan largo era sobre las losas. Parecía estirar sus dedos descarnados, como intentando llegar a un plato y a un cántaro, de forma antigua, colocados de tal forma que no pudiese alcanzarlos. El cántaro había estado lleno de agua, indudablemente, pues tenía su interior tapizado de moho verde. Sobre el plato no quedaba más que un montón de polvo. Virginia se arrodilló junto al esqueleto, y, uniendo sus manitas, se puso a rezar en silencio, mientras la familia contemplaba con asombro la horrible tragedia cuyo secreto acababa de ser revelado.<br />-¡Miren! -exclamó de pronto uno de los gemelos, que había ido a mirar por la ventanita, queriendo adivinar de qué lado del edificio caía aquella habitación-. ¡Miren! El antiguo almendro, que estaba seco, ha florecido. Se ven admirablemente las hojas a la luz de la luna.<br />-¡Dios lo ha perdonado! -dijo gravemente Virginia, levantándose. Y un magnífico resplandor parecía iluminar su rostro.<br />-¡Eres un ángel! -exclamó el duquesito, ciñéndole el cuello con los brazos y besándola.<br /><br /><div align="center">VII</div><br />Cuatro días después de estos curiosos sucesos, a eso de las once de la noche, salía un fúnebre cortejo de Canterville-House. El carro iba arrastrado por ocho caballos negros, cada uno de los cuales llevaba adornada la cabeza con un gran penacho de plumas de avestruz, que se balanceaban. La caja de plomo iba cubierta con un rico paño de púrpura, sobre el cual estaban bordadas en oro las armas de los Canterville. A cada lado del carro y de los coches marchaban los criados llevando antorchas encendidas. Toda aquella comitiva tenía un aspecto grandioso e impresionante. Lord Canterville presidía el duelo; había venido del país de Gales expresamente para asistir al entierro, y ocupaba el primer coche con la pequeña Virginia. Después iban el ministro de los Estados Unidos y su esposa, y detrás, Washington y los dos muchachos. En el último coche iba la señora Umney. Todo el mundo convino en que, después de haber sido atemorizada por el fantasma por espacio de más de cincuenta años, tenía realmente derecho de verlo desaparecer para siempre. Cavaron una profunda fosa en un rincón del cementerio, precisamente bajo el tejo centenario, y dijo las últimas oraciones, del modo más patético, el reverendo Augusto Dampier. Luego, al bajar la caja a la fosa, Virginia se adelantó, colocando encima de ella una gran cruz hecha con flores de almendro, blancas y rojas. En aquel momento salió la luna de detrás de una nube e inundó el cementerio con sus silenciosas oleadas de plata, y de un bosquecillo cercano se elevó el canto de un ruiseñor. Virginia recordó la descripción que le hizo el fantasma del jardín de la Muerte; sus ojos se llenaron de lágrimas y apenas pronunció una palabra durante el regreso.<br />A la mañana siguiente, antes de que lord Canterville partiese para la ciudad, la señora Otis conferenció con él respecto de las joyas entregadas por el fantasma a Virginia. Eran soberbias, magníficas. Había, sobre todo, un collar de rubíes, en una antigua montura veneciana, que era un espléndido trabajo del siglo XVI, y el conjunto representaba tal cantidad que el señor Otis sentía vivos escrúpulos en permitir a su hija que se quedase con ellas.<br />-Señor -dijo el ministro-, sé que en este país se aplica la mano muerta lo mismo a los objetos menudos que a las tierras, y es evidente, evidentísimo para mí, que estas joyas deben quedar en poder de usted como legado de familia. Le ruego, por tanto, que consienta en llevárselas a Londres, considerándolas simplemente como una parte de su herencia que le fuera restituida en circunstancias extraordinarias. En cuanto a mi hija, no es más que una chiquilla, y hasta hoy, me complace decirlo, siente poco interés por estas futilezas de lujo superfluo. He sabido igualmente por la señora Otis, cuya autoridad no es despreciable en cosas de arte, dicho sea de paso (pues ha tenido la suerte de pasar varios inviernos en Boston, siendo muchacha), que esas piedras preciosas tienen un gran valor monetario, y que si se pusieran en venta producirían una bonita suma. En estas circunstancias, lord Canterville, reconocerá usted, indudablemente, que no puedo permitir que queden en manos de ningún miembro de la familia. Además de que todas estas tonterías y juguetes, por muy apreciados y necesitados que sean a la dignidad de la aristocracia británica, estarían fuera de lugar entre personas educadas según los severos principios, pudiera decirse, de la sencillez republicana. Quizá me atrevería a asegurar que Virginia tiene gran interés en que le deje usted el cofrecito que encierra esas joyas, en recuerdo de las locuras y el infortunio del antepasado. Y como ese cofrecito es muy viejo y, por consiguiente, deterioradísimo, quizá encuentre usted razonable acoger favorablemente su petición. En cuanto a mí, confieso que me sorprende grandemente ver a uno de mis hijos demostrar interés por una cosa de la Edad Media, y la única explicación que le encuentro es que Virginia nació en un barrio de Londres, al poco tiempo de regresar la señora Otis de una excursión a Atenas.<br />Lord Canterville escuchó imperturbable el discurso del digno ministro, atusándose de cuando en cuando el bigote gris para ocultar una sonrisa involuntaria. Una vez que hubo terminado el señor Otis, le estrechó cordialmente la mano y contestó:<br />-Mi querido amigo, su encantadora hijita ha prestado un servicio importantísimo a mi desgraciado antecesor. Mi familia y yo le estamos reconocidísimos por su maravilloso valor y por la sangre fría que ha demostrado. Las joyas le pertenecen, sin duda alguna, y creo, a fe mía, que si tuviese yo la suficiente insensibilidad para quitárselas, el viejo tunante saldría de su tumba al cabo de quince días para infernarme la vida. En cuanto a que sean joyas de familia, no podrían serlo sino después de estar especificadas como tales en un testamento, en forma legal, y la existencia de estas joyas permaneció siempre ignorada. Le aseguro que son tan mías como de su mayordomo. Cuando la señorita Virginia sea mayor, sospecho que le encantará tener cosas tan lindas que llevar. Además, señor Otis, olvida usted que adquirió usted el inmueble y el fantasma bajo inventario. De modo que todo lo que pertenece al fantasma le pertenece a usted. A pesar de las pruebas de actividad que ha dado Simón por el corredor, no por eso deja de estar menos muerto, desde el punto de vista legal, y su compra lo hace a usted dueño de lo que le pertenecía a él.<br />El señor Otis se quedó muy preocupado ante la negativa de lord Canterville, y le rogó que reflexionara nuevamente su decisión; pero el excelente par se mantuvo firme y terminó por convencer al ministro de que aceptase el regalo del fantasma. Cuando, en la primavera de 1890, la duquesita de Cheshire fue presentada por primera vez en la recepción de la reina, con motivo de su casamiento, sus joyas fueron motivo de general admiración. Y Virginia fue agraciada con la diadema, que se otorga como recompensa a todas las norteamericanitas juiciosas, y se casó con su novio en cuanto éste tuvo edad para ello. Eran ambos tan agradables y se amaban de tal modo, que a todo el mundo le encantó ese matrimonio, menos a la vieja marquesa de Dumbleton, que venía haciendo todo lo posible por atrapar al duquesito y casarlo con una de sus siete hijas. Para conseguirlo dio al menos tres grandes comidas costosísimas. Cosa rara: el señor Otis sentía una gran simpatía personal por el duquesito, pero teóricamente era enemigo de los títulos y, según sus propias palabras, "era de temer que, entre las influencias debilitantes de una aristocracia ávida de placer, fueran olvidados por Virginia los verdaderos principios de la sencillez republicana". Pero nadie hizo caso de sus observaciones, y cuando avanzó por la nave lateral de la iglesia de San Jorge, en Hannover Square, llevando a su hija del brazo, no había hombre más orgulloso en toda Inglaterra.<br />Después de la luna de miel, el duque y la duquesa regresaron a Canterville-Chase, y al día siguiente de su llegada, por la tarde, fueron a dar una vuelta por el cementerio solitario próximo al pinar. Al principio le preocupó mucho lo relativo a la inscripción que debía grabarse sobre la losa fúnebre de Simón, pero concluyeron por decidir que se pondrían simplemente las iniciales del viejo gentilhombre y los versos escritos en la ventana de la biblioteca. La duquesa llevaba unas rosas magníficas, que desparramó sobre la tumba; después de permanecer allí un rato, pasaron por las ruinas del claustro de la antigua abadía. La duquesa se sentó sobre una columna caída, mientras su marido, recostado a sus pies y fumando un cigarrillo, contemplaba sus lindos ojos. De pronto tiró el cigarrillo y, tomándole una mano, le dijo:<br />-Virginia, una mujer no debe tener secretos con su marido.<br />-Y no los tengo, querido Cecil.<br />-Sí los tienes -respondió sonriendo-. No me has dicho nunca lo que sucedió mientras estuviste encerrada con el fantasma.<br />-Ni se lo he dicho a nadie -replicó gravemente Virginia.<br />-Ya lo sé; pero bien me lo podrías decir a mí.<br />-Cecil, te ruego que no me lo preguntes. No puedo realmente decírtelo. ¡Pobre Simón! Le debo mucho. Sí; no te rías, Cecil; le debo mucho realmente. Me hizo ver lo que es la vida, lo que significa la muerte y por qué el amor es más fuerte que la muerte.<br />El duque se levantó para besar amorosamente a su mujer.<br />-Puedes guardar tu secreto mientras yo posea tu corazón -dijo a media voz.<br />-Siempre fue tuyo.<br />-Y se lo dirás algún día a nuestros hijos, ¿verdad?<br />Virginia se ruborizó.<br /><br /><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Oscar Wilde</span></strong><br /></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-68859482723432196852009-04-17T15:24:00.002+02:002009-04-17T15:32:03.258+02:00EL CORAZÓN DELATOR<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-n-vgRL_3cT7xQWsrpfJGAfI-FXS6toj3bIlgzaWU8-jN6Yb197CmpnT96PtlmvGMasTJQfo2sEfd91UBAmI_Qg2wU61CeTC6Ke0HDgOhaukQ8Z7CId2YJb20jigV3-bkKhh1v5UR1Jr5/s1600-h/Allan_Poe_Coraz%C3%B3n_Delator.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5325652449769639074" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 215px; CURSOR: hand; HEIGHT: 180px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj-n-vgRL_3cT7xQWsrpfJGAfI-FXS6toj3bIlgzaWU8-jN6Yb197CmpnT96PtlmvGMasTJQfo2sEfd91UBAmI_Qg2wU61CeTC6Ke0HDgOhaukQ8Z7CId2YJb20jigV3-bkKhh1v5UR1Jr5/s200/Allan_Poe_Coraz%C3%B3n_Delator.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.<br />Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.<br />Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.<br />Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.<br />Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:<br />-¿Quién está ahí?<br />Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.<br />Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.<br />Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.<br />Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.<br />Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.<br />¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.<br />Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.<br />Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.<br />Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!<br />Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?<br />Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.<br />Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.<br />Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.<br />Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!<br />-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!.</div><br /><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Edgard Allan Poe</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-1642085413426465932009-04-16T18:08:00.003+02:002009-04-16T18:15:27.930+02:00EL HUÉSPED DE DRÁCULA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1Bxi9HEgbLPtLxxI5PKq841tM-KHIxyvAXFR2FvaeJAi-uqKUrA0gAKrzxdCsoBwIREheuSUoQfLhGAPJCBaQcDhWZp-FMpaT92Ja5St5yQkqsZChOVylggdxgFguiYMEhTe03uFFzGkW/s1600-h/dracula_castillo.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5325323048767193826" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 262px; CURSOR: hand; HEIGHT: 206px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh1Bxi9HEgbLPtLxxI5PKq841tM-KHIxyvAXFR2FvaeJAi-uqKUrA0gAKrzxdCsoBwIREheuSUoQfLhGAPJCBaQcDhWZp-FMpaT92Ja5St5yQkqsZChOVylggdxgFguiYMEhTe03uFFzGkW/s320/dracula_castillo.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Cuando iniciamos nuestro paseo, el sol brillaba intensamente sobre Múnich y el aire estaba repleto de la alegría propia de comienzos del verano. En el mismo momento en que íbamos a partir, Herr Delbrück (el maitre d'hôtel del Quatre Saisons, donde me alojaba) bajó hasta el carruaje sin detenerse a ponerse el sombrero y, tras desearme un placentero paseo, le dijo al cochero, sin apartar la mano de la manija de la puerta del coche:<br />-No olvide estar de regreso antes de la puesta del sol. El cielo parece claro, pero se nota un frescor en el viento del norte que me dice que puede haber una tormenta en cualquier momento. Pero estoy seguro de que no se retrasará -sonrió-, pues ya sabe qué noche es.<br />Johann le contestó con un enfático:<br />-Ja, mein Herr.<br />Y, llevándose la mano al sombrero, se dio prisa en partir.<br />Cuando hubimos salido de la ciudad le dije, tras indicarle que se detuviera:<br />-Dígame, Johann, ¿qué noche es hoy?<br />Se persignó al tiempo que contestaba lacónicamente:<br />-Walpurgis Nacht.<br />Y sacó su reloj, un grande y viejo instrumento alemán de plata, tan grande como un nabo, y lo contempló, con las cejas juntas y un pequeño e impaciente encogimiento de hombros. Me di cuenta de que aquella era su forma de protestar respetuosamente contra el innecesario retraso y me volví a recostar en el asiento, haciéndole señas de que prosiguiese. Reanudó una buena marcha, como si quisiera recuperar el tiempo perdido. De vez en cuando, los caballos parecían alzar sus cabezas y olisquear suspicazmente el aire. En tales ocasiones, yo miraba alrededor, alarmado. El camino era totalmente anodino, pues estábamos atravesando una especie de alta meseta barrida por el viento. Mientras viajábamos, vi un camino que parecía muy poco usado y que aparentemente se hundía en un pequeño y serpenteante valle. Parecía tan invitador que, aun arriesgándome a ofenderlo, le dije a Johann que se detuviera y, cuando lo hubo hecho, le expliqué que me gustaría que bajase por allí. Me dio toda clase de excusas, y se persignó con frecuencia mientras hablaba. Esto, de alguna forma, excitó mi curiosidad, así que le hice varias preguntas. Respondió evasivamente, sin dejar de mirar una y otra vez su reloj como protesta. Al final, le dije:<br />-Bueno, Johann, quiero bajar por ese camino. No le diré que venga si no lo desea, pero cuénteme por qué no quiere hacerlo, eso es todo lo que le pido.<br />Como respuesta, pareció zambullirse desde el pescante por lo rápidamente que llegó al suelo. Entonces extendió sus manos hacia mí en gesto de súplica y me imploró que no fuera. Mezclaba el suficiente inglés con su alemán como para que yo entendiese el hilo de sus palabras. Parecía estar siempre a punto de decirme algo, cuya sola idea era evidente que le aterrorizaba; pero cada vez se echaba atrás y decía mientras se persignaba:<br />-Walpurgis Nacht!<br />Traté de argumentar con él pero era difícil discutir con un hombre cuyo idioma no hablaba. Ciertamente, él tenía todas las ventajas, pues aunque comenzaba hablando en inglés, un inglés muy burdo y entrecortado, siempre se excitaba y acababa por revertir a su idioma natal.... y cada vez que lo hacía miraba su reloj. Entonces los caballos se mostraron inquietos y olisquearon el aire. Ante esto, palideció y, mirando a su alrededor de forma asustada, saltó de pronto hacia adelante, los aferró por las bridas y los hizo avanzar unos diez metros. Yo lo seguí y le pregunté por qué había hecho aquello. Como respuesta, se persignó, señaló al punto que había abandonado y apuntó con su látigo hacia el otro camino, indicando una cruz y diciendo, primero en alemán y luego en inglés:<br />-Enterrados..., estar enterrados los que matarse ellos mismos.<br />Recordé la vieja costumbre de enterrar a los suicidas en los cruces de los caminos.<br />-¡Ah! Ya veo, un suicida. ¡Qué interesante!<br />Pero a fe mía que no podía saber por qué estaban asustados los caballos.<br />Mientras hablábamos, escuchamos un sonido que era un cruce entre el aullido de un lobo y el ladrido de un perro. Se oía muy lejos, pero los caballos se mostraron muy inquietos, y le llevó bastante tiempo a Johann calmarlos. Estaba muy pálido y dijo:<br />-Suena como lobo..., pero no hay lobos aquí, ahora.<br />-¿No? -pregunté inquisitivamente-. ¿Hace ya mucho tiempo desde que los lobos estuvieron tan cerca de la ciudad?<br />-Mucho, mucho -contestó-. En primavera y verano, pero con la nieve los lobos no mucho lejos.<br />Mientras acariciaba los caballos y trataba de calmarlos, oscuras nubes comenzaron a pasar rápidas por el cielo. El sol desapareció, y una bocanada de aire frío sopló sobre nosotros. No obstante, tan sólo fue un soplo, y más parecía un aviso que una realidad, pues el sol volvió a salir brillante. Johann miró hacia el horizonte haciendo visera con su mano, y dijo:<br />-La tormenta de nieve venir dentro de mucho poco.<br />Luego miró de nuevo su reloj, y, manteniendo firmemente las riendas, pues los caballos seguían manoteando inquietos y agitando sus cabezas, subió al pescante como si hubiera llegado el momento de proseguir nuestro viaje.<br />Me sentía un tanto obstinado y no subí inmediatamente al carruaje.<br />-Hábleme del lugar al que lleva este camino -le dije, y señalé hacia abajo.<br />Se persignó de nuevo y murmuró una plegaria antes de responderme:<br />-Es maldito.<br />-¿Qué es lo que es maldito? -inquirí.<br />-El pueblo.<br />-Entonces, ¿hay un pueblo?<br />-No, no. Nadie vive allá desde cientos de años.<br />Me devoraba la curiosidad:<br />-Pero dijo que había un pueblo.<br />-Había.<br />-¿Y qué pasa ahora?<br />Como respuesta, se lanzó a desgranar una larga historia en alemán y en inglés, tan mezclados que casi no podía comprender lo que decía, pero a grandes rasgos logré entender que hacía muchos cientos de años habían muerto allí personas que habían sido enterradas; y se habían oído ruidos bajo la tierra, y cuando se abrieron las fosas se hallaron a los hombres y mujeres con el aspecto de vivos y las bocas rojas de sangre. Y por eso, buscando salvar sus vidas (¡ay, y sus almas!.... y aquí se persignó de nuevo), los que quedaron huyeron a otros lugares donde los vivos vivían y los muertos estaban muertos y no.... no otra cosa. Evidentemente tenía miedo de pronunciar las últimas palabras. Mientras avanzaba en su narración, se iba excitando más y más, parecía como si su imaginación se hubiera desbocado, y terminó en un verdadero paroxismo de terror: blanco el rostro, sudoroso, tembloroso y mirando a su alrededor, como si esperase que alguna horrible presencia se fuera a manifestar allí mismo, en la llanura abierta, bajo la luz del sol. Finalmente, en una agonía de desesperación, gritó: «Walpurgis Nacht!», e hizo una seña hacia el vehículo, indicándome que subiera. Mi sangre inglesa hirvió ante esto y, echándome hacia atrás, dije:<br />-Tiene usted miedo, Johann... tiene usted miedo. Regrese, yo volveré solo; un paseo a pie me sentará bien. -La puerta del carruaje estaba abierta. Tomé del asiento el bastón de roble que siempre llevo en mis excursiones y cerré la puerta. Señalé el camino de regreso a Múnich y repetí-: Regrese, Johann... La noche de Walpurgis no tiene nada que ver con los ingleses.<br />Los caballos estaban ahora más inquietos que nunca y Johann intentaba retenerlos mientras me imploraba excitadamente que no cometiera tal locura. Me daba pena el pobre hombre, parecía sincero; no obstante, no pude evitar el echarme a reír. Ya había perdido todo rastro de inglés en sus palabras. En su ansiedad, había olvidado que la única forma que tenía de hacerme comprender era hablar en mi idioma, así que chapurreó su alemán nativo. Comenzaba a ser algo tedioso. Tras señalar la dirección, exclamé: «¡Regrese!», y me di la vuelta para bajar por el camino lateral, hacia el valle.<br />Con un gesto de desesperación, Johann volvió sus caballos hacia Múnich. Me apoyé sobre mi bastón y lo contemplé alejarse. Marchó lentamente por un momento; luego, sobre la cima de una colina, apareció un hombre alto y delgado. No podía verlo muy bien a aquella distancia. Cuando se acercó a los caballos, éstos comenzaron a encabritarse y a patear, luego relincharon aterrorizados y echaron a correr locamente. Los contemplé perderse de vista y luego busqué al extraño pero me di cuenta de que también él había desaparecido.<br />Me volví con ánimo tranquilo hacia el camino lateral que bajaba hacia el profundo valle que tanto había preocupado a Johann. Por lo que podía ver, no había ni la más mínima razón para esta preocupación; y diría que caminé durante un par de horas sin pensar en el tiempo ni en la distancia, y ciertamente sin ver ni persona ni casa alguna. En lo que a aquel lugar se refería, era una verdadera desolación. Pero no me di cuenta de esta particularidad hasta que, al dar la vuelta a un recodo del camino, llegué hasta el disperso lindero de un bosque. Entonces me di cuenta de que, inconscientemente, había quedado impresionado por la desolación de los lugares por los que acababa de pasar.<br />Me senté para descansar y comencé a mirar a mi alrededor. Me fijé en que el aire era mucho más frío que cuando había iniciado mi camino: parecía rodearme un sonido susurrante, en el que se oía de vez en cuando, muy en lo alto, algo así como un rugido apagado. Miré hacia arriba y pude ver que grandes y densas nubes corrían rápidas por el cielo, de norte a sur, a una gran altura. Eran los signos de una tormenta que se aproximaba por algún lejano estrato de aire. Noté un poco de frío y, pensando que era por haberme sentado tras la caminata, reinicié mi paseo.<br />El terreno que cruzaba ahora era mucho más pintoresco. No había ningún punto especial digno de mención, pero en todo él se notaba cierto encanto y belleza. No pensé más en el tiempo, y fue sólo cuando empezó a hacerse notar el oscurecimiento del sol que comencé a preocuparme acerca de cómo hallar el camino de vuelta. Había desaparecido la brillantez del día. El aire era frío, y el vuelo de las nubes allá en lo alto mucho más evidente. Iban acompañadas por una especie de sonido ululante y lejano, por entre el que parecía escucharse a intervalos el misterioso grito que el cochero había dicho que era de un lobo. Dudé un momento, pero me había prometido ver el pueblo abandonado, así que proseguí, y de pronto llegué a una amplia extensión de terreno llano, cerrado por las colinas que lo rodeaban. Las laderas de éstas estaban cubiertas de árboles que descendían hasta la llanura, formando grupos en las suaves pendientes y depresiones visibles aquí y allá. Seguí con la vista el serpentear del camino y vi que trazaba una curva cerca de uno de los más densos grupos de árboles y luego se perdía tras él.<br />Mientras miraba noté un hálito helado en el aire, y comenzó a nevar. Pensé en los kilómetros y kilómetros de terreno desguarnecido por los que había pasado, y me apresuré a buscar cobijo en el bosque de enfrente. El cielo se fue volviendo cada vez más oscuro, y a mi alrededor se veía una brillante alfombra blanca cuyos extremos más lejanos se perdían en una nebulosa vaguedad. Aún se podía ver el camino, pero mal, y cuando corría por el llano no quedaban tan marcados sus límites como cuando seguía las hondonadas; y al poco me di cuenta de que debía haberme apartado del mismo, pues dejé de notar bajo mis pies la dura superficie y me hundí en tierra blanda. Entonces el viento se hizo más fuerte y sopló con creciente fuerza, hasta que casi me arrastró. El aire se volvió totalmente helado, y comencé a sufrir los efectos del frío a pesar del ejercicio. La nieve caía ahora tan densa y giraba a mi alrededor en tales remolinos que apenas podía mantener abiertos los ojos. De vez en cuando, el cielo era desgarrado por un centelleante relámpago, y a su luz sólo podía ver frente a mí una gran masa de árboles, principalmente cipreses y tejos completamente cubiertos de nieve.<br />Pronto me hallé al amparo de los mismos, y allí, en un relativo silencio, pude oír el soplar del viento, en lo alto. En aquel momento, la oscuridad de la tormenta se había fundido con la de la noche. Pero su furia parecía estar abatiéndose: tan solo regresaba en tremendos resoplidos o estallidos. En aquellos momentos el escalofriante aullido del lobo pareció despertar el eco de muchos sonidos similares a mi alrededor.<br />En ocasiones, a través de la oscura masa de las nubes, se veía un perdido rayo de luna que iluminaba el terreno y que me dejaba ver que estaba al borde de una densa masa de cipreses y tejos. Como había dejado de nevar, salí de mi refugio y comencé a investigar más a fondo los alrededores. Me parecía que entre tantos viejos cimientos como había pasado en mi camino, quizá hallase una casa aún en pie que, aunque estuviese en ruinas, me diese algo de cobijo. Mientras rodeaba el perímetro del bosquecillo, me di cuenta de que una pared baja lo cercaba y, siguiéndola, hallé una abertura. Allí los cipreses formaban un camino que llevaba hasta la cuadrada masa de algún tipo de edificio. No obstante, en el mismo momento en que la divisé, las errantes nubes oscurecieron la luna y atravesé el sendero en tinieblas. El viento debió de hacerse más frío, pues noté que me estremecía mientras caminaba; pero tenía esperanzas de hallar un refugio, así que proseguí mi camino a ciegas.<br />Me detuve, pues se produjo un repentino silencio. La tormenta había pasado y, quizá en simpatía con el silencio de la naturaleza, mi corazón pareció dejar de latir. Pero eso fue tan sólo momentáneo, pues repentinamente la luz de la luna se abrió paso por entre las nubes, mostrándome que me hallaba en un cementerio, y que el objeto cuadrado situado frente a mí era una enorme tumba de mármol, tan blanca como la nieve que lo cubría todo. Con la luz de la luna llegó un tremendo suspiro de la tormenta, que pareció reanudar su carrera con un largo y grave aullido, como el de muchos perros o lobos. Me sentía anonadado, y noté que el frío me calaba hondo hasta parecer aferrarme el corazón. Entonces mientras la oleada de luz lunar seguía cayendo sobre la tumba de mármol, la tormenta dio muestras de reiniciarse, como si quisiera volver atrás. Impulsado por alguna especie de fascinación, me aproximé a la sepultura para ver de quién era y por qué una construcción así se alzaba solitaria en semejante lugar. La rodeé y leí, sobre la puerta dórica, en alemán:<br />CONDESA DOLINGEN DE GRATZ EN ESTIRIA BUSCÓ Y HALLÓ LA MUERTE EN 1801<br />En la parte alta del túmulo, y atravesando aparentemente el mármol, pues la estructura estaba formada por unos pocos bloques macizos, se veía una gran vigueta o estaca de hierro.<br />Me dirigí hacia la parte de atrás y leí, esculpida con grandes letras cirílicas:<br />Los muertos viajan de prisa<br />Había algo tan extraño y fuera de lo usual en todo aquello que me hizo sentir mal y casi desfallecí. Por primera vez empecé a desear haber seguido el consejo de Johann. Y en aquel momento me invadió un pensamiento que, en medio de aquellas misteriosas circunstancias, me produjo un terrible estremecimiento: ¡era la noche de Walpurgis!<br />La noche de Walpurgis en la que, según las creencias de millones de personas, el diablo andaba suelto; en la que se abrían las tumbas y los muertos salían a pasear; en la que todas las cosas maléficas de la tierra, el mar y el aire celebraban su reunión. Y estaba en el preciso lugar que el cochero había rehuido. Aquél era el pueblo abandonado hacía siglos. Allí era donde se encontraba la suicida; ¡y en ese lugar me encontraba yo ahora solo..., sin ayuda, temblando de frío en medio de una nevada y con una fuerte tormenta formándose a mi alrededor! Fue necesaria toda mi filosofía, toda la religión que me habían enseñado, todo mi coraje, para no derrumbarme en un paroxismo de terror.<br />Y entonces un verdadero tornado estalló a mi alrededor. El suelo se estremeció como si millares de caballos galopasen sobre él, y esta vez la tormenta llevaba en sus gélidas alas no nieve, sino un enorme granizo que cayó con tal violencia que parecía haber sido lanzado por lo míticos honderos baleáricos... Piedras de granizo que aplastaban hojas y ramas y que negaban la protección de los cipreses, como si en lugar de árboles hubieran sido espigas de cereal. Al primer momento corrí hasta el árbol más cercano, pero pronto me vi obligado a abandonarlo y buscar el único punto que parecía ofrecer refugio: la profunda puerta dórica de la tumba de mármol. Allí, acurrucado contra la enorme puerta de bronce, conseguí una cierta protección contra la caída del granizo, pues ahora sólo me golpeaba al rebotar contra el suelo y los costados de mármol.<br />Al apoyarme contra la puerta, ésta se movió ligeramente y se abrió un poco hacia adentro. Incluso el refugio de una tumba era bienvenido en medio de aquella despiadada tempestad, y estaba a punto de entrar en ella cuando se produjo el destello de un relámpago que iluminó toda la extensión del cielo. En aquel instante, lo juro por mi vida, vi, pues mis ojos estaban vueltos hacia la oscuridad del interior, a una bella mujer, de mejillas sonrosadas y rojos labios, aparentemente dormida sobre un féretro. Mientras el trueno estallaba en lo alto fui atrapado como por la mano de un gigante y lanzado hacia la tormenta. Todo aquello fue tan repentino que antes de que me llegara el impacto, tanto moral como físico, me encontré bajo la lluvia de piedras. Al mismo tiempo tuve la extraña y absorbente sensación de que no estaba solo. Miré hacia el túmulo. Y en aquel mismo momento se produjo otro cegador relámpago, que pareció golpear la estaca de hierro que dominaba el monumento y llegar por ella hasta el suelo, resquebrajando, desmenuzando el mármol como en un estallido de llamas. La mujer muerta se alzó en un momento de agonía, lamida por las llamas, y su amargo alarido de dolor fue ahogado por el trueno. La última cosa que oí fue esa horrible mezcla de sonidos, pues de nuevo fui aferrado por la gigantesca mano y arrastrado, mientras el granizo me golpeaba y el aire parecía reverberar con el aullido de los lobos. La última cosa que recuerdo fue una vaga y blanca masa movediza, como si las tumbas de mi alrededor hubieran dejado salir los amortajados fantasmas de sus muertos, y éstos me estuvieran rodeando en medio de1a oscuridad de la tormenta de granizo.<br />Gradualmente, volvió a mí una especie de confuso inicio de consciencia; luego una sensación de cansancio aniquilador. Durante un momento no recordé nada; pero poco a poco volvieron mis sentidos. Los pies me dolían espantosamente y no podía moverlos. Parecían estar dormidos. Notaba una sensación gélida en mi nuca y a todo lo largo de mi espina dorsal, y mis orejas, como mis pies, estaban muertas y, sin embargo, me atormentaban; pero sobre mi pecho notaba una sensación de calor que, en comparación, resultaba deliciosa. Era como una pesadilla..., una pesadilla física, si es que uno puede usar tal expresión, pues un enorme peso sobre mi pecho me impedía respirar normalmente.<br />Ese período de semiletargo pareció durar largo rato, y mientras transcurría debí de dormir o delirar. Luego sentí una sensación de repugnancia, como en los primeros momentos de un mareo, y un imperioso deseo de librarme de algo, aunque no sabía de qué. Me rodeaba un descomunal silencio, como si todo el mundo estuviese dormido o muerto, roto tan sólo por el suave jadeo de algún animal cercano. Noté un cálido lametón en mi cuello, y entonces me llegó la consciencia de la terrible verdad, que me heló hasta los huesos e hizo que se congelara la sangre en mis venas. Había algún animal recostado sobre mí y ahora lamía mi garganta. No me atreví a agitarme, pues algún instinto de prudencia me obligaba a seguir inmóvil, pero la bestia pareció darse cuenta de que se había producido algún cambio en mí, pues levantó la cabeza. Por entre mis pestañas vi sobre mí los dos grandes ojos llameantes de un gigantesco lobo. Sus aguzados caninos brillaban en la abierta boca roja, y pude notar su acre respiración sobre mi boca.<br />Durante otro período de tiempo lo olvidé todo. Luego escuché un gruñido, seguido por un aullido, y luego por otro y otro. Después, aparentemente muy a lo lejos, escuché un «¡hey, hey!» como de muchas voces gritando al unísono. Alcé cautamente la cabeza y miré en la dirección de la que llegaba el sonido, pero el cementerio bloqueaba mi visión. El lobo seguía aullando de una extraña manera, y un resplandor rojizo comenzó a moverse por entre los cipreses, como siguiendo el sonido. Cuando las voces se acercaron, el lobo aulló más fuerte y más rápidamente. Yo temía hacer cualquier sonido o movimiento. El brillo rojo se acercó más, por encima de la alfombra blanca que se extendía en la oscuridad que me rodeaba. Y de pronto, de detrás de los árboles, surgió al trote una patrulla de jinetes llevando antorchas. El lobo se apartó de encima de mí y escapó por el cementerio. Vi cómo uno de los jinetes (soldados, según parecía por sus gorras y sus largas capas militares) alzaba su carabina y apuntaba. Un compañero golpeó su brazo hacia arriba, y escuché cómo la bala zumbaba sobre mi cabeza. Evidentemente me había tomado por el lobo. Otro divisó al animal mientras se alejaba, y se oyó un disparo. Luego, al galope, la patrulla avanzó, algunos hacia mí y otros siguiendo al lobo mientras éste desaparecía por entre los nevados cipreses.<br />Mientras se aproximaban, traté de moverme; no lo logré, aunque podía ver y oír todo lo que sucedía a mi alrededor. Dos o tres de los soldados saltaron de su monturas y se arrodillaron a mi lado. Uno de ellos alzó mi cabeza y colocó su mano sobre mi corazón.<br />-¡Buenas noticias, camaradas! -gritó-. ¡Su corazón todavía late!<br />Entonces vertieron algo de brandy entre mis labios; me dio vigor, y fui capaz de abrir del todo los ojos y mirar a mi alrededor. Por entre los árboles se movían luces y sombras, y oí cómo los hombres se llamaban los unos a los otros. Se agruparon, lanzando asustadas exclamaciones, y las luces centellearon cuando los otros entraron amontonados en el cementerio, como posesos. Cuando los primeros llegaron hasta nosotros, los que me rodeaban preguntaron ansiosos:<br />-¿Lo hallaron?<br />La respuesta fue apresurada:<br />-¡No! ¡No! ¡Vámonos.... pronto! ¡Éste no es un lugar para quedarse, y menos en esta noche!<br />-¿Qué era? -preguntaron en varios tonos de voz.<br />La respuesta llegó variada e indefinida, como si todos los hombres sintiesen un impulso común por hablar y, sin embargo, se vieran refrenados por algún miedo compartido que les impidiese airear sus pensamientos.<br />-¡Era... era... una cosa! -tartamudeó uno, cuyo ánimo, obviamente, se había derrumbado.<br />-¡Era un lobo..., sin embargo, no era un lobo! -dijo otro estremeciéndose.<br />-No vale la pena intentar matarlo sin tener una bala bendecida -indicó un tercero con voz más tranquila.<br />-¡Nos está bien merecido por salir en esta noche! ¡Desde luego que nos hemos ganado los mil marcos! -espetó un cuarto.<br />-Había sangre en el mármol derrumbado –dijo otro tras una pausa-. Y desde luego no la puso ahí el rayo. En cuanto a él... ¿está a salvo? ¡Miren su garganta. Vean, camaradas: el lobo estaba echado encima de él, dándole calor.<br />El oficial miró mi garganta y replicó:<br />-Está bien; la piel no ha sido perforada. ¿Qué significará todo esto? Nunca lo habríamos hallado de no haber sido por los aullidos del lobo.<br />-¿Qué es lo que ocurrió con ese lobo? -preguntó el hombre que sujetaba mi cabeza, que parecía ser el menos aterrorizado del grupo, pues sus manos estaban firmes, sin temblar. En su bocamanga se veían los galones de suboficial.<br />-Volvió a su cubil -contestó el hombre cuyo largo rostro estaba pálido y que temblaba visiblemente aterrorizado mientras miraba a su alrededor-. Aquí hay bastantes tumbas en las que puede haberse escondido. ¡Vámonos, camaradas, vámonos rápido! Abandonemos este lugar maldito.<br />El oficial me alzó hasta sentarme y lanzó una voz de mando; luego, entre varios hombres me colocaron sobre un caballo. Saltó a la silla tras de mí, me sujetó con los brazos y dio la orden de avanzar; dando la espalda a los cipreses, cabalgamos rápidamente en formación.<br />Mi lengua seguía rehusando cumplir con su función y me vi obligado a guardar silencio. Debí de quedarme dormido, pues lo siguiente que recuerdo es estar de pie, sostenido por un soldado a cada lado. Ya casi era de día, y hacia el norte se reflejaba una rojiza franja de luz solar, como un sendero de sangre, sobre la nieve. El oficial estaba ordenando a sus hombres que no contaran nada de lo que habían visto, excepto que habían hallado a un extranjero, un inglés, protegido por un gran perro.<br />-¡Un gran perro! Eso no era ningún perro -interrumpió el hombre que había mostrado tanto miedo-. Sé reconocer un lobo cuando lo veo.<br />El joven oficial le respondió con calma:<br />-Dije un perro.<br />-¡Perro! -reiteró irónicamente el otro. Resultaba evidente que su valor estaba ascendiendo con el sol y, señalándome, dijo-: Mírele la garganta. ¿Es eso obra de un perro, señor?<br />Instintivamente alcé una mano al cuello y, al tocármelo, grité de dolor. Los hombres se arremolinaron para mirar, algunos bajando de sus sillas, y de nuevo se oyó la calmada voz del joven oficial:<br />-Un perro, he dicho. Si contamos alguna otra cosa, se reirán de nosotros.<br />Entonces monté tras uno de los soldados y entramos en los suburbios de Múnich. Allí encontramos un carruaje al que me subieron y que me llevó al Quatre Saisons; el oficial me acompañó en el vehículo, mientras un soldado nos seguía llevando su caballo y los demás regresaban al cuartel.<br />Cuando llegamos, Herr Delbrück bajó tan rápidamente las escaleras para salir a mi encuentro que se hizo evidente que había estado mirando desde dentro. Me sujetó con ambas manos y me llevó solícito al interior. El oficial hizo un saludo y se dio la vuelta para alejarse, pero al darme cuenta insistí en que me acompañara a mis habitaciones. Mientras tomábamos un vaso de vino, le di las gracias efusivamente, a él y a sus camaradas, por haberme salvado. Él se limitó a responder que se sentía muy satisfecho, y que Herr Delbrück ya había dado los pasos necesarios para gratificar al grupo de rescate; ante esta ambigua explicación el maître d'hôtel sonrió, mientras el oficial se excusaba, alegando tener que cumplir con sus obligaciones, y se retiraba.<br />-Pero Herr Delbrück -interrogué-, ¿cómo y por qué me buscaron los soldados?<br />Se encogió de hombros, como no dándole importancia a lo que había hecho, y replicó:<br />-Tuve la buena suerte de que el comandante del regimiento en el que serví me autorizara a pedir voluntarios.<br />-Pero ¿cómo supo que estaba perdido? -le pregunté.<br />-El cochero regresó con los restos de su carruaje, que resultó destrozado cuando los caballos se desbocaron.<br />-¿Y por eso envió a un grupo de soldados en mi busca?<br />-¡Oh, no! -me respondió-. Pero, antes de que llegase el cochero, recibí este telegrama del boyardo de que es usted huésped -y sacó del bolsillo un telegrama, que me entregó y leí:<br />BISTRITZ<br />«Tenga cuidado con mi huésped: su seguridad me es preciosa. Si algo le ocurriera, o lo echasen a faltar, no ahorre medios para hallarle y garantizar su seguridad. Es inglés, y por consiguiente aventurero. A menudo hay peligro con la nieve y los lobos y la noche. No pierda un momento si teme que le haya ocurrido algo. Respaldaré su celo con mi fortuna. - Drácula.<br />Mientras sostenía el telegrama en mi mano, la habitación pareció girar a mi alrededor y, si el atento maître d'hôtel no me hubiera sostenido, creo que me hubiera desplomado. Había algo tan extraño en todo aquello, algo tan fuera de lo corriente e imposible de imaginar, que me pareció ser, en alguna manera, el juguete de enormes fuerzas..., y esta sola idea me paralizó. Ciertamente me hallaba bajo alguna clase de misteriosa protección; desde un lejano país había llegado, justo a tiempo, un mensaje que me había arrancado del peligro de la congelación y de las mandíbulas del lobo.</div><br /><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Bram Stoker</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-73594075758320825512009-04-15T06:00:00.000+02:002009-04-15T20:52:15.660+02:00EL CALLEJÓN DEL DIABLO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIJnABBI6eJD14RAdrf6qGfRjDlDrx8-3_pxHrHgUoUtBTPSEfACE4TLl7s3X1UwfgwzHS4QtiSJ6TpoN1g8K4c3iImuYOnSQjtBnKdt0-7LSRdPCUzwsPeaKbknWKrcFTdU9rGCkbBGhM/s1600-h/Callejon_del_Diablo.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5324992174803882498" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 203px; CURSOR: hand; HEIGHT: 290px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhIJnABBI6eJD14RAdrf6qGfRjDlDrx8-3_pxHrHgUoUtBTPSEfACE4TLl7s3X1UwfgwzHS4QtiSJ6TpoN1g8K4c3iImuYOnSQjtBnKdt0-7LSRdPCUzwsPeaKbknWKrcFTdU9rGCkbBGhM/s320/Callejon_del_Diablo.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Hasta hace algunos años existía, a corta distancia de lo que hoy es el centro de la ciudad, una estrecha callejuela conocida con el nombre de Callejón del Diablo. La citada vía, que empezaba en el descampado de San Martín y desembocaba en la Zanja, consistía en un pasadizo sombrío bordeado de árboles frondosos y atravesaba un paraje solitario en el que, a modo de vivienda, se descubría una casucha paupérrima habitada por un tísico. Como se comprende, ya sea por el enfermo, por el nombre del callejón o quizá por su lobreguez, el hecho es que poca gente se aventuraba de día por esa ruta; y quien la utilizaba, procuraba salvar su recorrido apresuradamente. Naturalmente, de noche únicamente los temerarios se atrevían a cruzar la tal callejuela; teniendo para ello que valerse de todos sus sentidos, pues después del ocaso reinaba allí una profunda obscuridad. </div><br /><div align="justify"></div><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">LA HISTORIA</span></strong></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify">En cierta ocasión, uno de aquellos bravos que son capaces de tragarse el propio diablo volvía a casa, luego de una sabrosa plática con sus compañeros de la ritual tertulia nocturna. Se internó en el callejón y, hallándose casi a mitad del camino, acertó a vislumbrar una figura que se apoyaba en el tronco de uno de los árboles mencionados. Tuvo un ligero sobresalto, pero inmediatamente se recuperó y mustió para sus adentros: --¿Con que forajidos a mí, ¿eh? ¡Ahora verás!. </div><div align="justify">Y empuñando las manos, se dirigió resueltamente hace el sujeto. Ya se encontraba a unos metros del individuo cuando, de pronto, se iluminó la escena y surgió ante los ojos del valiente un ser horrendo que reía malignamente. El noctámbulo sintió que la tierra se hundía bajo sus plantas; pero, acicateado por su instinto de conservación, en lugar de desmayarse se puso pies en polvorosa, logrando así evadirse de una segura desgracia.<br />La noticia de que el callejón de marras se aparecía el demonio cundió entre la población y, a consecuencia del incidente ocurrido al trasnochador de la historia, se propaló que otras personas ya habían sido asustadas por el monstruoso espectro. Y, si regularmente el callejón era escasamente transitado en las noches, al comprobarse que Lucifer se había establecido en él, ya nadie osaba ni por equivocación usar este camino después de ocultarse el sol.<br />Y, como sucede siempre que se trata de las calamidades públicas, alguien ducho en cuestiones diabólicas aconsejó que, para evitar que el diablo comenzara a incursionar fuera de su reducto y se abatiese sobre la comunidad quién sabe con qué malditos fines, se depositaran diariamente bajo el árbol infernal algunas ofrendas, de preferencia joyas y monedas de oro. Y así se hizo. Lo curioso del caso es que los supersticiosos que todas las mañanas iban a dejar obsequios a Satán, observaban que los del día anterior se habían esfumado, lo que les afirmaba en su convicción de que el diablo se complacía con los regalos que el pueblo le brindaba.<br />Pero el misterio llegó a oídos de dos fornidos pescadores sanfrancisqueños, que ya se las habían visto en sus correrías marinas hasta con basiliscos, de manera que estaban curados de espanto. Y dialogaron así los lobos de mar: </div><div align="justify">-¿Qué te parece lo del diablo de San Martín? </div><div align="justify">-A mi me parece que hay gato encerrado, y que el diablo ése tiene costumbres de ratero. Y tengo para mí que, como buenos hijos de Dios, si hay algo que no debemos permitir es el robo a sus ovejas, aunque el ladrón sea el mismo Belcebú </div><div align="justify">-¿Crees que podamos hacer algo?, preguntó el primero; </div><div align="justify">-Sospecho que sí, contestó filosóficamente el interpelado.<br />Esa vez, al filo de la medianoche, dos siluetas penetraron resueltamente en el pavoroso callejón. Y, como es de rigor, el presunto diablo esperaba pacientemente apoyado en su árbol para infundir el terror del más allá al desprevenido transeúnte que se arriesgase a ingresar en aquellos dominios del infierno. </div><div align="justify">Ya estaba el padre de las tinieblas listo para encender su cartucho de azufre y mostrarse a los que se aproximaban cuando súbitamente, a la luz de una antorcha nacida de la nada, vio emerger la imagen peluda, armada de negros cuernos y larga cola, del auténtico Satanás. </div><div align="justify">No se reponía todavía de la sorpresa cuando experimento en las posaderas la mordedura de un fuego que le quemaba las entrañas, y que no era más que un tizón al rojo vivo que diestramente acababa de aplicarle en esa región uno de los pescadores; pues ya supondrá el lector que los sanfrancisqueños eran los autores del contraataque diabluno. </div><div align="justify">Presa de un pánico indescriptible, el cavernícola sólo atinó a decir: </div><div align="justify">-¡Jesús, el diablo quiere llevarme!; y, profiriendo aullidos demoníacos, emprendió velocísima carrera, comparados con la cual los récords olímpicos no son sino juegos de niños.<br />A la noche siguiente, los pescadores se apostaron en el callejón, y, aunque montaron guardia hasta el alba, el diablo no apareció por ningún lado. Sin embargo, al poco tiempo de la vergonzosa retirada del adversario, se averiguó que un prominente personaje de la localidad se debatía entre la vida y la muerte a causa de una extraña y repentina enfermedad que, en forma de llagas, se le manifestó en los glúteos, aparentemente producidas por quemaduras profundas. </div><div align="justify">El individuo sanó porque, según opinión del vulgo, se arrepintió de sus culpas y donó a una institución par pobres un lote de joyas, entre las cuales muchos creyeron reconocer las que ofrecieron al diablo junto al árbol.<br />Así fue ahuyentado el Ángel Malo de su madriguera de San Martín. Y solamente quedó como recuerdo de los sucesos acaecidos el sugestivo nombre de Callejón del Diablo con que se designó durante largos años al siniestro recoveco antes de que, con el avance de la urbanización, desapareciera definitivamente de la red de vías pintorescas de la ciudad. </div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-28496332970880062502009-04-13T17:16:00.004+02:002009-04-13T17:57:52.438+02:00NO ME GUSTAN LOS GATOS<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDp3ORSowg8WSmZhVFZSid4KcBDhrg1hxEymG6RUO6x9uJxiIw-qnAEBEKVMjX4J0oY5Y1zVLKh0IN01bvZaeg92czf_nf-I-wStYLBVWugQ5Sl1tquhijuw55YRLoBNqyvbcKS8RVWiAy/s1600-h/gato_siniestro.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5324204632368860130" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 248px; CURSOR: hand; HEIGHT: 195px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgDp3ORSowg8WSmZhVFZSid4KcBDhrg1hxEymG6RUO6x9uJxiIw-qnAEBEKVMjX4J0oY5Y1zVLKh0IN01bvZaeg92czf_nf-I-wStYLBVWugQ5Sl1tquhijuw55YRLoBNqyvbcKS8RVWiAy/s320/gato_siniestro.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Hacía frío, llovía y en medio de la tormenta sólo podía verse una figura solitaria que caminaba contra el viento. La figura llega a una casa y se presenta:</div><div align="justify">- Buenas noches, siento molestar. Me llamo Lorena y mi coche se ha quedado atascado en el barro. No puedo sacarlo sola ¿podrían ayudarme? </div><div align="justify">- Pasa cariño, estás empapada. Lo siento pero no puedo ayudarte con el coche. Aquí sólo estamos mi perro y yo... pero si quieres puedes pasar aquí la noche y mañana avisaremos a alguien para que te ayude.</div><div align="justify">Lorena entra en la casa encantada de no tener que seguir conduciendo en medio de una noche de perros.</div><div align="justify">- Te quedarás en la habitación de mi hija. Ella no la necesitará más. Murió hace años. Bueno, si no te importa voy a acostarme, estoy muy cansada.</div><div align="justify">Lorena entró en la habitación y la impresionó por la cantidad de gatos que había: fotos de gatos, dibujos de gatos, gatos de cristal, gatos de peluche, gatos de porcelana... gatos por todas partes. </div><div align="justify">-Estupendo, con el repelús que me dan los gatos... vaya nochecita me espera.</div><div align="justify">Ambas se acostaron y se quedaron dormidas. Un reloj daba las doce mientras el viento aullaba afuera. Empezó a oir rasguños en la puerta de la habitación </div><div align="justify">-será el perro, pensó, así que se levantó para decirle que se fuera. Pero cuando abrió la puerta no había nadie, el largo pasillo estaba vacío. Volvió a quedarse dormida pero un nuevo ruido en la puerta volvió a despertarla. Abrió la puerta pero otra vez estaba sola en medio del oscuro pasillo. </div><div align="justify">No lo entendía, siempre había dormido bien cuando había tormentas, le gustaba acurrucarse en la cama mientras oía el viento, los truenos y la lluvia golpeando la ventana... Sin embargo lo que esta vez golpeó la ventana no fue la lluvia, se acercó y vio la figura de una mujer alejándose. </div><div align="justify">No le dio tiempo a nada más cuando oyó los rasguños en la puerta.Se acercó intrigada pero cuando posó la mano en la puerta volvió a oir un golpe en la ventana. Se giró y pudo ver una cara en la ventana </div><div align="justify">-Pero ¿qué haces ahí fuera? ¡Te vas a congelar! </div><div align="justify">Corrió hacia ella pero cuando llegó a la ventana ya no estaba allí. Se giró al oír unos pasos pero lo único que pudo ver fue la hoja de un cuchillo acercándose a su cara y a Lorena empuñándolo.</div><div align="justify">Al día siguiente el chico que llevaba la compra a la casa entró a la cocina. Al sentirle, el perro salió de debajo de la mesa y le condujo a una habitación totalmente vacía. Allí encontró el cadáver acuchillado hasta dejarlo casi irreconocible. </div><div align="justify">En una pared habían escrito con su sangre: "No me gustan los gatos".</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-88600461842120430932009-04-12T06:00:00.003+02:002009-04-12T06:00:00.592+02:00EN EL BOSQUE<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwgV-VMJ3wasI2Oc7JI_K0pmdS6M7Z0uWHEPRNuT_NkjuMuZi0CI8XQdzzLwnvjDyEg0Ow-qKcdk1XrDI5QxYIhsPz6jgso-jWzG3wAiIavIMFDkN-A8IZyhh73S1MUQPTiThdOXzzwp1F/s1600-h/Bosque_Tenebroso.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5323423929157647938" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 262px; CURSOR: hand; HEIGHT: 211px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwgV-VMJ3wasI2Oc7JI_K0pmdS6M7Z0uWHEPRNuT_NkjuMuZi0CI8XQdzzLwnvjDyEg0Ow-qKcdk1XrDI5QxYIhsPz6jgso-jWzG3wAiIavIMFDkN-A8IZyhh73S1MUQPTiThdOXzzwp1F/s320/Bosque_Tenebroso.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Ana estaba eufórica.Sus padres estaban de viaje y le habían permitido celebrar aquella fiesta de pijamas que había implorado durante tanto tiempo.Cuando sonó el timbre,estaba acabando la salsa guacamole para los nachos.Echó un vistazo al salón: Música sonando,bebidas en la mesa,gusanitos,palomitas,maíces,nachos y...¡las patatas!Faltaban las patatas.Se apresuró y abrió la puerta.Era Sonia.</div><div align="justify">-¡Hola Ana!¿Soy la primera?</div><div align="justify">-Sí.Entra,que por lo que veo debes de estar helada.</div><div align="justify">La verdad es que para ser una noche de agosto hacía un frío inusual.</div><div align="justify">Ana terminó la salsa guacamole mientras Sonia ponía las patatas en un cuenco y las llevaba al salón.</div><div align="justify">Cuando estuvo todo preparado llegaron las demás:Lorena,Isabel y Noelia.Se pusieron sus pijamas,echaron los sacos de dormir en el suelo y se pusieron a ver "The ring".Juasto cuando la niña de la película salió del pozo,sonó el teléfono.Se asustaron de verdad,y al final,Isa se atrevió y cogió.</div><div align="justify">-¿Sí...?-dijo con la voz temblorosa-.</div><div align="justify">-¡Hola Isabel!¿Podrías pasarme con Ana por favor?</div><div align="justify">Era la madre de Ana,preguntando qué tal les iba.Todas se tranquilizaron.Siguieron viendo la película cuando,de repente,se apagaron la televisión,las luces...todo.Se quedaron paralizadas,querían gritar y no podían,querían correr y no podían...Una angustia total. </div><div align="justify">-Habrán saltado los plomos-dijo Ana,para que no se notara que estaba invadida por el miedo-.Acompañadme a fuera a arreglarlo.</div><div align="justify">Miraron por la ventana,y la verdad es que hacía una noche espléndida en ese momento.La luna brillaba con toda su fuerza,y las niñas cogieron las finas chaquetas que portaban y salieron.Ana vivía en un apartado chalet del bosque.</div><div align="justify">Cuando todo estuvo arreglado,dijo Noe:</div><div align="justify">-¿Por qué no vamos a dar una vuelta por el bosque?</div><div align="justify">La verdad es que a ninguna le atraía mucho el plan,pero algo las llamó,así que se pusieron en marcha.Se agarraron unas a otras,muy cogiditas,y recorrieron senderos hasta llegar a uno que no tenía salida.</div><div align="justify">Cuando dieron la vuelta,vieron una especie de animal pequeño,una mezcla entre gato y conejo(de tamaño,me refiero),que se escondió en un matojo.</div><div align="justify">A Lore le encantaban los animales,así que corrió hacia el arbusto.</div><div align="justify">-¡¡¡NO TE ACERQUES!!!-dijo Sonia,con un grito de desesperación.</div><div align="justify">-¿Por q...-No le dio tiempo a decir más a Lore.</div><div align="justify">El bicho le mordió la mano y se la llevó al matojo.Éste empezó a moverse muy bruscamente,y todas empezaron a gritar y a correr.No sabían hacia dónde se estaban dirigiendo,pero sólo les importaba salir de allí.Dieron vueltas sin detenerse,el corazón les iba a mil por hora.</div><div align="justify">Encontraron la casa de Ana.Se metieron corriendo y cerraron la puerta con llave.Cerraron todas las ventanas,cogieron varias mantas y se acurrucaron en el sofá.Llamaron a los padres de Ana,y les aseguraron que por la mañana estarían ahí.No les contaron lo de Lore,para no preocuparlos;se lo contarían al día siguiente.</div><div align="justify">-¿Por qué sabías que Lore no debía acercarse?-preguntó Isa a Sonia.</div><div align="justify">-Porque ese bicho era un chupacabras.</div><div align="justify">A todas se les cortó la respiración.Siempre habían escuchado historias sobre este "ser",pero nunca las habían creído.A la mañana siguiente allí estaban los padres de Ana,informados sobre los hechos y absolutamente aterrorizados.Llamaron a la policía,que registró toda la zona.</div><div align="justify">Cerca de un pequeño lago encontraron el cuerpo sin vida de Lore,mutilada y blanca,sin una gota de sangre en su cuerpo.Las chicas nunca se recuperaron del shock,y aún se encuentran bajo tratamiento médico.Ana y sus padres abandonaron la casa,aunque hay quien dice que hay alguien viviendo allí...</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-29942043790373771482009-04-11T14:53:00.003+02:002009-04-11T15:06:32.047+02:00EL CHUPACABRAS<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6aiRcSqoAuOKOjYdYBpMiXW9At1_0wggKw-zmil9nTi3TE3-VXzaLMVks-K9-65EEqmOGnKKWWtBLi49nhg6vt5U8LTNveZBfgrmp8uW1s8c_d_GJ8Dgp5DCR9eFkqqZwMdLPct6Ifdna/s1600-h/chupacabras.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5323417029806589362" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 244px; CURSOR: hand; HEIGHT: 207px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh6aiRcSqoAuOKOjYdYBpMiXW9At1_0wggKw-zmil9nTi3TE3-VXzaLMVks-K9-65EEqmOGnKKWWtBLi49nhg6vt5U8LTNveZBfgrmp8uW1s8c_d_GJ8Dgp5DCR9eFkqqZwMdLPct6Ifdna/s320/chupacabras.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">La mañana del día 22 de marzo se tiñó de rojo en una pequeña granja al sur de Texas. La familia Kemper observó con horror un terrible espectáculo de sangre; 20 cabras habían sido asesinadas en su propio corral, la única señal que dejó el asesino fueron dos pequeños orificios a la altura del cuello, de los cuales absorbieron tanta sangre que acabaron con la vida de estas 20 cabras.</div><div align="justify">Erica: Talvez fue un perro salvaje.</div><div align="justify">Mike: Eso no lo hace un perro salvaje y tú lo sabes. Talvez fue ese monstruo que hace algunos años pasaban en las noticias. ¿Lo recuerdas? El ¿chupacabras?.</div><div align="justify">Erica: Sinceramente no lo creo. El supuesto ¿Chupacabras? no era más que un invento del gobierno para desviar la atención de la gente de cosas mucho más importantes. </div><div align="justify">Mike se sentía preocupado, temía por su pequeña hija Carol de 7 años y por su esposa Erica. Sus vecinos más cercanos se encontraban a 20 kilómetros, si algo sucediera sería muy difícil conseguir ayuda.</div><div align="justify">Esa noche, Mike colocó una silla fuera de su casa, frente a la puerta, y con escopeta en mano se sentó a vigilar al resto de su ganado.Horas más tarde, un coche se acercaba hacia la casa de Mike, era Ben, su vecino. </div><div align="justify">Entraron en la casa a conversar.</div><div align="justify">Mike: Así que a ti también? ¿Cuántas fueron?</div><div align="justify">Ben: 12 cabras y mi perro Demon. ¿Qué ocurre Mike? ¿Qué está matando al ganado?</div><div align="justify">Mike: No lo sé. No lo sé pero juro que lo atraparé y mataré con mis propias manos.</div><div align="justify">En ese momento espantosos berridos sucumbieron el lugar, se trataba de las vacas, alguien o algo las estaba atacando.Inmediatamente salieron y se dirigieron al corral, era un caos total, las reses corrían sin parar y no se podía ver al atacante. </div><div align="justify">Erica encendió la luz y el lugar quedó iluminado por completo, pudieron ver a la criatura.</div><div align="justify">Mike: Dios mio!</div><div align="justify">Era la criatura más horripilante que había visto en su vida! Tenia básicamente la apariencia de un canguro, sus patas traseras eran iguales, pero tenia unas enormes y afiladas garras, su cabeza parecía de un lobo, su rostro era horrible, sus ojos eran enormes y rojos, parecían estar inyectados de sangre, de su hocico brotaban dos enormes colmillos, y de la cabeza a la cola salían enormes espinas, era peludo y grande como un perro San Bernardo.</div><div align="justify">Mike inmediatamente le disparó pero no logró herirlo, corrió hacia la oscuridad y se perdió en ella. Erica se metió en la casa y subió a esconderse junto con su hija, mientras Mike y Ben buscaban al monstruo.De entre las tinieblas saltó la horrible criatura sobre Ben mordiéndole ferozmente el cuello, lo tumbó en el suelo y lo arrastró hasta perderse nuevamente en la oscuridad. </div><div align="justify">Mike no pudo detenerlo, ni siquiera pudo verle, solo escuchaba los alaridos de terror de Ben.</div><div align="justify">Mike se encontraba en el centro del corral, el único lugar que se encontraba iluminado. Mike: Acércate maldito bastardo!</div><div align="justify">La lámpara que se encontraba justo encima de él empezó a tambalearse, hasta que se apagó. El Chupacabras había roto la planta de energía que daba luz a lugar, ahora si se encontraba en una oscuridad total.</div><div align="justify">Antes de que Mike pudiera hacer nada, el chupacabras lo tomó del brazo dándole un tremendo mordisco, Mike no podía liberarse de él, hasta que tendido en el suelo logró dispararle en el abdomen. La criatura ya mal herida, no pudo escapar, Mike nuevamente le disparó pero ahora perforándole el cráneo.Para asegurase de que en realidad El Chupacabras había muerto, lo bañó en gasolina y le prendió fuego. </div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-60975708307346438682009-04-10T06:00:00.001+02:002009-04-10T16:48:11.031+02:00LA LEYENDA DEL HOMBRE LOBO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZcllSoHCeR-OQlX23fb30teqHTBnYyrq_8Lfv1WOUv2dKZsxzRiT3lCnWggMRTES_HbvcepgOYsasQwwNjjKxtZ0bMmgLu2r6qmcUfkJvOdMAtKQKvbmzqPjF8IgWdBu77TLuyVTz_ZLG/s1600-h/hombre_lobo.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5323073920939303106" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 233px; CURSOR: hand; HEIGHT: 214px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjZcllSoHCeR-OQlX23fb30teqHTBnYyrq_8Lfv1WOUv2dKZsxzRiT3lCnWggMRTES_HbvcepgOYsasQwwNjjKxtZ0bMmgLu2r6qmcUfkJvOdMAtKQKvbmzqPjF8IgWdBu77TLuyVTz_ZLG/s320/hombre_lobo.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>Leyendas que se refieren a hombres que se transforman en lobos son conocidas desde la Antigüedad. </em></div><br /><div align="justify">Según esto, un hombre lobo tiene tres formas de licantropía; la de humano, la híbrida entre humano y lobo, y la de lobo. En su forma humanoide es totalmente indistinguible del resto de los humanos. Su tamaño, inteligencia y demás características son las mismas que las de cualquier hombre. </div><br /><div align="justify">En su forma híbrida tiene características de hombre y de lobo. Tiene el cuerpo cubierto de pelo, las piernas más cortas (aunque su tamaño total suele ser unos 30 cm. mayor que en su forma humana), la cabeza de lobo, manos de humano y una cola corta. Puede andar a 4 patas o erguido. </div><br /><div align="justify">La creencia en el hombre-lobo es uno de los mitos más antiguos y arraigados en Europa, al igual que ocurre en otras latitudes con el hombre-jaguar, hombre-pantera, hombre-oso y un largo etcétera. Animales poderosos y peligrosos, los lobos han sido por mucho tiempo el terror de los campesinos cuando el hambre los empuja hacia las aldeas en el invierno. No es de asombrarse, por lo tanto, que la imaginación popular haya inventado que ciertos seres humanos pueden transformarse en lobos y devorar a otros hombres. </div><br /><div align="justify">Durante los siglos XV y XVI, los hombres lobos, como se les llamaba, fueron un tema recurrente, ya que una verdadera psicosis reinaba entonces entre el campesinado y numerosos individuos acusados de Licantropía (capacidad de transformarse en lobos). Fueron juzgados y condenados por los tribunales por haber cometido asesinatos de carácter canibalesco bajo la apariencia de lobos. </div><br /><div align="justify">Aparecen con frecuencia esos hombres-lobo que muchas veces se mezclan con los otros hombres, sobre todo en las leyendas del norte. Siempre persiguen a las mujeres y a los niños, a las mujeres para poseerlas y a los niños para devorarles. Los hijos de las mujeres fecundadas por un hombre-lobo, no eran auténticos hombres-lobo, pero huían de sus casas y muchas veces desaparecían para no regresar sin que se supiera lo que había sido de ellos. </div><br /><div align="justify">Según la leyenda los hombres-lobo se podían reconocer por las cejas siempre pobladas y reunidas encima de la nariz y por una gran mancha peluda que tenían en la espalda. Se trata fundamentalmente de un ser que durante el día mantiene una apariencia relativamente normal, dentro de los cánones humanos, pero que durante la noche, y a causa del influjo de la luna llena, padece una metamorfosis que lo convierte en un monstruo de características lupinas. </div><br /><div align="justify">Le crece el pelo en todo el cuerpo y su nariz se convierten en un hocico de lobo. Sus orejas se hacen largas y puntiagudas como las de los lobos. Sus dientes crecen y se hacen afilados. Solo hay una manera de matar a un hombre lobo. Algo hecho de plata tiene que atravesar el corazón del hombre lobo. Esto es así en casi todas las leyendas de hombres lobos.</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-76251704327831870372009-04-09T06:00:00.000+02:002009-04-09T09:51:53.884+02:00LA GATA BLANCA<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhinbyxKXx8EsEMOMCVOrZtfQ6oK5jB5Cq_Xz8r8Nle703cz7UnLB8Xmk5dx-5nMWhtBo2NGlOkzqTYI5-RhWUTK7FUZOMFkKl07q9aupTaciA6xLo8jzHnNiY5lsseUBtIOfOk_VkAbWOf/s1600-h/Gata_Michicat.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5322274768770212338" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 225px; CURSOR: hand; HEIGHT: 187px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhinbyxKXx8EsEMOMCVOrZtfQ6oK5jB5Cq_Xz8r8Nle703cz7UnLB8Xmk5dx-5nMWhtBo2NGlOkzqTYI5-RhWUTK7FUZOMFkKl07q9aupTaciA6xLo8jzHnNiY5lsseUBtIOfOk_VkAbWOf/s320/Gata_Michicat.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Cuentan que hace muchos años existió un matrimonio aparentemente feliz; la mujer, llamada Carmen, sentía adoración por su marido pero tenía una extraña enfermedad que la mantenía en cama todo el tiempo. Felipe, al contrario, la engañaba con una prostituta del pueblo. </div><div align="justify">Varias veces durante sus encuentros la amante había observado que en la ventana, mientras hacían el amor, los observaba una gata blanca que no dejaba de maullar horriblemente todo el tiempo; los miraba fijamente hasta que un día, ya enfadada de que esto sucediera, se lo dijo a Felipe, pero él no le dió importancia...</div><div align="justify">Una noche, Carmen estaba muy grave, a punto de morir, suplicándole a Felipe que se quedara con ella hasta los últimos momentos, pero al cabo de unas horas, él decidió "salir a tomar el aire", así que fue al encuentro con la otra mujer y, como en las noches anteriores, la gata blanca se encontraba en la ventana... Pero en esta ocasión fue Felipe quien la vio y decidió, puñal en mano, darle muerte. </div><div align="justify">Quedaron horrorizados al escuchar los maullidos y gritos de dolor que la gata producía.A la mañana siguiente, al volver Felipe a casa, descubrió que Carmen había muerto la noche anterior, llamándolo, pronunciando su nombre, pero lo más horrible es que con dolores muy fuertes y maullando, sí, maullando como una gata... una gata blanca.</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-6008847411499230172009-04-08T06:00:00.001+02:002009-04-08T11:03:26.370+02:00LA LEYENDA DE LOS VAMPIROS<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhCIm9v4sH4sGlE62AArFBdRDS9HrC8TF1tTtfy0fm0IDSYyQza0AlQzG8s9UcBX7xJ4Y0Zq3J8B1oy8gbDFvraWisqcWy9qymMhnfxNz2lfWX7XIR1HYKO8mwFF_vuNvAASCz8JvjOlv2o/s1600-h/nosferatu.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5322239876042272530" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 254px; CURSOR: hand; HEIGHT: 184px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhCIm9v4sH4sGlE62AArFBdRDS9HrC8TF1tTtfy0fm0IDSYyQza0AlQzG8s9UcBX7xJ4Y0Zq3J8B1oy8gbDFvraWisqcWy9qymMhnfxNz2lfWX7XIR1HYKO8mwFF_vuNvAASCz8JvjOlv2o/s320/nosferatu.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Según la leyenda popular, cadáver que sale de la tumba durante la noche, a menudo en forma de murciélago y succiona la sangre de las personas dormidas para alimentarse. Se supone que determinados talismanes y hierbas alejan a los vampiros que, según la tradición, sólo pueden ser destruidos por cremación o clavándoles una estaca en el corazón. La creencia en los vampiros se remonta a la antigüedad y estuvo muy extendida entre los eslavos. </div><div align="justify">Cobró gran impulso con la novela "Drácula" (1897) del escritor irlandés Bram Stoker. Cuenta la historia del conde Drácula, un vampiro de Transilvania, que se convirtió en uno de los personajes más famosos de las películas de terror. Stoker se inspiró en el príncipe Vlad Tepes Dracul, quien reinó en Valaquia (y no en Transilvania) entre 1456 y 1474. Fue famoso por las sangrientas campañas que emprendió, primero contra los saxos y luego contra los turcos. En una batalla contra éstos últimos, empaló unos 5000 cuerpos como parte de una guerra psicológica. </div><div align="justify">El nombre Dracul tiene su origen en la pertenencia del príncipe a la orden de los Caballeros del Dragón, cuyo símbolo era la cruz aplastando a la serpiente con alas y garras y llamas exterminadoras que salían por las fosas nasales. La creencia en vampiros se agravó durante la época de persecución inquisitorial, en donde acababan con una estaca clavada en el pecho a golpes de martillo o en el caso de los HOMBRES-LOBO con una flecha con punta de plata, todo rociado con abundante Agua Bendita y Crucifijos por doquier y muchas otras técnicas para repelerlos. </div><div align="justify">La generalización del fenómeno llevó a algunas mentes escépticas a estudiar seriamente el caso, encontrando una explicación que se acercaría mucho a lo que debe haber sucedido en realidad en el surgimiento de estos mitos. Las PORFIRIAS son un grupo de enfermedades genéticas cuya causa es un mal funcionamiento de la secuencia enzimática del grupo HEM o HEMO de la Hemoglobina, pigmento de la sangre que hace que esta sea roja. El grupo HEM es quien transporta el OXIGENO de los pulmones al resto de las células del organismo. Este grupo HEM es un complejo férrico (en estado ferroso) con protoporfirina IX, la secuencia enzimática necesaria para su síntesis se hereda de acuerdo a las Leyes de Mendel y es autosomico-dominante, cualquier error en la herencia es lo que produce las enfermedades llamadas PORFIRIAS. </div><div align="justify">Los síntomas de las mismas son: </div><div align="justify">1) Fotosensitividad, se presenta en todas menos en la llamada Forma Aguda Intermitente. Esta fotosensitividad es el resultado de la acumulación de porfirinas libres de metal en la piel produciendo serias lesiones: HIRSUTISMO (el organismo, para protejerse de la luz hace que crezca pelo aun en lugares no habituales como en el dorso de los dedos y las manos, en las mejillas, en la nariz,... en una palabra, en los lugares más expuestos... A causa de ello el enfermo huye de la luz intensa, en especial la del sol, y si sale, lo hace solo DE NOCHE; la piel puede presentar también zonas de pigmentación o de despigmentacion y los dientes suelen ser rojos haciendo que el aspecto del enfermo se aleje cada vez más del estereotipo de ser humano para acercarse mas al monstruo). </div><div align="justify">2) Las porfirinas acumuladas en la piel pueden absorber luz de cualquier longitud de onda, tanto en el espectro ultravioleta como en el espectro visible, y luego transferir su energía al OXIGENO que proviene de la respiración. El OXIGENO normalmente NO ES TOXICO... todos sabemos su imprescindibilidad para nuestra vida, pero con el exceso de energía transferido por las PORFIRINAS se libera OXIGENO ATOMICO </div><div align="justify">(Aclaración: todas las moléculas de los gases se componen de dos tomos, por ello al OXIGENO ATOMICO, altamente reactivo también se le llama "Singlet-Oxygen" u oxigeno monoatómico u OXIGENO ATOMICO a secas) </div><div align="justify">Este OXIGENO ATOMICO, altamente reactivo, como dijimos, produce destrucción de los tejidos, predominantemente los distales, y los mas expuestos como la punta de los dedos, la nariz, las encías... de hecho, oxida esos tejidos en forma violenta, con desprendimiento de flama y humo... QUEMA PARTES DEL PACIENTE cuando se expone a la luz las manos se convierten en garras... su cara, peluda en su totalidad muestra una boca permanentemente abierta por falta de los labios... los dientes al descubierto, de apariencia mas grande por la falta de encías y donde estaba la nariz, las coanas, dos orificios tétricamente oscuros por donde respira en forma jadeante y por donde fluye una secreción sanguineo-purulenta... </div><div align="justify">Pensemos ahora la posibilidad de encontrarnos en medio de una noche oscura -ya que el paciente sale de noche para evitar el daño que le produce la luz- en la mitad del siglo XIV... Suponemos que el mito de la LICANTROPIA, es decir de los HOMBRES-LOBO es anterior al de los VAMPIROS y se origino en "ENCUENTROS" como el que acabamos de imaginarnos. Pero las Porfirias son enfermedades genéticas y no tienen cura aun. Algunos de los síntomas no pueden ser aliviados. </div><div align="justify">El principal tratamiento para algunas PORFIRIAS en la actualidad es la inyección de concentrados de Glóbulos rojos o soluciones de Grupo HEM o HEMO, además de hacerle usar al enfermo filtros solares. Pero hasta principios del siglo XX, la inyección del pigmento HEM no era posible hacerse... aun ni había sido descubierto..., no podemos suponer como, pero en algún momento, ya sea inducido por la desesperación o por indicación de algún curandero (o porque la carencia del mismo en el organismo despierta una PICA. </div><div align="justify">(aclaración: se llama pica cuando un paciente ingiere alguna sustancia que no es considerada de una dieta lógica ... en el siglo pasado, en países pobres, se ha visto a niños descalcificados lamer las paredes, que en aquel tiempo se pintaban con mezclas que contenían CAL (hidróxido de calcio) es también característico en la actualidad y una forma de diagnostico precoz que aquel que se desespera por comer HIELO (se llama PAGOFAGIA) sufra de una anemia FERROPENICA, les pasa mas frecuentemente a las embarazadas que tienen una demanda mayor de hierro que el que aportado por los alimentos)... pero volviendo a nuestro pobre enfermo PORFIRICO, decía que no sabemos como sintieron la pulsión, la necesidad de beber grandes cantidades de SANGRE... y se sintieron aliviados... y cuando el populacho se entero debe haber nacido entonces, después de la de la LICANTROPIA la leyenda de los VAMPIROS... el folklore confirma las costumbres nocturnas de los vampiros... evidentemente, una forma de protejerse de su fotosensitividad... </div><div align="justify">La naturaleza genética de las PORFIRIAS y algunas costumbres endogámicas entre algunos grupos étnicos y otros factores medioambientales podrían haber desencadenado la enfermedad en personas genéticamente predispuestas... y de aquí la idea que quien fuese mordido por un vampiro se convertía en uno de ellos a su vez. El AJO es bien conocido por todos como un talismán para auyentar a los VAMPIROS y HOMBRES LOBOS de hacernoslo saber se encargó repetidamente el cine y la TV...y forma parte de la leyenda y sus fundamentos. </div><div align="justify">Cada uno de nosotros poseemos en nuestros hígados una enzima (aclaración: una enzima es un catalizador orgánico. Un catalizador es una sustancia que acelera o retarda una reacción química sin participar en el producto final de la reacción ) conocida como CITOCROMO P-450.. la función de esta enzima, junto con otras, es la de remover del organismo substancias NO SOLUBLES EN AGUA produciendo productos xenobioticos que SI son hidrosolubles, (es una de las funciones desintoxicantes del hígado). </div><div align="justify">El citocromo P-450 posee como la HEMOGLOBINA el GRUPO PROSTETICO (grupo de la molécula que cumple con la función) HEM o HEMO, en este caso sin embargo, el grupo HEM cumple una tarea diferente. Se ha demostrado desde hace mucho que cuando el CITOCROMO P-450 hepático esta metabolizando una amplia variedad de drogas y otros compuestos orgánicos su grupo HEM puede ser destruido ... de hecho las drogas forman un complejo con el grupo HEM de la P-450 por alkilacion con un átomo de Nitrógeno. </div><div align="justify">Muchas de las drogas y compuestos orgánicos que destruyen el grupo HEM del CITOCROMO P-450 hepático, tienen mucho en común con uno de los principales constituyentes del AJO... y que además es volátil... El DIALKILSULFITO. Esto obviamente sugiere que la ingesta o aspiración de AJO aumenta las severidad de un ataque de PORFIRIA... porque el complejo HEM modificado por la destrucción del P-450 hepático es un potente inhibidor del final de la síntesis del grupo HEM (Inhibe la enzima ferroquelatasa) por lo tanto el AJO no solo destruye al grupo HEM sino que descompone el aparato biosintetico del mismo, esto es lo ultimo que necesita un vampiro (enfermo de porfiria) si el HEM no es sintetizado en su organismo, no podrá inhibir el exceso de síntesis de porfirinas por retroalimentación negativa (feed-back) y esa ruptura del equilibrio es lo que agrava el ataque...</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-9991824838882790152009-04-07T06:00:00.002+02:002009-04-07T16:03:48.866+02:00LA PLANCHADA, LA ENFERMERA FANTASMA<div align="justify"><em>En el Hospital Juárez, ubicado en las calles de Jesús María y Fray Servando, en el Centro Histórico del Distrito Federal, se ha venido escuchando desde 1847, una leyenda de una enfermera que se aparece en el interior del hospital. Le dicen “La Planchada” por su ropa almidonada, pues los que la han visto y los que la conocieron coinciden en que se llama así por su pulcritud, pues almidonaba mucho su uniforme para que este no se arrugara.</em></div><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5321947070268568722" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 152px; CURSOR: hand; HEIGHT: 242px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg1GgA8hAxo5UOEOKgWCgPQ3eOrb6C9OHjiexMZYof_4VGA5Ln_mwvnaFlJ4YkQwKn_8UfyTlvB2Tc5AId0lPQ84rO5SDE-HWVt-utMZhKzHKyLNfiVkAScYkDHTVuvXJ9k50_Ou7xCyjvC/s320/planchada_enfermera.jpg" border="0" /> <p align="justify">Según internos y trabajadores del hospital, han escuchado, sobre todo en las noches, ruidos y sonidos extraños. Lo más “común”, en el Hospital Juárez es la atención que esta enfermera tiene hacia los enfermos; ya que se dice el que el fantasma de “La Planchada” se aparece cuando algún enfermo no ha tomado sus medicamentos, ya sea por negligencia de las enfermeras o por cualquier otro motivo. </p><p align="justify">En varias ocasiones los enfermos argumentan que ya han tomado sus medicamentos, cuando en realidad la enfermera en turno no había suministrado medicamento alguno. Y, en efecto, dada la descripción de esta enfermera, que pocos han visto (pacientes y enfermeras), ha atendido a “sus enfermos”. </p><p align="justify">Hay dos versiones populares sobre el origen de esta leyenda y otra del decano del Hospital Juárez, el doctor Eduardo Jiménez Sandoval de 82 años de edad y 40 años trabajando en el nosocomio. La primera versión dice que un día llegaron los padres de la hoy fantasmal figura, en calidad de pacientes a los cuales atendió muy mal, y tiempo después, ahí murieron. </p><p align="justify">Otra versión es que, supuestamente, esta enfermera trataba mal a los enfermos, robaba sus medicamentos y era muy estricta; se dice que es su espíritu, el que vaga en el viejo inmueble, cuidando que los enfermos que están ahí, se encuentren bien, en castigo a tal crueldad que tenía con los mismos cuando vivía. </p><p align="justify">Hay ocasiones en que las enfermeras del turno de la noche, al hacer guardia se han quedado dormidas, y precipitadamente las han despertado sintiendo un golpe con la palma de la mano en sus cabezas. Estas, al despertar, no ven a nadie a su alrededor, solo los largos y viejos pasillos, quietos en la mitad de la noche. En la dirección de este hospital, a la cual misteriosamente el paso es muy restringido, inclusive para los que ahí trabajan, se habla de un cuadro que se encuentra en una de las paredes; dicho cuadro, según dicen los internos del nosocomio, correspondería a esta enfermera de la cual, también misteriosamente, no se sabe casi nada, ni de dónde vino, ni cuando ingresó al hospital y ni cómo murió; solo se sabe que fue una mujer hermosa, de pelo corto y rubio, seria, pero sobre todo, estricta, siempre de uniforme blanco almidonado; caminando erguida por los pasillos. </p><p align="justify">La enfermera Romy del Rayo Gordillo, dijo que a todo el personal le consta la existencia del fantasma que describió como una mujer alta, rubia, de ojos azules, con ropaje similar al usado en el Virreinato, pero que nadie desea hablar de ello. Algunos trabajadores que pidieron el anonimato, argumentaron el temor a la que alguien pueda mofarse. El Hospital Juárez data desde la Conquista, cuando Fray Pedro de Gante fundó las cuatro primeras iglesias, de las cuales, una fue denominada Parroquia de los Indios de San Pablo, que estuvo a cargo de los padres franciscanos. </p><p align="justify">Es interesante saber que en este lugar se fundó la primera biblioteca de la Nueva España, y que fue ahí mismo donde se comenzó la era de la astronomía en el México conquistado; ya que ahí llegaron los primeros Astrolabios e instrumentos astrológicos del Viejo Mundo, mismos que sirvieron para los primeros estudios, como ya lo dijimos anteriormente, de los primeros astrónomos de la Nueva España. </p><p align="justify">Siglos después, cuando los Estados Unidos amenazaban a México con una guerra de invasión, Don José Urbano Fonseca, autor del proyecto de convertir en un hospital de sangre al viejo edificio de San Pablo, que servía como cuartel para los militares mexicanos, logró que se entregara parte de éste para los heridos de la guerra que en esos momentos se desataba. Los primeros heridos a los que se les atendió fueron a los del Batallón de Padierna el 23 de agosto de 1847, fecha en que se le puede considerar a la edificación como hospital, ya que en un principio fue iglesia y cuyas ruinas pueden apreciarse en el presente. </p><p align="justify">Ladislao de la Pascua y Guillermo Santa María, fueron los primeros doctores que prestaron sus servicios gratuitamente en las Batallas de Padierna y Churubusco. Para algunos enterados que pidieron omitir sus nombres, es en este tiempo en que nació la leyenda de “La Planchada” y argumentaron que, el exceso de trabajo al escaso personal, por cansancio se quedaban dormidas las enfermeras y al despertar apresuradas para atender a los heridos de la guerra, se encontraban con la novedad de que ya habían sido atendidos por una enfermera que nadie conocía. </p><p align="justify">En medio del furor de la guerra injusta que culminó con la pérdida del 52 por ciento del territorio mexicano al firmarse los Tratados Guadalupe Hidalgo, algunos trabajadores y militares se pusieron de acuerdo para seguir a la mujer que les brindaba cuidadosa atención, y se espantaron al ver que desaparecía a escasos metros del Hospital. </p><p align="justify">A partir del 19 de julio de 1872, se le llamó Hospital Juárez en memoria al Benemérito de las Américas, que horas antes había muerto. Tal ha sido la fama de este lugar y su eterna enfermera como compañía que, en 1976, se realizó un concurso de poesía llamado “Dr. José Rojo de la Vega”, convocado por el Comité Organizador de la XXII Asamblea Nacional de Cirujanos en el cual concursó el siguiente poema: </p><p align="justify">La Planchada Fantasmal enfermera que lucía impoluto uniforme almidonado Con gran esmero, y con primor planchado.En el viejo hospital se aparecía. A los pacientes atendía Con eficiencia y especial cuidado, Si en nocturno bregar, rudo y callado, Agobiada enfermera se dormía. ¿Quién era esa mujer?; ¿era alma en pena?; ¿Era flor por la vida desechada, qué así purgaba singular condena?.</p>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-63912762956323674542009-04-06T06:00:00.000+02:002009-04-06T15:41:33.413+02:00LA LEYENDA DE TITA GÓMEZ<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZ1hz4cKeJBcJ9E6p4u7snOV6whIQ9ycHJKxF5Lk7AieqWl55FIB8Ct8zf8TE63qv-OFrPULWsPKcASomH7C19eEUCne8XK9TYo1oOTrG1QQHuj3ch-4heIP89YhDHix-RMGMuNvNCP8P2/s1600-h/%C3%A1ngeles_muerte_mujer.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5321571936067372626" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 243px; CURSOR: hand; HEIGHT: 176px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiZ1hz4cKeJBcJ9E6p4u7snOV6whIQ9ycHJKxF5Lk7AieqWl55FIB8Ct8zf8TE63qv-OFrPULWsPKcASomH7C19eEUCne8XK9TYo1oOTrG1QQHuj3ch-4heIP89YhDHix-RMGMuNvNCP8P2/s320/%C3%A1ngeles_muerte_mujer.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>La leyenda cuenta que en época de guerra, en un agradable vecindario cerca de las montañas, vivía una bella mujer recién casada. Se llamaba Tita Gómez. Todo iba bien hasta que un día su esposo fue llamado a filas para ir al frente. Un mal momento para dejar sola a una joven embarazada de tres semanas, pero ella esperaría el regreso de su amado. </em></div><br /><br /><div align="justify">Pasaron los años y terminó la guerra, pero su amado esposo no llegó, se había quedado sola y con un hijo de edad ya adolescente y de gran parecido a su padre. Tita al verlo recordaba a su amado y muchas tardes lloraba desconsolada. </div><div align="justify">Sin trabajo y prácticamente sin dinero, su situación era crítica. Aún así, esperaba a su esposo y no aceptaba su muerte, hasta tal punto que su cabeza empezó a inventar imaginarias historias en las que veía a su marido con otras mujeres, era por eso por lo que no regresaba a casa; ella creía que la había dejado por otras. Tita empezó a guardar rencor y odio sin sentido, poco a poco se iba volviendo cada vez más y más loca. </div><div align="justify">Un buen día su hijo regresó del colegio: </div><div align="justify">- Hola mamá, ya he llegado, ¿dónde estás? </div><div align="justify">Tita en ese momento salió de su cuarto, tenía la mirada llena de rencor y odio. Su hijo confundido le decía: </div><div align="justify">- ¿Qué, no tienes ganas de verme? </div><div align="justify">Pero Tita no hacía más que mirarle fijamente, y con lágrimas en los ojos le dijo: </div><div align="justify">- Amor, ¿por qué me has hecho esto?. Yo te espero aquí desesperada todos los días para que tú me llegues con esto. ¡Claro! ¡como tus mujeres ya te dejaron ahora vienes a consolarte conmigo! pero ya no aguanto más, ya se acabó, ¡PÚDRETE MALDITO, MUERE!. </div><div align="justify">La locura hizo atravesar con un cuchillo el vientre de su querido hijo, lo que verdaderamente quería y lo único que tenía, mientras gritaba: </div><div align="justify">- MUERE, MUERE!! </div><div align="justify">Una puñalada detrás de otra. tenía que vaciar todo el rencor. La sangre corría por toda la habitación y su rostro, su rostro estaba impregnado de la sangre... de su sangre. El chico sólo gritaba y con las pocas fuerzas que le quedaban le decía: </div><div align="justify">- MAMÁ, ¿POR QUÉ?, ¿QUÉ TE HICE?, YO TE QUIERO!! </div><div align="justify">Hasta que Tita se cansó y dejó caer sobre el suelo el cuerpo sin vida de su hijo mientras, ella de rodillas decía: </div><div align="justify">- QUÉ HE HECHO, TÚ NO ERES MARTIN, ERES MI HIJO!!! </div><div align="justify">Y un grito de desesperación salió de su garganta. Pero Tita no estaba curada después de lo hecho, todo lo contrario. En el transcurso de unas horas volvió de nuevo su locura y decidió enterrar a su hijo detrás de su casa y ocultar el horrible crimen, pero al salir unos vecinos la vieron con la cara llena de sangre y con un bulto envuelto en sábanas. Tita, en su locura, les ignoró y al transportarlo, una mano llena de sangre se dejó ver; los vecinos descubrieron el cadáver su hijo completamente desgarrado y deforme. Todos se enteraron y el vecindario entero estaba allí, juzgándola, ella sólo alcanzaba a decir: </div><div align="justify">- SOY INOCENTE, ÉL, TUVO LA CULPA, SE LO MERECÍA!! </div><div align="justify">Pero de entre la multitud se escuchó el grito de un hombre: </div><div align="justify">- Tita Gómez es una asesina, se atrevió a matar a su propio hijo para quitarse un gasto de encima!! </div><div align="justify">Entonces todos empezaron a gritar: </div><div align="justify">- ASESINA, ASESINA!!! </div><div align="justify">Y mientras Tita trataba de defenderse de un niño, tomó una roca y se la lanzó. Todos empezaron a arrojarle piedras, mientras ella gritaba de dolor, y ahogada en su propia sangre, decía: </div><div align="justify">- SOY INOCENTE, SOY INOCENTEEE!!! </div><div align="justify">Desesperada siguió gritando y gritando hasta que ya no pudo más y cayó muerta. Se hizo el silencio y entre la multitud algunos hombres se la llevaron a la cima de la montaña, donde cavaron un profundo hoyo y tiraron a Tita, cubrieron la tumba con una enorme roca que simbolizaba su muerte. </div><div align="justify">A su hijo, como fue tan querido, lo velaron con honores y le hicieron una linda tumba junto a sus seres más queridos. El alma de Tita Gómez no pudo ni puede descansar en paz. Han pasado muchos años desde ese horrible suceso y hasta la actualidad, se dice que en las tardes casi al anochecer, se escucha el llanto de espera a su amado y le culpa por su hijo muerto. </div><div align="justify">Su tumba se encuentra al lado de una gran barranco y para poder cruzar hay que atravesarlo por un caminito de tierra. Antes de pasar hay que tomar una piedra y arrojarla hacia la tumba, porque, si no se hace, cuando pases por la tumba...quien recibirá la piedra serás TÚ!!! </div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-74890189303681392422009-04-04T06:00:00.000+02:002009-04-04T06:00:00.323+02:00LA DAMA DEL VELO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgil-LwwmoCHwlWtYeKyVnU9q8_xpjZsTZntBVexhuUz1HD2hXF7sEvPZkAk-3NsBRWcrgo61CrlgEf1hm3ec7wCBuB6COfXIrXlPkpxwjUzQm76-dMyilokxDnp075uk0e3WnGApoykWjW/s1600-h/novia_fantasma1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5320414924689930178" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 187px; CURSOR: hand; HEIGHT: 286px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgil-LwwmoCHwlWtYeKyVnU9q8_xpjZsTZntBVexhuUz1HD2hXF7sEvPZkAk-3NsBRWcrgo61CrlgEf1hm3ec7wCBuB6COfXIrXlPkpxwjUzQm76-dMyilokxDnp075uk0e3WnGApoykWjW/s320/novia_fantasma1.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>Samuel enamoraba con poemas, con miradas insinuantes y detalles exquisitos . Solo él conocía todos los secretos del arte de la seducción para dejar impresionadas a todas sus enamoradas... </em></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify"><strong><span style="color:#993399;">LA HISTORIA:</span></strong></div><br /><div align="justify">Pues bien, Ana como otras tantas, se enamoró locamente de él, de tal forma que cuando Samuel perdió el interés, por ella, Ana se suicidó por amor, ese amor verdadero que creía haber encontrado. No sin antes jurar que se lo llevaría con ella para estar juntos toda la eternidad... </div><div align="justify">Dicen que el día de los muertos, Samuel llevaba unas copas de más debido a que había visitado un lugar de dudosa reputación cuando, de pronto, vió en las sombras a una mujer con un cuerpo divino y de una belleza sobrehumana, solo que, en el rostro, llevaba un velo negro en señal de luto. Luís quería acercarse a ella y ella se iba alejando más y más, hasta desaparecer... Todas la noches sucedía lo mismo. Él pensaba que iba a morir de amor.. .</div><div align="justify">Pasó una semana: fecha en la que, su difunta amante suicida, cumplía un año. Al pasar por el panteón, de nuevo, vio la misma silueta de aquella bella mujer dentro del panteón pidiendo a gritos ayuda, y él, caballero, apresuró el paso en busca de la dama. Ana, al verle dijo: </div><div align="justify">- Gracias al cielo... alguien me ha escuchado.</div><div align="justify">El caballero le preguntó por qué estaba en el pateón y respondió: </div><div align="justify">- Venía a ver a mi hermana, que hoy se cumple el primer año de su muerte. Un mal hombre la enamoró y ella se mató por él, ¿Qué crees que se merece? </div><div align="justify">Por quedar bien con la hermosa dama contestó. </div><div align="justify">- Merece ser enterrado vivo con la mujer a la que hizo sufrir, para que ella lo pueda amar. Y ella respondió. </div><div align="justify">- Pues esto ha de pasar. Le agarró de la cintura y él, sumamente emocionado, le quitó el velo para verla... ¡¡¡Horror!!! La amante estaba allí, carcomida por los gusanos que salían de su boca y de sus ojos. </div><div align="justify">Lo hundió, sumergiéndole en la tierra, cumpliendo así su deseo. </div><div align="justify">Mi abuela me comenta que la gente, en esos días, murmuran siempre que se escuchan los gritos desgarradores de un hombre mientras una mujer canta una canción nupcial.</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-7731763938845256132009-04-03T10:57:00.005+02:002009-04-03T11:07:59.304+02:00LAS GEMELAS<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhTgJzMbJmt8ps102Ew7BDqGWlU5Eo7bWHwZNTZ_ZnkoparUXx0AyzWygRhOO2EA9kSiv43KJxOMl8nhXCKEsdDKk1wUFRi2AR8SKrkRnXHCeCn4aLrAisYEHtlx9R-S9g6zEujdVh7ZAz/s1600-h/Gemelas_Roselle_misterio.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5320388639340061378" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 188px; CURSOR: hand; HEIGHT: 197px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjhTgJzMbJmt8ps102Ew7BDqGWlU5Eo7bWHwZNTZ_ZnkoparUXx0AyzWygRhOO2EA9kSiv43KJxOMl8nhXCKEsdDKk1wUFRi2AR8SKrkRnXHCeCn4aLrAisYEHtlx9R-S9g6zEujdVh7ZAz/s320/Gemelas_Roselle_misterio.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>Eran dos hermanas que se llevaban muy bien, nunca se peleaban ni discutían, pero por razones de trabajo, sus padres tuvieron que cambiar su residencia a la ciudad, donde se encontraba una carretera demasiado peligrosa... </em></div><br /><div align="justify"></div><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">SU HISTORIA:</span></strong></div><br /><div align="justify">Las niñas tuvieron que cruzar solas porque a la madre la llamaron del trabajo para que fuera urgentemente. Les dijo a las niñas que cruzaran solas, pero que tuvieran cuidado, mirando a los dos lados. Las niñas obedecieron. Nada más girarse la madre para marcharse oyó un golpe muy fuerte detrás de ella. Eran sus hijas, habían sido atropelladas por un camión. desgraciadamente, las dos habían muerto. </div><br /><div align="justify">Cuatro años más tarde la madre, aún joven, ya que tenía 34 años, todavía vivía en la misma casa cerca de la carretera y no olvidaba ningún día a sus dos gemelas. Afortunadamente, había vuelto a tener hijos, y casualmente eran dos gemelas. Además, eran muy parecidas a las que murieron atropelladas. Esto hacía que la madre olvidara en parte ese trágico suceso. </div><br /><div align="justify">Pero la fatalidad estuvo a punto de volver a la familia, a pesar de prohibirles expresamente acercarse a la carretera. Un día las dos niñas estaban jugando y decidieron cruzar la carretera. No venía nadie en ningún sentido, no había peligro. En el último momento apareció su madre que chillando muy alterada, les dijo que no cruzaran, a lo que las niñas respondieron al unísono: </div><br /><div align="justify">- Si no pensábamos cruzar,... ya nos atropellaron una vez y no volverá a ocurrir…</div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-4247879466637920402009-04-02T09:52:00.003+02:002009-04-02T10:09:50.276+02:00EL ENGAÑO DEL GLOBO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh49eLWDAzbRN2BnVRRFJ_wQnhUu9Yu757ZfY48vS-d9j5KrxUHNQpgox8nheykcAoQ-HtTS2htuBLMVpEND1-4JVLps2EH6_Ea9sFRgi4t1wk16ImeezAmqwtLIIGGlQ-DVlXTNK4TUv_s/s1600-h/Allan_Poe1.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5320001771798137666" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 186px; CURSOR: hand; HEIGHT: 231px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh49eLWDAzbRN2BnVRRFJ_wQnhUu9Yu757ZfY48vS-d9j5KrxUHNQpgox8nheykcAoQ-HtTS2htuBLMVpEND1-4JVLps2EH6_Ea9sFRgi4t1wk16ImeezAmqwtLIIGGlQ-DVlXTNK4TUv_s/s320/Allan_Poe1.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify"><em>¡Asombrosas noticias por expreso, vía Norfolk! ¡Travesía del Atlántico en tres días! ¡Extraordinario triunfo de la máquina volante del señor Monck Mason! ¡Llegada a la isla Sullivan, cerca de Charleston, Carolina del Sur, del señor Mason, el señor Robert Holland, el señor Henson, el señor Harrison Ainsworth y otros cuatro pasajeros, a bordo del globo dirigible Victoria, luego de 75 horas de viaje de costa a costa! ¡Todos los detalles del vuelo!<br /></em>El siguiente jeux d'esprit, con los titulares que preceden en enormes caracteres, abundantemente separados por signos de admiración, fue publicado por primera vez en el New York Sun, con intención de proporcionar alimento indigesto a los quidnuncs durante las pocas horas entre los dos correos de Charleston. La conmoción producida y el arrebato del "único diario que traía las noticias" fue más allá de lo prodigioso; y, para decir la verdad, si el Victoria "no" efectuó el viaje reseñado (como aseguran algunos), difícil sería encontrar razones que le hubiesen impedido llevarlo a cabo.<br />E.A.P.<br /></div><div align="justify">¡El gran problema ha sido, por fin, resuelto! ¡Al igual que la tierra y el océano, el aire ha sido sometido por la ciencia y habrá de convertirse en un camino tan cómodo como transitado para la humanidad! ¡El Atlántico ha sido cruzado en globo! ¡Sin dificultad, sin peligro aparente, con un perfecto dominio de la máquina, y en el periodo inconcebiblemente breve de 75 horas de costa a costa! Gracias a la decisión de uno de nuestros representantes en Charleston, Carolina del Sur, somos los primeros en proporcionar al público una crónica detallada de este viaje extraordinario, efectuado entre el sábado 6 del corriente, a las once a.m., y el jueves 9, a las dos p.m., por el señor Everard Bringhurst, el señor Osborne, sobrino de lord Bentinck; el señor Monck Mason y el señor Robert Holland, los afamados aeronautas; el señor Harrison Ainsworth, autor de Jack Sheppard y otras obras; el señor Henson, diseñador de la reciente y fracasada máquina voladora, y dos marinos de Woolwich; ocho personas en total. Los detalles que siguen pueden considerarse auténticos y exactos en todo sentido, pues, con una sola excepción, fueron copiados verbatim de los diarios de navegación de los señores Monck Mason y Harrison Ainsworth, a cuya gentileza debe nuestro corresponsal muchas informaciones verbales sobre el globo, su construcción y otras cuestiones no menos interesantes. La única alteración del manuscrito recibido se debe a la necesidad de dar forma coherente e inteligible a la apresurada reseña de nuestro representante, el señor Forsyth.<br /></div><div align="center"><strong><span style="color:#cc33cc;">El globo<br /></div></span></strong><div align="justify">"Dos notorios fracasos recientes -los del señor Henson y el señor George Cayley- habían debilitado mucho el interés público por la navegación aérea. El proyecto del señor Henson (que aun los hombres de ciencia consideraron al comienzo como factible) se fundaba en el principio de un plano inclinado, lanzado desde una eminencia por una fuerza extrínseca que se continuaba luego por la revolución de unas paletas que en forma y número semejaban las de un molino de viento. Empero, las experiencias practicadas con modelos en la Adelaide Gallery mostraron que la revolución de aquellas paletas no sólo no impulsaba la máquina, sino que impedía su vuelo. La única fuerza de propulsión evidente era el ímpetu adquirido durante el descenso por el plano inclinado, y este ímpetu llevaba más lejos a la máquina cuando las paletas estaban inmóviles que cuando funcionaban, hecho suficientemente demostrativo de la inutilidad de estas últimas. Como es natural, en ausencia de la fuerza propulsora, que era al mismo tiempo sustentadora, la máquina se veía obligada a descender.<br />"Esta última consideración movió al señor George Cayley a adaptar una hélice a alguna máquina que tuviera una fuerza sustentadora independiente: en una palabra, a un globo. Aquella idea no sólo tenía la novedad de su especial aplicación práctica. El señor George exhibió un modelo en el Instituto Politécnico. El principio propulsor se aplicaba aquí a superficies discontinuas o paletas giratorias. El aparato tenía cuatro paletas, que en la práctica resultaron completamente ineficaces para mover el globo o ayudarlo en su ascensión. El proyecto resultó, pues, un fracaso completo.<br />"En esta coyuntura, el señor Monck Mason (cuyo viaje de Dover a Weilburg a bordo del globo Nassau provocara tanto entusiasmo en 1837), concibió la idea de aplicar el principio de la rosca o hélice de Arquímedes a los efectos de la propulsión en el aire, atribuyendo correctamente el fracaso de los modelos del señor Henson y de el señor George Cayley a la interrupción de la superficie en las paletas independientes. Llevó a cabo la primera experiencia pública en los salones de Willis, pero más tarde trasladó su modelo a la Adelaide Gallery.<br />"A semejanza del globo del señor George, su globo era elipsoidal. Tenía trece pies y seis pulgadas de largo por seis pies y ocho pulgadas de alto. Contenía unos 320 pies cúbicos de gas; si se introducía hidrógeno puro, éste podía soportar 21 libras inmediatamente después de haber sido inflado el globo, antes de que el gas se estropeara o escapara. El peso total de la máquina y el aparato era de 17 libras, dejando un margen de unas cuatro libras. Por debajo del centro del globo había una armazón de madera liviana de unos nueve pies de largo, unida al globo por una red como las que se usan habitualmente para ese fin. La barquilla, de mimbre se hallaba suspendida del armazón.<br />"La hélice consistía en un eje hueco de bronce de 18 pulgadas de largo, en el cual, sobre una semiespiral inclinada en un ángulo de quince grados, pasaba una serie de radios de alambre de acero de dos pies de largo, que se proyectaban a un pie de distancia a cada lado. Dichos radios estaban unidos en sus puntos por dos bandas de alambre aplanado, constituyendo así el armazón de la hélice, la cual se completaba mediante un forro de seda impermeabilizada, cortada de manera de seguir la espiral y presentar una superficie suficientemente unida. La hélice se hallaba sostenida en los dos extremos de su eje por brazos de bronce, que descendían del armazón superior. Dichos brazos tenían orificios en la parte inferior, donde los pivotes del eje podían girar libremente. De la porción del eje más cercana a la barquilla salía un vástago de acero que conectaba la hélice con el engranaje de una máquina a resorte fijada en la barquilla. Haciendo funcionar este resorte o cuerda se lograba que la hélice girara a gran velocidad, comunicando un movimiento progresivo a la aeronave. Gracias a un timón se hacía tomar a ésta cualquier rumbo. El resorte era sumamente fuerte comparado con sus dimensiones y podía levantar 45 libras de peso sobre un rodillo de cuatro pulgadas de diámetro en la primera vuelta, aumentando gradualmente su poder a medida que adquiría velocidad. Pesaba en total ocho libras y seis onzas. El gobernalle consistía en un marco liviano de caña cubierto de seda, parecido a una raqueta; tenía tres pies de largo y un pie en su parte más ancha. Pesaba dos onzas. Podía colocárselo horizontalmente, haciéndolo subir y bajar, y moverlo a derecha e izquierda verticalmente, con lo cual permitía al aeronauta transferir la resistencia del aire determinada por su inclinación hacia cualquier lado y hacer que el globo se moviera en dirección opuesta.<br />"Este modelo (que por falta de tiempo hemos descrito imperfectamente) fue ensayado en la Adelaida Gallery, donde alcanzó una velocidad de cinco millas horarias. Aunque parezca extraño, provocó muy poco interés comparado con la anterior y complicada máquina del señor Henson; tan dispuesto se muestra el mundo a despreciar toda cosa que se presente llena de sencillez. Para llevar a cabo el gran desiderátum de la navegación aérea, se suponía en general que debería llegarse a la complicada aplicación de algún profundísimo principio de la dinámica.<br />"Empero, tan satisfecho se sentía el señor Mason del buen resultado de su invención, que resolvió construir inmediatamente, si era posible, un globo de capacidad suficiente para probar su eficacia en un viaje bastante extenso; la intención original consistía en cruzar el Canal de la Mancha, como se había hecho anteriormente en el globo Nassau. A fin de llevar su proyecto a la práctica, solicitó y obtuvo el patronazgo del señor Everard Bringhurst y del señor Osborne, caballeros bien conocidos por su saber científico y el interés que demostraban por los progresos de la navegación aérea. A pedido del señor Osborne, el proyecto fue mantenido en el más riguroso secreto, y las únicas personas al tanto de la idea fueron aquellas que se ocuparon de la construcción de la máquina. Se construyó ésta bajo la dirección de los señores Mason, Holland, Bringhurst y Osborne, en la residencia de este último, cerca de Penstruthal, en Gales. El señor Henson, así como su amigo el señor Ainsworth, fueron admitidos a una exhibición privada del globo el sábado pasado, cuando ambos caballeros hacían sus preparativos para ser incluidos entre los pasajeros del globo. No se nos ha dado la razón por la cual estos caballeros se agregaron a la expedición, pero dentro de uno o dos días haremos conocer a nuestros lectores los menores detalles concernientes al extraordinario viaje.<br />"El globo es de seda, barnizado con goma o caucho líquido. De vastas dimensiones, contiene más de 40,000 pies cúbicos de gas. Dado que se utilizó gas de alumbrado en vez de hidrógeno, mucho más costoso, el poder sustentatorio de la aeronave, completamente inflada y poco después, no sobrepasa las 2500 libras. El gas de alumbrado no sólo resulta mucho más barato, sino que es fácilmente obtenible y manejable.<br />"Debemos al señor Charles Green el uso del gas de alumbrado para los fines de la aeronavegación. Hasta su descubrimiento, la inflación de los globos no sólo era sumamente cara, sino de incierto resultado. Con frecuencia se empleaban dos o tres días en fútiles tentativas para procurarse suficiente cantidad de hidrógeno para llenar un globo, del cual este gas tiene gran tendencia a escapar debido a su extremada tenuidad y a su afinidad con la atmósfera circundante. Un globo suficientemente impermeable como para conservar su contenido de gas de alumbrado durante seis meses, apenas alcanzará a mantener seis semanas una carga equivalente de hidrógeno.<br />"Habiéndose calculado la fuerza de sustentación en 2500 libras, y el peso de todos los viajeros en 1200, quedaba un excedente de 1300, de los cuales 1200 se integraron con lastre, preparado en sacos de diferente tamaño, cada uno con su peso marcado, cordajes, barómetros, telescopios, barriles con provisiones para una quincena, tanques de agua, abrigos, sacos de noche y otras cosas indispensables, incluido un calentador de café que funcionaba por medio de cal viva, evitando así por completo el uso del fuego, justamente considerado como muy peligroso. Todos estos artículos, salvo el lastre y unas pocas cosas, fueron suspendidos del armazón superior. La barquilla es proporcionalmente mucho más pequeña y liviana que la que se había colocado en el primer modelo en escala reducida. Se la construyó de mimbre liviano y extraordinariamente fuerte a pesar de su frágil aspecto. Tiene unos cuatro pies de profundidad. El gobernalle es mucho más grande que el del modelo, mientras la hélice es bastante más pequeña. El globo está provisto de un ancla con varios ganchos y una cuerdaguía. Esta última es de excepcional importancia y requiere algunas palabras explicativas para aquellos lectores que no se hallan al tanto de la misma.<br />"Tan pronto el globo se aleja de la tierra, queda sometido a diversas circunstancias que tienden a crear una diferencia en su peso, aumentando y disminuyendo su fuerza ascensional. Por ejemplo, en la seda puede depositarse el rocío, hasta pesar varios cientos de libras; preciso es entonces arrojar lastre, pues de lo contrario la aeronave descenderá. Arrojado el lastre, si el sol hace evaporar el rocío, dilatando al mismo tiempo el gas del globo, éste volverá a ascender. Para impedirlo, el único recurso posible (hasta que el señor Green inventó la cuerdaguía) consistía en dejar escapar un poco de gas por medio de una válvula. Pero la pérdida de gas supone una pérdida equivalente de poder ascensional, vale decir que después de un período relativamente breve el globo mejor construido agotará sus recursos y tendrá que descender. Esto constituía hasta entonces el gran obstáculo para los viajes largos.<br />"La cuerdaguía remedia esta dificultad de la manera más simple que imaginarse pueda. Consiste en una soga muy larga que cuelga de la barquilla, destinada a impedir que el globo varíe de altitud bajo ninguna circunstancia. Si, por ejemplo, se deposita humedad en la cubierta de seda y la aeronave empieza a descender, no será necesario arrojar lastre para compensar este aumento de peso, sino que bastará soltar la soga hasta que arrastre por el suelo todo lo necesario para establecer el equilibrio. Si, por el contrario, alguna otra circunstancia ocasionara un aligeramiento del globo y su consiguiente ascenso, se lo contrarresta recogiendo cierta cantidad de soga, cuyo peso se agrega entonces al del globo. En esta forma el aerostato sólo subirá y bajará muy poco, y su capacidad de gas y de lastre se mantendrá invariable. Cuando se vuela sobre una superficie líquida hay que emplear pequeños barriles de cobre o madera, llenos de una sustancia líquida más liviana que el agua. Dichos barriles flotan y cumplen la misma función que la soga en tierra firme. Otra función importante de esta última consiste en señalar la dirección del globo. Tanto en tierra como en mar, la cuerda arrastra sobre la superficie y, por tanto, el globo vuela siempre un poco adelantado con respecto a ella; basta, pues, establecer una relación entre ambos objetos por medio del compás para establecer el rumbo. Del mismo modo, el ángulo formado por la cuerda con el eje vertical del globo indica la velocidad de éste. Cuando no hay ningún ángulo, o, en otras palabras, cuando la cuerda cuelga verticalmente, el aparato se encuentra estacionario; cuanto más abierto sea el ángulo, es decir, cuanto más adelante se halle el globo con respecto al extremo de la cuerda, mayor será la velocidad, y viceversa.<br />"Como la intención original consistía en cruzar el Canal de la Mancha y descender lo más cerca posible de París, los viajeros habían tenido la precaución de proveerse de pasaportes válidos para todos los países del continente, especificando la naturaleza de la expedición, como en el caso del viaje del Nassau, y facilitándoles la exención de las formalidades habituales de las aduanas; acontecimientos inesperados, empero, hicieron inútiles estos documentos.<br />"La inflación del globo empezó con la mayor reserva al amanecer del sábado 6 del corriente, en el gran patio de Wheal-Vor House, residencia del señor Osborne, a una milla de Penstruthal, Gales del Norte. A las once y siete minutos los preparativos quedaron terminados, y el globo se elevó suave pero seguramente en dirección al sur. Durante la primera media hora no se emplearon ni la hélice ni el gobernalle. Transcribimos ahora el diario de viaje, según lo recogió el señor Forsyth de los manuscritos de los señores Monck Mason y Ainsworth. El cuerpo principal del diario es de puño y letra del señor Mason, al cual se agrega una posdata diaria del señor Ainsworth, quien tiene en preparación y dará pronto a conocer una crónica tan detallada cuanto apasionante del viaje."<br /></div><div align="center"><strong><span style="color:#cc33cc;">El diario<br /></div></span></strong><div align="justify">"Sábado 6 de abril.-Luego que todos los preparativos que podían resultar molestos quedaron terminados durante la noche, empezamos la inflación al alba; una espesa niebla que envolvía los pliegues de la seda y no nos permitía disponerla debidamente atrasó esta tarea hasta las once de la mañana. Desamarramos entonces llenos de optimismo y subimos suave pero continuamente, con un ligero viento del norte que nos llevó hacia el Canal de la Mancha. Notamos que la fuerza ascensional era mayor de lo que esperábamos; una vez que hubimos remontado sobrepasando la zona de los acantilados, los rayos solares influyeron para que nuestro ascenso se hiciera aún más rápido. No quise, sin embargo, perder gas en esta temprana etapa de nuestra aventura, y decidimos seguir subiendo. No tardamos en recoger nuestra cuerdaguía, pero, aun después que hubo dejado de tocar tierra, seguimos subiendo con notable rapidez. El globo se mostraba insólitamente estable y su aspecto era magnífico. Diez minutos después de salir, el barómetro indicaba 15,000 pies de altitud. Teníamos un tiempo excelente, y el panorama de las regiones circundantes, uno de los más románticos visto desde cualquier lado, era ahora particularmente sublime. Las numerosas y profundas hondonadas daban la impresión de lagos, a causa de los densos vapores que las llenaban, y los montes y picos del sudeste, amontonado en inextricable confusión, sólo admitían ser comparados con las gigantescas ciudades de las fábulas orientales.<br />"Nos acercábamos rápidamente a las montañas meridionales, pero estábamos lo bastante elevados como para franquearlas sin riesgo. Pocos minutos después las sobrevolamos magníficamente; tanto el señor Ainsworth como los dos marinos se sorprendieron de su aparente pequeñez vistas desde la barquilla, ya que la gran altitud de un globo tiende a reducir las desigualdades de la superficie de la tierra hasta dar la impresión de una continua llanura. A las once y media, derivando siempre hacia el sur, tuvimos nuestra primera visión del Canal de Bristol; quince minutos más tarde, los rompientes de la costa se hallaban debajo de nosotros, e iniciábamos el vuelo sobre el mar. Resolvimos entonces soltar suficiente gas como para que nuestra cuerdaguía, con las boyas atadas al extremo, tomara contacto con el agua. Se hizo así de inmediato e iniciamos un descenso gradual. Veinte minutos más tarde nuestra primera boya tocó el agua y, cuando la segunda estableció a su vez contacto, quedamos a una altura estacionaria. Todos estábamos ansiosos por probar la eficacia del gobernalle y de la hélice, y los hicimos funcionar inmediatamente a fin de acentuar el rumbo hacia el este, en dirección a París. Gracias al timón, no tardamos en desviamos en ese sentido, manteniendo el rumbo casi en ángulo recto con el del viento; luego hicimos funcionar el resorte de la hélice y nos regocijamos muchísimo al comprobar que nos impulsaba exactamente como queríamos. En vista de ello lanzamos nueve hurras de todo corazón y arrojamos al mar una botella conteniendo un pergamino donde se describía brevemente el principio de la invención.<br />"Apenas habíamos terminado de expresar nuestro contento, cuando un accidente inesperado nos descorazonó muchísimo. El vástago de acero que conectaba el resorte con la hélice se salió bruscamente de su lugar en la barquilla (a causa de un balanceo de la misma, ocasionado por algún movimiento de uno de los marinos que habíamos embarcado con nosotros), y quedó colgando lejos de nuestro alcance, tomado en el pivote del eje de la hélice. Mientras tratábamos de recuperarlo, y nuestra atención se hallaba por completo absorbida en esto, nos tomó un fortísimo viento del este que nos llevó con fuerza creciente rumbo al Atlántico. Pronto nos encontramos volando a un promedio que ciertamente no era inferior a 50 ó 60 millas por hora, tanto que llegamos a la altura de Cape Clear, situado a unas 40 millas al norte, antes de haber asegurado el vástago y tener una idea clara de lo que ocurría.<br />"Fue entonces cuando el señor Ainsworth formuló una propuesta extraordinaria, pero que en mi opinión no tenía nada de irrazonable o de quimérica, y que fue inmediatamente secundada por el señor Holland: quiero decir que aprovecháramos la fuerte brisa que nos impulsaba y, en lugar de retroceder rumbo a París, hiciéramos la tentativa de alcanzar la costa de Norteamérica, la cual (¡cosa rara!) sólo fue objetada por los dos marinos. Pero, como estábamos en mayoría, dominamos sus temores y decidimos mantener resueltamente el rumbo. Seguimos, pues, hacia el oeste; pero como el arrastre de las boyas demoraba nuestro avance y teníamos perfecto dominio sobre el globo, tanto para subir como para bajar, empezamos por desprendernos de 50 libras de lastre y luego, por medio de un cabestrante, recogimos la cuerda hasta conseguir que no tocara la superficie del mar. Inmediatamente notamos el efecto de esta maniobra, pues aumentó nuestra velocidad y, como el viento acreciera, volamos con una rapidez casi inconcebible; la cuerdaguía flotaba detrás de la barquilla como un gallardete en un navío.<br />"De más está decir que nos bastó poquísimo tiempo para perder de vista la costa. Pasamos sobre cantidad de navíos de toda clase, algunos de los cuales trataban de navegar a la bolina, pero en su mayoría se mantenían a la capa. Provocamos el más extraordinario revuelo a bordo de todos ellos, revuelo del que gozamos grandemente, y muy especialmente nuestros dos marineros, que, bajo la influencia de un buen trago de ginebra, se habían resuelto a tirar por la borda escrúpulo y todo temor. Muchos de aquellos barcos nos dispararon salvas, y en todos ellos fuimos saludados con sonoros hurras (que oíamos con notable nitidez) y saludos con gorras y pañuelos. Continuamos en esta forma durante todo el día sin mayores incidentes, y cuando nos envolvieron las sombras de la noche, calculamos grosso modo la distancia recorrida, encontrando que no podía bajar de 500 millas, y probablemente las excedía por mucho. La hélice funcionaba continuamente y sin duda ayudaba en gran medida a nuestro avance. Cuando se puso el sol, el viento se convirtió en un verdadero huracán y el océano era perfectamente visible a causa de su fosforescencia. El viento sopló del este toda la noche, dándonos los mejores augurios de éxito. Sufrimos muchísimo a causa del frío, y la humedad atmosférica era harto desagradable; pero el amplio espacio en la barquilla nos permitía acostarnos, y con ayuda de nuestras capas y algunos colchones pudimos arreglarnos bastante bien.<br />"P.S. [por el señor Ainsworth].-Las últimas nueve horas han sido indiscutiblemente las más apasionantes de mi vida. Imposible imaginar nada más exaltante que el extraño peligro, que la novedad de una aventura como ésta. ¡Quiera Dios que triunfemos! No pido el triunfo por la mera seguridad de mi insignificante persona, sino por el conocimiento de la humanidad y por la grandeza de semejante triunfo. Sin embargo, la hazaña es tan practicable que me asombra que los hombres hayan vacilado hasta ahora en intentarla. Basta con que una galerna como la que ahora nos favorece arrastre un globo durante cuatro o cinco días (y estos huracanes suelen durar más) para que el viajero se vea fácilmente transportado de costa a costa. Con un viento semejante el vasto Atlántico se convierte en un mero lago.<br />"En este momento lo que más me impresiona es el supremo silencio que reina en el mar por debajo de nosotros, a pesar de su gran agitación. Las aguas no hacen oír su voz a los cielos. El inmenso océano llameante se retuerce y sufre su tortura sin quejarse. Las crestas montañosas sugieren la idea de innumerables demonios gigantescos y mudos, que luchan en una imponente agonía. En una noche como ésta, un hombre vive, vive un siglo entero de vida ordinaria; y no cambiaría yo esta arrebatadora delicia por todo ese siglo de vida común.<br />"Domingo 7 [por el señor Mason].-A las diez de la mañana la galerna amainó hasta convertirse en un viento de ocho o nueve nudos (con respecto a un barco en alta mar), llevándonos a una velocidad de unas 30 millas horarias. El viento ha girado considerablemente hacia el norte, y ahora, a la puesta del sol, mantenemos nuestro rumbo hacia el oeste gracias al gobernalle y a la hélice, que cumplen sus tareas de manera admirable. Considero que mi mecanismo ha tenido el mejor de los éxitos, y la navegación aérea hacia cualquier rumbo (y no a merced de los vientos) deja de ser un problema. Cierto es que no hubiéramos podido volar en contra del fuerte viento de ayer, pero, en cambio, ascendiendo, hubiésemos escapado a su influencia de haber sido ello necesario. Estoy convencido de que con ayuda de la hélice podríamos avanzar contra un viento bastante intenso. A mediodía alcanzamos una altura de 25,000 pies, luego de arrojar lastre. Buscábamos una corriente de aire más directa, pero no hallamos ninguna tan favorable como la que seguimos ahora. Tenemos abundante provisión de gas para cruzar este insignificante charco, aunque el viaje nos lleve tres semanas. El resultado final no me inspira el más mínimo temor. Las dificultades de la empresa han sido extrañamente exageradas y mal entendidas. Puedo elegir mi viento más favorable y, en caso de que todos los vientos fuesen contrarios, la hélice me permitiría seguir adelante. No ha habido ningún incidente digno de mención. La noche se anuncia muy serena.<br />"P.S. [por el señor Ainsworth].-Poco tengo que anotar, salvo que, para mi sorpresa, a una altura igual a la del Cotopaxi no he sentido ni mucho frío, ni dificultad respiratoria o jaqueca. Todos mis compañeros coinciden conmigo; tan sólo el señor Osborne se quejó de cierta opresión en los pulmones, pero pronto se le pasó. Hemos volado a gran velocidad durante el día y debemos hallarnos a más de la mitad del Atlántico. Pasamos sobre veinte o treinta navíos de diversos tipos, y todos ellos se mostraron jubilosamente asombrados. Cruzar el océano en globo no es, después de todo, una hazaña tan ardua. Omne ignotum pro magnifico. Detalle interesante: a 25,000 pies de altura el cielo parece casi negro y las estrellas se ven con toda claridad; en cuanto al mar, no aparece convexo, como podría suponerse, sino total y absolutamente cóncavo.<br />"Lunes 8 ([por el señor Mason].-Esta mañana volvimos a tener algunas dificultades con la varilla de la hélice, que deberá ser completamente modificada en el futuro, para evitar accidentes serios. Aludo al vástago de acero y no a las paletas, pues éstas son inmejorables. El viento sopló constante y fuertemente del norte durante todo el día, y hasta ahora la fortuna parece dispuesta a favorecemos. Poco antes de aclarar nos alarmaron algunos extraños ruidos y sacudidas en el globo, que, sin embargo, no tardaron en cesar. Aquellos fenómenos se debían a la dilatación del gas por el aumento del calor atmosférico, y la consiguiente ruptura de las menudas partículas de hielo que se habían formado durante la noche en toda la estructura de tela. Arrojamos varias botellas a los navíos que encontrábamos. Vimos que una de ellas era recogida por los tripulantes de un navío, probablemente uno de los paquebotes que hacen el servicio a Nueva York. Tratamos de leer su nombre, pero no estamos seguros de haberlo entendido. Con ayuda del catalejo del señor Osborne desciframos algo así como Atalanta. Ahora es medianoche y seguimos volando rápidamente hacia el oeste. El mar está muy fosforescente.<br />"P.S. [por el señor Ainsworth].-Son las dos de la madrugada y el tiempo sigue muy sereno; resulta difícil saberlo exactamente, pues el globo se mueve junto con el viento. No he dormido desde que salimos de Wheal-Vor, pero me es imposible seguir resistiendo y trataré de descansar un rato. Ya no podemos estar lejos de la costa norteamericana.<br />"Martes 9 [por el señor Ainsworth].-A la una p.m. Estamos a la vista de la costa baja de Carolina del Sur. El gran problema ha quedado resuelto. ¡Hemos cruzado el Atlántico... cómoda y fácilmente, en globo! ¡Alabado sea Dios! ¿Quién dirá desde hoy que hay algo imposible?"<br />Así termina el diario de navegación. El señor Ainsworth, empero, agregó algunos detalles en su conversación con el señor Forsyth. El tiempo estaba absolutamente calmo cuando los viajeros avistaron la costa, que fue inmediatamente reconocida por los dos marinos y por el señor Osbome. Como este último tenía amigos en el fuerte Moultrie, se resolvió descender en las inmediaciones. Se hizo llegar el globo hasta la altura de la playa (pues había marea baja, y la arena tan lisa como dura se adaptaba admirablemente para un descenso) y se soltó el ancla, que no tardó en quedar firmemente enganchada. Como es natural, los habitantes de la isla y los del fuerte se precipitaron para contemplar el globo, pero costó muchísimo trabajo convencerlos de que los viajeros venían... del otro lado del Atlántico. El ancla se hincó en tierra exactamente a las dos p.m., y el viaje quedó completado en 75 horas, o quizá menos, contando de costa a costa. No ocurrió ningún accidente serio durante la travesía, ni se corrió peligro alguno. El globo fue desinflado sin dificultades. En momentos en que la crónica de la cual extraemos esta narración era despachada desde Charleston, los viajeros se hallaban todavía en el fuerte Moultrie. No se sabe cuáles son sus intenciones futuras, pero prometemos a nuestros lectores nuevas informaciones, ya sea el lunes o, a más tardar, el martes.<br />Estamos en presencia de la empresa más extraordinaria, interesante y trascendental jamás cumplida o intentada por el hombre. Vano sería tratar de deducir en este momento las magníficas consecuencias que de ella pueden derivarse.</div><br /><div><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Edgar Allan Poe</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-4742943254498383852009-04-01T06:00:00.000+02:002009-04-01T06:00:00.385+02:00ESPANTOS DE AGOSTO<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEirFomilJNx__DXPTIfI5RMGF6GLEtrIFccYquzJg8C3XQJmRf_2D9GRamHSxV3aM9CySoOaf0rSXowDeIonPELpEfF_0VqaeOrM2X-RmQ47iYGrcvAqydVOq6pIcy8iTjG9PmFTp1pd6kT/s1600-h/Garc%C3%ADa_M%C3%A1rquez_Espantos_Agosto.bmp"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5319262225705071202" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 267px; CURSOR: hand; HEIGHT: 209px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEirFomilJNx__DXPTIfI5RMGF6GLEtrIFccYquzJg8C3XQJmRf_2D9GRamHSxV3aM9CySoOaf0rSXowDeIonPELpEfF_0VqaeOrM2X-RmQ47iYGrcvAqydVOq6pIcy8iTjG9PmFTp1pd6kT/s320/Garc%C3%ADa_M%C3%A1rquez_Espantos_Agosto.bmp" border="0" /></a><br /><div align="justify">Llegamos a Arezzo un poco antes del medio día, y perdimos más de dos horas buscando el castillo renacentista que el escritor venezolano Miguel Otero Silva había comprado en aquel recodo idílico de la campiña toscana. Era un domingo de principios de agosto, ardiente y bullicioso, y no era fácil encontrar a alguien que supiera algo en las calles abarrotadas de turistas. Al cabo de muchas tentativas inútiles volvimos al automóvil, abandonamos la ciudad por un sendero de cipreses sin indicaciones viales, y una vieja pastora de gansos nos indicó con precisión dónde estaba el castillo. Antes de despedirse nos preguntó si pensábamos dormir allí, y le contestamos, como lo teníamos previsto, que sólo íbamos a almorzar.<br />-Menos mal -dijo ella- porque en esa casa espantan.<br />Mi esposa y yo, que no creemos en aparecidos del medio día, nos burlamos de su credulidad. Pero nuestros dos hijos, de nueve y siete años, se pusieron dichosos con la idea de conocer un fantasma de cuerpo presente.<br />Miguel Otero Silva, que además de buen escritor era un anfitrión espléndido y un comedor refinado, nos esperaba con un almuerzo de nunca olvidar. Como se nos había hecho tarde no tuvimos tiempo de conocer el interior del castillo antes de sentarnos a la mesa, pero su aspecto desde fuera no tenía nada de pavoroso, y cualquier inquietud se disipaba con la visión completa de la ciudad desde la terraza florida donde estábamos almorzando. Era difícil creer que en aquella colina de casas encaramadas, donde apenas cabían noventa mil personas, hubieran nacido tantos hombres de genio perdurable. Sin embargo, Miguel Otero Silva nos dijo con su humor caribe que ninguno de tantos era el más insigne de Arezzo.<br />-El más grande -sentenció- fue Ludovico.<br />Así, sin apellidos: Ludovico, el gran señor de las artes y de la guerra, que había construido aquel castillo de su desgracia, y de quien Miguel nos habló durante todo el almuerzo. Nos habló de su poder inmenso, de su amor contrariado y de su muerte espantosa. Nos contó cómo fue que en un instante de locura del corazón había apuñalado a su dama en el lecho donde acababan de amarse, y luego azuzó contra sí mismo a sus feroces perros de guerra que lo despedazaron a dentelladas. Nos aseguró, muy en serio, que a partir de la media noche el espectro de Ludovico deambulaba por la casa en tinieblas tratando de conseguir el sosiego en su purgatorio de amor.<br />El castillo, en realidad, era inmenso y sombrío. Pero a pleno día, con el estómago lleno y el corazón contento, el relato de Miguel no podía parecer sino una broma como tantas otras suyas para entretener a sus invitados. Los ochenta y dos cuartos que recorrimos sin asombro después de la siesta, habían padecido toda clase de mudanzas de sus dueños sucesivos. Miguel había restaurado por completo la planta baja y se había hecho construir un dormitorio moderno con suelos de mármol e instalaciones para sauna y cultura física, y la terraza de flores intensas donde habíamos almorzado. La segunda planta, que había sido la más usada en el curso de los siglos, era una sucesión de cuartos sin ningún carácter, con muebles de diferentes épocas abandonados a su suerte. Pero en la última se conservaba una habitación intacta por donde el tiempo se había olvidado de pasar. Era el dormitorio de Ludovico.<br />Fue un instante mágico. Allí estaba la cama de cortinas bordadas con hilos de oro, y el sobrecama de prodigios de pasamanería todavía acartonado por la sangre seca de la amante sacrificada. Estaba la chimenea con las cenizas heladas y el último leño convertido en piedra, el armario con sus armas bien cebadas, y el retrato al óleo del caballero pensativo en un marco de oro, pintado por alguno de los maestros florentinos que no tuvieron la fortuna de sobrevivir a su tiempo. Sin embargo, lo que más me impresionó fue el olor de fresas recientes que permanecía estancado sin explicación posible en el ámbito del dormitorio.<br />Los días del verano son largos y parsimoniosos en la Toscana, y el horizonte se mantiene en su sitio hasta las nueve de la noche. Cuando terminamos de conocer el castillo eran más de las cinco, pero Miguel insistió en llevarnos a ver los frescos de Piero della Francesca en la Iglesia de San Francisco, luego nos tomamos un café bien conversado bajo las pérgolas de la plaza, y cuando regresamos para recoger las maletas encontramos la cena servida. De modo que nos quedamos a cenar.<br />Mientras lo hacíamos, bajo un cielo malva con una sola estrella, los niños prendieron unas antorchas en la cocina, y se fueron a explorar las tinieblas en los pisos altos. Desde la mesa oíamos sus galopes de caballos cerreros por las escaleras, los lamentos de las puertas, los gritos felices llamando a Ludovico en los cuartos tenebrosos. Fue a ellos a quienes se les ocurrió la mala idea de quedarnos a dormir. Miguel Otero Silva los apoyó encantado, y nosotros no tuvimos el valor civil de decirles que no.<br />Al contrario de lo que yo temía, dormimos muy bien, mi esposa y yo en un dormitorio de la planta baja y mis hijos en el cuarto contiguo. Ambos habían sido modernizados y no tenían nada de tenebrosos. Mientras trataba de conseguir el sueño conté los doce toques insomnes del reloj de péndulo de la sala, y me acordé de la advertencia pavorosa de la pastora de gansos. Pero estábamos tan cansados que nos dormimos muy pronto, en un sueño denso y continuo, y desperté después de las siete con un sol espléndido entre las enredaderas de la ventana. A mi lado, mi esposa navegaba en el mar apacible de los inocentes. "Qué tontería -me dije-, que alguien siga creyendo en fantasmas por estos tiempos". Sólo entonces me estremeció el olor de fresas recién cortadas, y vi la chimenea con las cenizas frías y el último leño convertido en piedra, y el retrato del caballero triste que nos miraba desde tres siglos antes en el marco de oro. Pues no estábamos en la alcoba de la planta baja donde nos habíamos acostado la noche anterior, sino en el dormitorio de Ludovico, bajo la cornisa y las cortinas polvorientas y las sábanas empapadas de sangre todavía caliente de su cama maldita. </div><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Gabriel García Márquez</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-22807357190660997542009-03-31T10:00:00.002+02:002009-03-31T10:09:47.640+02:00LA ALUCINACIÓN DE STALEY FLEMING<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGeUQdLPKu_Z-JiQUUqtId1qqID1sg5_FT04tiBgUzfv7uN8bWUa2mV1z3J4770rVCEX8OAu0V1pjvSUNvVhTCi9SIGmw0oPFc0Q3DAJ1aO6cAFL3HDhpRJWdxB6ESZk_wcX-BRYOzuu0k/s1600-h/Alucinaci%C3%B3n_I_have_A_dream.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5319260891572014978" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 265px; CURSOR: hand; HEIGHT: 194px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiGeUQdLPKu_Z-JiQUUqtId1qqID1sg5_FT04tiBgUzfv7uN8bWUa2mV1z3J4770rVCEX8OAu0V1pjvSUNvVhTCi9SIGmw0oPFc0Q3DAJ1aO6cAFL3HDhpRJWdxB6ESZk_wcX-BRYOzuu0k/s320/Alucinaci%C3%B3n_I_have_A_dream.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">De los dos hombres que estaban hablando, uno era médico.<br />-Le pedí que viniera, doctor, aunque no creo que pueda hacer nada. Quizás pueda recomendarme un especialista en psicopatía, porque creo que estoy un poco loco.<br />-Pues parece usted perfectamente -contestó el médico.<br />-Juzgue usted mismo: tengo alucinaciones. Todas las noches me despierto y veo en la habitación, mirándome fijamente, un enorme perro negro de Terranova con una pata delantera de color blanco.<br />-Dice usted que despierta; ¿pero está seguro de eso? A veces, las alucinaciones tan sólo son sueños.<br />-Oh, despierto, de eso estoy seguro. A veces me quedo acostado mucho tiempo mirando al perro tan fijamente como él a mí... siempre dejo la luz encendida. Cuando no puedo soportarlo más, me siento en la cama: ¡y no hay nada en la habitación!<br />-Mmmm... ¿qué expresión tiene el animal?<br />-A mí me parece siniestra. Evidentemente sé que, salvo en el arte, el rostro de un animal en reposo tiene siempre la misma expresión. Pero este animal no es real. Los perros de Terranova tienen un aspecto muy amable, como usted sabrá; ¿qué le pasará a éste?<br />-Realmente mi diagnosis no tendría valor alguno: no voy a tratar al perro.<br />El médico se rió de su propia broma, pero sin dejar de observar al paciente con el rabillo del ojo. Después, dijo:<br />-Fleming, la descripción que me ha dado del animal concuerda con la del perro del fallecido Atwell Barton.<br />Fleming se incorporó a medias en su asiento, pero volvió a sentarse e hizo un visible intento de mostrarse indiferente.<br />-Me acuerdo de Barton -dijo-. Creo que era... se informó que... ¿no hubo algo sospechoso en su muerte?<br />Mirando ahora directamente a los ojos de su paciente, el médico respondió:<br />-Hace tres años, el cuerpo de su viejo enemigo, Atwell Barton, se encontró en el bosque, cerca de su casa y también de la de usted. Había muerto acuchillado. No hubo detenciones porque no se encontró ninguna pista. Algunos teníamos nuestra «teoría». Yo tenía la mía. ¿Pensó usted algo?<br />-¿Yo? Por su alma bendita, ¿qué podía saber yo al respecto? Recordará que marché a Europa casi inmediatamente después, y volví mucho más tarde. No puede pensar que en las escasas semanas que han transcurrido desde mi regreso pudiera construir una «teoría». En realidad, ni siquiera había pensado en el asunto. ¿Pero qué pasa con su perro?<br />-Fue el primero en encontrar el cuerpo. Murió de hambre sobre su tumba.<br />Desconocemos la ley inexorable que subyace bajo las coincidencias. Staley Fleming no, o quizás no se habría puesto en pie de un salto cuando el viento de la noche trajo por la ventana abierta el aullido prolongado y lastimero de un perro distante. Recorrió varias veces la habitación bajo la mirada fija del médico, hasta que, parándose abruptamente delante de él, casi le gritó:<br />-¿Qué tiene que ver todo esto con mi problema, doctor Halderman? Se ha olvidado del motivo de que le hiciera venir.<br />El médico se levantó, puso una mano sobre el brazo del paciente y le dijo con amabilidad:<br />-Perdóneme. Así, de improviso, no puedo diagnosticar su trastorno... quizás mañana. Hágame el favor de acostarse dejando la puerta sin cerrar; yo pasaré la noche aquí, con sus libros. ¿Podrá llamarme sin levantarse de la cama?<br />-Sí, hay un timbre eléctrico.<br />-Perfectamente. Si algo le inquieta, pulse el botón, pero sin erguirse. Buenas noches.<br />Instalado cómodamente en un sillón, el médico se quedó mirando fijamente los carbones ardientes de la chimenea y meditando en profundidad, aunque aparentemente sin propósito, pues frecuentemente se levantaba y abría la puerta que daba a la escalera, escuchaba atentamente y después volvía a sentarse. Sin embargo, acabó por quedarse dormido y al despertar había pasado ya la medianoche. Removió el fuego, cogió un libro de la mesa que tenía a su lado y miró el título. Eran las Meditaciones de Denneker. Lo abrió al azar y empezó a leer.<br />«Lo mismo que ha sido ordenado por Dios que toda carne tenga espíritu y adopte por tanto las facultades espirituales, también el espíritu tiene los poderes de la carne, aunque se salga de ésta y viva como algo aparte, como atestiguan muchas violencias realizadas por fantasmas y espíritus de los muertos. Y hay quien dice que el hombre no es el único en esto, pues también los animales tienen la misma inducción maligna, y...»<br />Interrumpió su lectura una conmoción en la casa, como si hubiera caído un objeto pesado. El lector soltó el libro, salió corriendo de la habitación y subió velozmente las escaleras que conducían al dormitorio de Fleming. Intentó abrir la puerta pero, contrariando sus instrucciones, estaba cerrada. Empujó con el hombro con tal fuerza que ésta cedió. En el suelo, junto a la cama en desorden, vestido con su camisón, yacía Fleming moribundo.<br />El médico levantó la cabeza de éste del suelo y observó una herida en la garganta.<br />-Debería haber pensado en esto -dijo, suponiendo que se había suicidado.<br />Cuando el hombre murió, el examen detallado reveló las señales inequívocas de unos colmillos de animal profundamente hundidos en la vena yugular.<br />Pero allí no había habido animal alguno.</div><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Ambrose Bierce</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-5533131110499681947.post-24929725821265047882009-03-30T06:00:00.001+02:002009-03-30T06:00:00.282+02:00EL FANTASMA Y EL ENSALMADOR<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmVhY8FpJMnzjQiywQx7W4fmbSNzZwUFpO-Kh3JHgeJA-tYVP3mCinDuIu0uvXokNBurt1K-FZDIlK75Qgrl-MlDgg2WoKBs33xbKkVlDvBrisVKnPwtjJsjnKueSQWFouXMdIiDBQavi5/s1600-h/Joseph_Sheridan_Le_Fanu_el_fantasma_y_el_ensalmador.jpg"><img id="BLOGGER_PHOTO_ID_5318610960970541394" style="DISPLAY: block; MARGIN: 0px auto 10px; WIDTH: 266px; CURSOR: hand; HEIGHT: 184px; TEXT-ALIGN: center" alt="" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgmVhY8FpJMnzjQiywQx7W4fmbSNzZwUFpO-Kh3JHgeJA-tYVP3mCinDuIu0uvXokNBurt1K-FZDIlK75Qgrl-MlDgg2WoKBs33xbKkVlDvBrisVKnPwtjJsjnKueSQWFouXMdIiDBQavi5/s320/Joseph_Sheridan_Le_Fanu_el_fantasma_y_el_ensalmador.jpg" border="0" /></a><br /><div align="justify">Al revisar los papeles de mi respetado y apreciado amigo Francis Purcell, que hasta el día de su muerte y por espacio de casi cincuenta años desempeñó las arduas tareas propias de un párroco en el sur de Irlanda, encontré el documento que presento a continuación. Como éste había muchos, pues era coleccionista curioso y paciente de antiguas tradiciones locales, materia muy abundante en la región en la que habitaba. Recuerdo que recoger y clasificar estas leyendas constituía un pasatiempo para él; pero no tuve noticia de que su afición por lo maravilloso y lo fantástico llegara al extremo de incitarle a dejar constancia escrita de los resultados de sus investigaciones hasta que, bajo la forma de legado universal, su testamento puso en mis manos todos sus manuscritos. Para quienes piensen que el estudio de tales temas no concuerda con el carácter y la costumbres de un cura rural, es conveniente resaltar que existía una clase de sacerdotes, los de la vieja escuela, clase casi extinta en la actualidad, de costumbres más refinadas y de gustos más literarios que los de los discípulos de Maynooth.<br />Tal vez haya que añadir que en el sur de Irlanda está muy extendida la superstición que ilustra el siguiente relato, a saber, que el cadáver que ha recibido sepultura más recientemente, durante la primera etapa de su estancia contrae la obligación de proporcionar agua fresca para calmar la sed abrasadora del purgatorio a los demás inquilinos del camposanto en el que se encuentra. El autor puede dar fe de un caso en el que un agricultor próspero y respetable de la zona lindante con Tipperary, apenado por la muerte de su esposa, introdujo en el féretro dos pares de abarcas, unas ligeras y otras más pesadas, las primeras para el tiempo seco y las segundas para la lluvia, con el fin de aliviar las fatigas de las inevitables expediciones que habría de acometer la difunta para buscar agua y repartirla entre las almas sedientas del purgatorio. Los enfrentamientos se tornan violentos y desesperados cuando, casualmente, dos cortejos fúnebres se aproximan al mismo tiempo al cementerio, pues cada cual se empeña en dar prioridad a su difunto para sepultarle y liberarle de la carga que recae sobre quien llega el último. No hace mucho sucedió que uno de los dos cortejos, por miedo a que su amigo difunto perdiera esa inestimable ventaja, llegó al cementerio por un atajo y, violando uno de sus prejuicios más arraigados, sus miembros lanzaron el ataúd por encima del muro para no perder tiempo entrando por la puerta. Se podrían citar numerosos ejemplos, y todos ellos pondrían de manifiesto cuán arraigada se encuentra esta superstición entre los campesinos del sur. Pero no entretendré al lector con más preliminares y procederé a presentarle el siguiente:<br />Extracto de los manuscritos del difunto reverendo Francis Purcell, de Drumcoolagh.<br />«Voy a contar la siguiente historia con todos los detalles que recuerdo y con las propias palabras del narrador. Tal vez sea necesario destacar que se trataba de un hombre, como se suele decir, bien hablado, pues durante mucho tiempo enseñó las artes y las ciencias liberales que a su juicio era conveniente que conocieran los despiertos jóvenes de su parroquia natal, circunstancia ésta que podría explicar la aparición de ciertas palabras altisonantes en el transcurso de la presente narración, más destacables por su eufonía que por la corrección con que se emplean. Sin más preámbulos, procedo a presentar ante ustedes las fantásticas aventuras de Terry Neil.<br />»Pues es una historia rara, y tan cierta como que yo estoy vivo, y hasta me atrevería a decir que no hay nadie en las siete parroquias que pueda contarla ni mejor ni con más claridad que yo, porque le pasó a mi padre y la he oído de su propia boca cien veces. Y no es porque fuera mi padre, pero puedo decir con orgullo que la palabra de mi padre era tan indigna de crédito como el juramento de cualquier noble del país. Tanto es así que cuando algún pobre hombre se metía en líos, siempre era él quien iba de testigo a los tribunales. Pero bueno, eso da igual. Era el hombre más honrado y más sobrio de los alrededores, aunque, eso sí, le gustaba un poco demasiado empinar el codo. No había en todo el pueblo nadie mejor dispuesto para trabajar y cavar, y era muy mañoso para la carpintería y para arreglar muebles viejos y cosas por el estilo. Y como es natural, también le dio por componer huesos, porque no había nadie como él para ajustar la pata de un taburete o de una mesa, y puedo asegurar que nunca hubo ensalmador con tantísima clientela, hombres y niños, jóvenes y viejos. No ha habido en el mundo nadie que arreglara mejor un hueso roto. Pues bien, Terry Neil, que así se llamaba mi padre, viendo que el corazón se le ponía cada día más ligero y la cartera más pesada, cogió unas tierrecitas que pertenecían al señor de Phelim, debajo del viejo castillo, un sitio bien bonito. Ya fuera de noche o de día, iban a verle pobres desgraciados de toda la región con las piernas y los brazos rotos, que no podían ni apoyar siquiera un pie en el suelo, para que les juntara los huesos.<br />»Todo marchaba muy bien, señoría, pero era costumbre que cuando Phelim salía al campo, unos cuantos arrendatarios suyos vigilasen el castillo, como una especie de homenaje a la vieja familia, y la verdad, era un homenaje muy desagradable para ellos, porque todo el mundo sabía que en el castillo había algo raro. Al decir de los vecinos, el abuelo de Phelim, que Dios tenga en su gloria, era un caballero de los pies a la cabeza pero le daba por pasear en mitad de la noche, igual que lo hacemos usted o yo, y que Dios quiera que sigamos haciendo, desde el día que se le reventó una vena cuando sacaba un corcho de una botella. Pero a lo que vamos: el señor se salía del cuadro en el que estaba pintado su retrato, rompía todos los vasos y botellas que se le ponían por delante y se bebía lo que tuvieran, cosa que no es de extrañar. Si por casualidad entraba alguien de la familia, volvía a subirse a su sitio con cara de inocente, como si no supiera nada de nada, el muy sinvergüenza.<br />»Pues bien, señoría, como iba diciendo, una vez los del castillo fueron a Dublín a pasar una o dos semanas, así que, como de costumbre, varios arrendatarios fueron a vigilar el castillo, y a la tercera noche le tocó el turno a mi padre.<br />»"Maldita sea" se dijo para sus adentros. "Tengo que pasar en vela toda la noche, y encima con ese espíritu vagabundo, que Dios confunda, dando la tabarra por la casa y haciendo perrerías." Pero como no había forma de librarse de aquello, hizo de tripas corazón y allá que se fue a la caída de la noche, con una botella de whisky y otra de agua bendita.<br />»Llovía bastante y estaba todo oscuro y tenebroso cuando llegó mi padre. Se echó un poco de agua bendita por encima y, al poco tiempo, tuvo que beberse un vaso de whisky para entrar en calor. Le abrió la puerta el viejo mayordomo, Lawrence O'Connor, que siempre se había llevado bien con mi padre. Así que al ver quién era y que mi padre le dijo que le tocaba a él vigilar en el castillo, el mayordomo se ofreció a velar con él. Estoy seguro de que a mi padre no le pareció mal. Larry le dijo:<br />»-Vamos a encender fuego en el salón.<br />»-¿No será mejor en el comedor? -contesta mi padre, porque sabía que el retrato del señor estaba en el salón.<br />»-No se puede encender fuego en el comedor, porque en la chimenea hay un nido de grajillas -dice Lawrence.<br />»-Pues entonces vamos a la cocina, porque no me parece bien que una persona como yo esté en el salón -va y dice mi padre.<br />»-Venga, Terry -dice Lawrence-. Si vamos a mantener la vieja costumbre, más vale hacerlo como Dios manda.<br />»"¡Al diablo con las costumbres!", dijo mi padre, pero para sus adentros, a ver si me entiende, porque no quería que Lawrence notara que tenía miedo.<br />»-Bueno, como a ti te parezca, Lawrence -dice, y bajaron a la cocina hasta que prendiera la leña en el salón, para lo que no tuvieron que esperar mucho.<br />»Al poco rato subieron otra vez y se sentaron cómodamente junto a la chimenea del salón y se pusieron a charlar, fumando y bebiendo a sorbitos el whisky, con un buen fuego de leña y turba para calentarse las piernas.<br />»Pues señor, como iba diciendo, estuvieron hablando y fumando tan a gusto hasta que Lawrence empezó a quedarse dormido, como solía pasarle con frecuencia, porque era un criado viejo acostumbrado a dormir mucho.<br />»-Pero hombre, ¿será posible que te estés durmiendo? -dice mi padre.<br />»-No digas bobadas -le contesta Larry-. Es que cierro los ojos para que no me entre el humo del tabaco, que me hace llorar. Así que no te metas donde no te llaman -le dice muy tieso (porque el hombre tenía una panza enorme, que Dios le tenga en su gloria)-, y continúa con lo que me estabas contando, que te escucho -le dice, cerrando los ojos.<br />»Cuando mi padre se dio cuenta de que no servía de nada hablarle, siguió con la historia de Jim Sullivan y su cabra, que es lo que estaba contando. Era una historia bien bonita, y tan entretenida que podría haber despertado a un lirón y aún más a un simple cristiano que se estaba quedando dormido. Pero, según como lo contaba mi padre, creo que jamás se ha oído nada por el estilo, porque le ponía toda el alma, como si le fuera en ello la vida, porque quería que Larry se mantuviera despierto. Pero no le sirvió de nada, porque lo invadió el sueño, y antes de que terminara de contar la historia, Larry O'Connor se puso a roncar como un condenado.<br />»-¡Maldita sea! -dice mi padre-. Este tipo es imposible, es capaz de dormirse en la misma habitación en la que ronda un espíritu. Que Dios nos coja confesados -dice, y fue a sacudir a Lawrence para espabilarlo, pero cayó en la cuenta de que si lo despertaba, seguramente se iría a la cama y lo dejaría completamente solo, lo que sería todavía peor.<br />«"En fin, no molestaré al pobre hombre" pensó mi padre. "No estaría bien interrumpirlo ahora que se ha quedado dormido. Ojalá estuviera yo igual que él."<br />»Así que se puso a pasear por la habitación, rezando, hasta que rompió a sudar, con perdón. Pero como no le servía de nada, se bebió lo menos medio litro de alcohol para darse ánimos.<br />»"Ojalá estuviera tan tranquilo como Larry" se dijo. "A lo mejor me duermo si me lo propongo."<br />»Y al tiempo que lo pensaba arrastró un sillón grande hasta el de Lawrence y se acomodó lo mejor que pudo.<br />»Pero se me olvidaba contarle una cosa muy rara. Aunque no quería hacerlo, de vez en cuando miraba al cuadro, y se dio cuenta de que los ojos del retrato lo seguían a todas partes y lo miraban fijamente y hasta le hacían guiños. Al ver aquello pensó: "Maldita sea mi suerte y el día en que se me ocurrió venir aquí. Pero nada vale lamentarse. Si tengo que morir, más vale armarse de valor."<br />»Pues bien, señoría, intentó tranquilizarse y hasta llegó a pensar que a lo mejor se había quedado dormido, pero lo desengañó el ruido de la tormenta, que hacía crujir las grandes ramas de los árboles y silbaba por el tiro de las chimeneas del castillo. Una vez, el viento dio tal bufido que le pareció que se iban a desmoronar los muros del castillo de lo fuerte que los sacudió. De repente se acabó la tormenta, y la noche se quedó de lo más apacible, como en pleno mes de julio. No habrían pasado más de tres minutos cuando le pareció oír un ruido sobre la repisa de la chimenea. Mi padre abrió una pizca los ojos y vio con toda claridad que el viejo señor salía del cuadro poco a poco, como si se estuviera quitando la chaqueta. Se apoyó en la repisa y puso los pies en el suelo. Y entonces, el viejo zorro, antes de seguir adelante, se paró un rato para ver si los dos hombres dormían, y cuando creyó que todo estaba en orden, estiró un brazo y agarró la botella de whisky, y se bebió por lo menos medio litro. Cuando quedó satisfecho dejó la botella en el mismo sitio de antes con todo el cuidado del mundo y se puso a pasear por la habitación, tan sobrio como si no hubiera bebido ni una gota de alcohol. Cada vez que se paraba junto a él, a mi padre se le venía un olor a azufre, y le entró un miedo espantoso, porque sabía que es azufre precisamente lo que se quema en el infierno, con perdón. Se lo había oído contar muchas veces al padre Murphy, que tenía que saber lo que pasa allí. El pobre ya ha muerto, que Dios lo tenga en su gloria. Mire usted, señoría, mi padre estuvo bastante tranquilo hasta que se le acercó el espíritu. Madre mía, le pasó tan cerca que el olor a azufre lo dejó sin respiración y le dio un ataque de tos tan fuerte que casi se cayó del sillón en que estaba.<br />»-¡Vaya, vaya! -dice el señor parándose a poco más de dos pasos de mi padre y volviéndose para mirarlo-. De modo que eres tú, ¿eh? ¿Qué tal te va, Terry Neil?<br />»-A su disposición, señoría -dice mi padre (cuando se lo permitió el susto que tenía, porque estaba más muerto que vivo)-. Me alegro de ver a su señoría.<br />»-Terence -dice el señor-, eres un hombre respetable (cosa que es cierta), trabajador y sobrio, un verdadero ejemplo de embriaguez para toda la parroquia.<br />»-Gracias, señoría -respondió mi padre, cobrando ánimos-. Usted siempre ha sido un caballero muy atento. Que Dios tenga en su gloria a su señoría.<br />»-¿Que Dios me tenga en su gloria? -dice el espíritu (poniéndosele la cara roja de ira)-. ¿Que Dios me tenga en su gloria? Pero ¡serás cretino y bruto! ¿Qué modales son ésos? -dice-. Yo no tengo la culpa de estar muerto, y la gente como tú no tiene que restregármelo por las narices a la primera de cambio -dice, dando una patada tan fuerte en el suelo que casi rompió la madera.<br />»-No soy más que un pobre hombre, tonto e ignorante -le dice mi padre.<br />»-Desde luego que sí -dice el señor-, pero para escuchar tus tonterías y hablar con gente como tú no me molestaría en subir hasta aquí, quiero decir en bajar -dice, y a pesar de lo pequeño que fue el error, mi padre se dio cuenta-. Escúchame bien, Terence Neil -dice-. Siempre fui un buen amo para Patrick Neil, tu abuelo.<br />»-Sí que es verdad -dice mi padre.<br />»-Y además, creo que siempre fui un caballero correcto y sensato -dice el otro.<br />»-Así es como yo lo llamaría, sí señor -dice mi padre (aunque era una mentira muy gorda, pero ¡a ver qué iba a hacer!).<br />»-Pues aunque fui tan sobrio como la mayoría de los hombres, o al menos como la mayoría de los caballeros, y aunque en algunas épocas fui un cristiano tan extravagante como el que más, y caritativo e inhumano con los pobres -va y dice-, no me encuentro muy a gusto donde vivo ahora, que sería lo suyo.<br />»-Sí que es una lástima -dice mi padre-. A lo mejor su señoría debería hablar con el padre Murphy...<br />»-Calla la boca, deslenguado -dice el señor-. No es en mi alma en lo que estoy pensando. No sé cómo te atreves a hablar de almas con un caballero. Cuando quiera arreglar eso, iré a ver a quien se ocupa de estas cosas. No es mi alma lo que me molesta -dice sentándose frente a mi padre-. Lo que tengo mal es la pierna derecha, la que me rompí en Glenvarloch el día en que maté a Barney.<br />«(Más adelante, mi padre se enteró de que era uno de sus caballos preferidos, que se cayó debajo de él al saltar la valla que bordea la cañada.)<br />»-¿No será que su señoría se siente incómodo por haberlo matado?<br />»-Calla la boca, estúpido -dice el señor-. Ahora te explico por qué me molesta la pierna -dice-. En el lugar en que paso la mayor parte del tiempo, a no ser los pocos ratos que me quedan para dar una vuelta por aquí, tengo que andar mucho, cosa a la que no estaba acostumbrado antes -dice-; y no me sienta nada bien, porque sabrás que a la gente con la que estoy le gusta muchísimo el agua, porque no hay nada mejor para la sed y, además, allí hace demasiado calor -dice-. Tengo la obligación de llevarles agua, aunque la verdad es que yo me quedo con muy poca. Te puedo asegurar que es una tarea complicada, porque esa gente parece estar seca y se la beben toda en cuanto la llevo. Pero lo que me lleva a mal traer es lo débil que tengo la pierna y, para abreviar, lo que quiero es que le des un par de tirones para ponerla en su sitio.<br />»-Pues, señoría, yo no me atrevería a hacerle una cosa así a su señoría -dice mi padre (porque no le apetecía lo más mínimo tocar al espíritu)-. Sólo lo hago con pobres hombres como yo.<br />»-No seas pelotillero -dice el señor-. Aquí tienes la pierna -dice, levantándola hacia mi padre-. Dale un buen tirón, porque si no lo haces, te juro por todos los poderes inmortales que no te dejaré un solo hueso sano.<br />»Cuando mi padre oyó aquello, comprendió que no le iba a servir de nada resistirse, así que cogió la pierna y se puso a tirar hasta que la cara se le cubrió de sudor, bendito sea Dios.<br />»-Tira fuerte, imbécil -dice el señor.<br />»-Como mande su señoría -dice mi padre.<br />»-Más fuerte -dice el señor.<br />»Y mi padre tiró con todas sus fuerzas.<br />»-Voy a beber un traguito para darme ánimos -dice el señor, acercando la mano a la botella y dejando caer todo el peso del cuerpo. Pero, con todo lo listo que era, metió la pata, porque cogió la otra botella . -A tu salud, Terence -dice-, y sigue tirando con todas tus fuerzas-. Levantó la botella de agua bendita, pero casi no se la había acercado a los labios cuando soltó un grito tan grande que pareció como si la habitación fuera a hacerse pedazos, y pegó tal sacudida que mi padre se quedó con la pierna en las manos. El señor dio un salto por encima de la mesa, y mi padre salió volando hasta el otro extremo de la habitación y se cayó de espaldas en el suelo. Cuando volvió en sí, el alegre sol de la mañana se colaba por las contraventanas, y él estaba tumbado de espaldas en el suelo. Tenía agarrada la pata de una silla que se había desprendido, y el viejo Larry seguía dormido como un tronco y roncando. Aquella mañana, mi padre fue a ver al padre Murphy, y desde ese día hasta el de su muerte no dejó de confesarse ni de ir a misa, y, como hablaba poco de lo que le había pasado, la gente le creía más. En cuanto al señor, o sea el espíritu, no se sabe si porque no le gustó lo que bebió o porque perdió una pierna, el caso es que nadie lo volvió a ver deambular.»</div><br /><div align="justify"><strong><span style="color:#cc33cc;">(*)Fuente: Joseph Sheridan Le Fanu</span></strong></div>Cabalaykahttp://www.blogger.com/profile/13289562930981253226noreply@blogger.com0